Rusia PutinPublicado en inglés el 24 de junio del 2013 por Stratfor Global Intelligence bajo el título Russia After Putin: Inherent Leadership StrugglesTraducido con autorización especial.

Esta es la primera parte de una serie de tres partes sobre el liderazgo de Rusia después que el presidente Vladimir Putin deje su cargo. La Primera Parte cubre el ascenso de Putin al poder; la Segunda Parte examinará la demografía de Rusia, el sector energético y los cambios políticos implementados por Putin, y la Tercera Parte explorará si sobrevivirán los sistemas políticos construidos por Putin.

Rusia ha sufrido una serie de cambios fundamentales durante el último año, y en el horizonte se perfilan más cambios. El modelo económico de Rusia sobre la base de la energía se está sometiendo a pruebas, la composición social y demográfica del país está cambiando, y sus élites políticas están envejeciendo. Todo esto ha llevado al Kremlin a comenzar a preguntarse cómo el país debería ser dirigido una vez que su líder unificador, Vladimir Putin, se haya ido. Ya se está llevando a cabo una reestructuración de la élite política, e indicios de planes de sucesión han surgido. Históricamente, Rusia se ha visto plagada por el dilema de tratar de crear un plan de sucesión para un líder fuerte y autocrático. La pregunta ahora es si Putin puede montar un sistema que permita pasar la dirección de Rusia (cuando llegue el momento) sin desestabilizar el sistema en su conjunto.

Un país difícil de gobernar

Sin un líder de mano dura, Rusia se ha esforzado por mantener la estabilidad. La inestabilidad es inherente a Rusia debido a su masivo e inhóspito territorio, sus indefendibles fronteras, la hostilidad de sus potencias vecinas y diversidad de su población. Sólo cuando ha tenido un líder autocrático que creara un sistema donde las facciones rivales se equilibran entre sí Rusia ha disfrutado de la prosperidad y la estabilidad.

Existió un sistema de controles bajo un personaje fuerte durante los gobiernos de algunos de los líderes más prominentes del país, como Iván el Terrible, Pedro el Grande, Catalina la Grande, Alejandro II, José Stalin – y ahora Vladimir Putin.

Cada líder ruso debe crear y manipular este sistema para asegurar que el aparato de gobierno no se atrofie, fracture o subleve. Por esta razón, los líderes rusos constantemente han tenido que reorganizar los círculos de poder por debajo de ellos. Ajustes significativos han sido necesarios a medida que Rusia crece y se estabiliza o disminuye y se ve amenazada.

Sin embargo, la creación de un equilibrio de poder en el gobierno con capas cuya lealtad colectiva es en última instancia a una sola figura en la cumbre ha creado problemas de sucesión. Cuando no ha existido claramente un plan de sucesión, Rusia ha mostrado la tendencia a caer en el caos durante las transiciones de liderazgo – a veces incluso fracturándose entre sí. La llamada era de los Trastornos, una guerra civil brutal en el siglo 16, se desató después de que Iván el Terrible mató a su único hijo capaz. Durante el período soviético, una feroz lucha por la sucesión estalló tras la muerte de Lenin en 1924, con la victoria de José Stalin en última instancia, y el exilio y posterior asesinato de su principal adversario Leon Trotsky. Tras la muerte de Stalin en 1953, Nikita Khrushchev, Vyacheslav Molotov y Lavrenti Beria sostuvieron una lucha similare por el poder.

En muchos de estos casos, los pretendientes al poder representan un grupo o un clan de algún tipo que compite por el control. El individuo representa un organismo que deriva su poder de su vinculación a la seguridad, al ejército, la industria, círculos financieros u otro segmento. La estabilidad se logra sólo cuando hay un líder global en Rusia capaz de supervisar cada una de las agendas de estos grupos y lograr entre ellas un equilibrio para el bien del país. La transición de Putin al liderazgo y los posteriores 13 años en el poder son un buen ejemplo de este acto de equilibrio.

El ascenso de Putin

Putin llegó al poder en 1999, cuando Rusia había experimentado casi una década de caos que siguió a la desaparición de la Unión Soviética. Rusia se encontraba en un estado de casi colapso. Había perdido sus satélites de Europa Oriental y Central y las demás Repúblicas de la antigua Unión Soviética, que creaban una protección contra las potencias extranjeras en torno a Rusia. Conflictos feroces sacudieron las repúblicas rusas del Cáucaso Norte, algunos de las cuales intentaron zafarse de las garras de Moscú. Bajo el entonces presidente Boris Yeltsin, varios grupos extranjeros y una nueva clase de las élites empresariales conocidos como los oligarcas despojaron los principales sectores estratégicos de Rusia, incluyendo el petróleo, el gas natural, la minería, las telecomunicaciones y la agricultura, dejando la mayor parte de ellos en medio de un descalabro.

El más importante de estos sectores, la energía, fue devastado. Entre 1988 y 1996, la producción de petróleo se redujo de 11.4 millones a 6 millones de barriles por día. El petróleo ha sido tradicionalmente una de las principales fuentes de ingresos de Moscú, financiando cais la mitad del presupuesto del Estado por más de 60 años. Con estos ingresos cortados por la mitad, el gobierno de Yeltsin se vio obligado a recortar el gasto militar y social, profundizando aún más caos en el país. Para finales de la década de 1990, Rusia se hundió en una profunda crisis financiera que dio lugar a un incumplimiento de las deudas nacionales y extranjeras, la escasez de alimentos, una fuerte devaluación del rublo y la inflación por encima del 84%.

Estalló una feroz lucha política interna y muchos de los mejores hombres y los partidarios de Yeltsin, como el  alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, y el primer ministro ruso, Yevgeny Primakov, se distanciaron del debilitado presidente. Además, Yeltsin no tenía un plan de sucesión.

En aquél entonces, Rusia tenía dos principales facciones políticas y una tercera facción nominal. El clan más poderoso era el siloviki, conformado a largos trazos por halcones de la seguridad nacional y ex agentes de la KGB. Los siloviki eran rivales al clan de Yeltsin, conocido como la Familia, que se componía de sus familiares y una colección de partidarios leales – muchos de los cuales estaban comenzando a disentir de Yeltsin por el caos político, social y económico de Rusia. El tercer grupo era un clan más pequeño, más silencioso conocido como el Grupo Petersburgo debido a sus orígenes en San Petersburgo bajo el poderoso alcalde de esa ciudad, Anatoly Sobchak. El Clan de Petersburgo era diferente, ya que incluye una mezcla de reformadores liberales (incluyendo algunos pro-occidentales), ex agentes del KGB e independientes. Sobchak fue capaz de unir los diversos grupos en San Petersburgo. 

En un intento por socavar los siloviki y así ganar tiempo para resolver los problemas de su propio clan, Yeltsin permitió a Vladimir Putin, un miembro del clan Petersburgo, llegar al poder. Inicialmente, en 1998, Putin fue asignado como supervisor del Servicio de Seguridad Federal (conocido por sus siglas en ruso, FSB), tras lo cual fue rápidamente nombrado como sucesor de Yeltsin, cuyos seguidores continuaron su rebelión. Yeltsin no había contado con la capacidad de Putin, quien gozaba de la lealtad del Clan de Petersburgo, los siloviki, e incluso algunos de la familia de Yeltsin, de unificar a Rusia.

Igual que su mentor, Sobchak, Putin comprendió que la única manera de estabilizar a Rusia (por no hablar de reconstruir su fuerza anterior) era equilibrar las fuerzas que compiten entre sí bajo su poder consolidado, purgando a todo el que no cumpliera. Putin obtuvo con éxito la lealtad de dos grupos ideológicos rivales principales de Rusia: Los que ponían en primer lugar la seguridad nacional, y los que querían abrir el país y reformarlo. Putin se subscribió a ambas ideologías en algún grado. Como ex miembro de la KGB, compartía afinidades con los siloviki. Pero también comprendió las debilidades inherentes de Rusia; durante su tiempo en la KGB, fue el encargado de obtener de forma clandestina tecnologías de Occidente, una experiencia que enmarcó su conocimiento de la necesidad de Rusia de modernizar para competir eficazmente con Occidente.

Putin puso el siloviki y los liberales, que llegaron a ser conocidos como civiliki, en posiciones que mejor se adaptaban a su estrategia para el país. Al lograr un equilibrio político en el Kremlin, Putin pudo lanzar una serie de consolidaciones masivas en todo el país. Como resultado de ello, tomó el control directo de los sectores estratégicos de Rusia, fortaleció las defensas de Rusia, reforzó los ingresos del gobierno, estabilizó el sistema económico, y tomó medidas drásticas contra los disidentes, ya fuera la oposición política o los militantes en el Cáucaso musulmán.

Al estabilizar a Rusia, Putin logró el apoyo de la mayoría de los rusos, otorgándole legitimidad política durante sus dos primeros mandatos como presidente. Con el tiempo ganó un estatus de culto.

Con este tipo de apoyo popular, Putin estableció un partido político – Rusia Unida – que dominó el gobierno y los dos principales clanes. Los recursos militares, económicos, financieros y de la energía se dividieron entre los grupos. Por ejemplo, los siloviki manejaban el ejército, FSB y el sector petrolero, mientras que el civiliki controlaba las instituciones económicas y financieras del país y del sector de gas natural. Sectores de cada lado de ellos garantizaron recursos financieros e instrumentos políticos. Este equilibrio mantuvo los dos clanes rivales relativamente bajo control, a pesar de que las luchas de poder fueron constantes. Finalmente, Igor Sechin se hizo cargo de los siloviki, mientras que Vladislav Surkov y más tarde Dmitri Medvedev hizo cargo de los civiliki.

El equilibrio del sistema de clanes tiene tres defectos principales. En primer lugar, es totalmente dependiente de que los subordinados de Putin controlen a sus propios subordinados, y así sucesivamente, para que el sistema se mantenga unido. Putin, por lo tanto, ha dependido de Sechin, Surkov y Medvedev, quien a su vez han sido dependientes de sus subordinados. Una ruptura en la cadena por lo tanto, puede tener graves consecuencias. Esta jerarquía absoluta comienza a desgastarse si una persona falla. Ha habido reorganización constante en los niveles más bajos, mientras que la jerarquía en la parte superior se ha mantenido prácticamente el mismo hasta hace poco, así haya sido pobre su desempeño.

La segunda cuestión es que un sistema de disposición vertical no puede manejar el cambio que viene de fuera del sistema. El sistema vertical tiene dificultades para adaptarse a los cambios fundamentales en Rusia o los acontecimientos mundiales que afectan a Rusia.

La tercera cuestión es que el sistema de clanes jerárquico depende en gran medida de la persona en la cumbre. Putin, quien tiene intereses en ambos, es el árbitro final entre los clanes. En una ocasión trató de dar un paso atrás de la presidencia y permitir que los clanes trataran de continuar bajo un nuevo liderazgo. El 2008, año en que dejó la presidencia, vio a Rusia más fuerte que había sido en décadas. Estaba disfrutando el beneficio de los altos precios del petróleo, un fortalecimiento militar, un sistema político unificado y una posición dominante de energía en Europa. Putin eligió Presidente entonces al entonces director de Gazprom Dmitri Medvedev como su sucesor en la presidencia. Putin eligió un civiliki porque el siloviki es el grupo más fuerte y porque Rusia estaba coqueteando con la idea de abrirse a la inversión extranjera. Al tener un reformador liberal como presidente, se pensaba, podría ayudar a rehabilitar la reputación de Rusia.

Después de la salida de Putin, sin embargo, entre el 2008 y el 2009, las grietas en el sistema jerárquico se convirtieron en fisuras abiertas en el período 2008-2009. Medvedev y los civiliki se dividieron sobre cómo manejar la crisis financiera mundial, dando a los siloviki la oportunidad de crecer en el poder. Putin al final tuvo que dar un paso atrás para volver a estabilizar el sistema, primero detrás de las escenas en 2009 con amplias decisiones financieras y luego públicamente en 2012 como presidente. Pero para entonces, los cambios fundamentales aún más peligrosos y más grandes dentro de Rusia comenzaron a surgir – cambios que no sólo amenazan el sistema de Putin ha construido sino el propio país.

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