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Publicado originalmente en el portal mexicano LoPolitico.

Essa Hassan, Siria. El bibliotecario que se rehusó a matar.

Luis ChaparroPor Luis Chaparro — El exilio es una mochila y dos chaquetas. También un puñado de monedas de distintos países. Para Essa Hassan, la palabra exilio está al este y el hogar está hacia adentro. Siria significa un amigo muerto en prisión. A veces significa también un hermano en El Ejército.

¿Qué requiere el exilio? Nada. Una frase: hoy me tengo que ir.

El 19 de marzo de 2012 Essa empacó 22 años de vida, su carrera de bibliotecario y una decena de libros que durante tres años llevó cargando desde Masyaf, un pueblo en Siria famoso por su castillo medieval incluido en algunos videojuegos, hasta Aguascalientes, México.

Essa Hassan lo supo desde que cumplió la mayoría de edad.

Aunque siempre guardó la esperanza de no tener que salir de su país, de que las cosas cambiaran, de que esa guerra idiota y sin sentido terminara antes de cumplir los 22. Esa esperanza se evaporó como quien guarda agua en el desierto.

Nada fue de sorpresa.

Hassan ahora está sentado, con la espalda recta, los ojos al frente, sin esa aura de víctima con la que regularmente se dibuja el exiliado común. Tras él los árboles robustos de la Universidad de Aguascalientes se mueven con un atípico viento de noviembre.

El sol dibuja el único futuro que Hassan ve con certeza, autocrítica y mucha comicidad: la calvicie.

Desde el día que inició su viaje, Essa prefirió enfrentarse al dilema de cientos de miles de jóvenes en su país. La guerra en Siria polarizó a la gente entre muertos y asesinos; pero a las personas como él, las puso junto a la palabra marica, a la palabra bastardo. Escuchó a sus padres llamarlo así por considerar la idea de salvar la vida.

—Yo sabía que no iba a matar, eso lo supe siempre. Pero tampoco quería morir, así que lo único que pude hacer fue salir de Siria.
Desde ese día se esfumaron los debates y una sola palabra gobierna la mente de Essa:

Exilio…

Exilio…. exilio.

Essa_HassanDurante las protestas que terminaron con el régimen en Egipto y que se extendieron a otros países de Medio Oriente, Siria alzó la voz. En pleno 2011, a pocos meses de la ‘primavera árabe’, el actual presidente Bashar al Assad, decidió enfrentar a los manifestantes opositores a su gobierno con una fuerza calificada como desproporcionada.

Sin embargo antes hay que entender la realidad religiosa-política de Siria: en aquel país predominan las corrientes islámicas del Chiísmo y Sunismo. Los primeros consideran que sólo los descendientes directos de Mahoma están autorizados para ser líderes religiosos, mientras que los Sunitas no creen que sea un requisito necesario. En Medio Oriente, ambas partes están relativamente divididas en territorios establecidos pero en Siria se encuentra la mayor tensión por su diversidad étnica-religiosa. Bashar al-Assad pertenece a la minoría Chiíta, mientras gobierna a un país mayormente Sunita. El temor de la minoría es que, de ser derrocado, quedarían a la merced de la oposición. En medio de este conflicto comienza la primavera árabe, que buscaba remover a al-Assad.

El régimen sirio ha acusado a los ejércitos foráneos de apoyar con armamento y dinero a grupos terroristas, mientras la oposición denuncia que el Ejército de al-Assad ha masacrado a centenares de personas.

Un lugar para el verano

Hay una necesidad en Essa por eliminar etiquetas. Dice ser sirio solo porque fue etiquetado hace más de cien años. Sin embargo, si hay algo que caracteriza a Hassan es su falta de las mismas.

Essa Hassan no tiene lugar, ni religión, ni ideología política; no tiene ni si quiera fecha de nacimiento. De él se puede decir que nació en octubre de 1988, pero también puede que haya nacido en noviembre de 1989. Nació en Siria, eso lo sabe, aunque su país le fue arrancado a los 22.

Su acta de nacimiento asegura que nació en noviembre de 1989 en la aldea de Masyaf, que significa ‘un lugar para el verano’. Su madre cuenta que nació en casa, a manos de una partera y es el tercero de ocho hermanos, sin embargo ella afirma que el parto fue en octubre de 1988. Pero si uno ve su pasaporte, la fecha anotada es de enero de 1989.

Essa cuenta que tuvo una infancia ordinaria.

Fue un niño de un pueblo pequeño, de una familia de clase media con una madre que se dedicó al hogar y un padre profesor. Creció bajo la tutela de dos hermanos y guiando el camino para otros cuatro. Estudió en escuelas públicas, fue un estudiante promedio y en el examen de aptitudes su futuro lo marcó como bibliotecario.

—Yo escribí veinte deseos de profesión y la vida eligió para mi bibliotecario, era algo relacionado con los libros y para mi estuvo bien —cuenta un Hassan sonriente.

Siguió su destino y en 2011 se graduó de bibliotecario, se mudó a Damasco donde trabajó en la biblioteca de Bellas Artes de aquella capital. Luego cambió su lugar de trabajo por otra biblioteca de una universidad privada en la misma ciudad, pero ahora como director.

Aquí viene un silencio.

Antes de continuar el relato, Hassan voltea los ojos al cielo haciendo imposible saber si está recordando o es una manera de evitar que las lágrimas rueden.

—Luego me tuve que ir.
Pero el llanto no aparece. Su rostro dibuja una sonrisa amplia, algo común en él. Da entones un trago al jugo de naranja que repetidamente ha pasado de una mano en otra durante toda la entrevista.

—Me tocaba el servicio militar, a los 22 y ya no podía retrasar más el servicio. En febrero dejé mi trabajo, regresé a mi pueblo a recoger mis cosas, vendí libros, muebles y conseguí 450 dólares.
En casa anunció su partida una semana antes.

Como era de esperar para un joven de un país en guerra, sus padres lo llamaron marica, bastardo; en cambio sus hermanos se mostraron felices por su decisión. A este momento en su vida, Essa lo llama La Gran Pelea.

—Ellos no entienden que no vale la pena… para ellos es demasiado tarde para abandonar la pelea, creen en la causa —explica un Hassan frustrado con aspavientos en las manos.
Sus padres están convencidos de que se trata de una guerra contra los Sunnis, la facción mayoritaria en el mundo islámico, llamados así porque además de ser devotos del Corán, adoran la Sunna, una colección de dichos de Mahoma el profeta.

—Para mis padres Bashar Al Assad es el líder máximo, es un salvador. Ellos realmente creen que el régimen los ha salvado —cuenta negando con la cabeza pero con una pequeña sonrisa dibujando su rostro.
Ese marzo de 2012 Essa dejó aquel lugar para el verano. Pero en noviembre del mismo año regresó una última vez.

— Quería ver qué estaba pasando, además fui por mi título universitario y otros documentos que olvidé… descubrí que uno de mis amigos cercanos, de la universidad, murió en la cárcel, descubrí que en ocho meses todo estaba peor, esa fue la confirmación de que no había fin al conflicto.

Esa fue su última vez en Masyaf, la última vez que pisaría suelo sirio hasta quién sabe cuándo. En su viaje de regreso a Turquía su primer lugar de exilio, Essa llevó en la mente una historia que sucedió durante sus años de universidad en Damasco y en su maleta los únicos diez libros que pudo salvar junto a su pasado.

Allahu Akbar

Soy Essa Hassan y estoy dormido. Comparto departamento con otros tres estudiantes también matriculados en la Universidad de Damasco. Son las dos de la mañana y hay silencio absoluto.

Por la ventana entra un grito que despierta mis sentidos:

—¡Allahu Akbar…!
Es la alabanza a Alah, una alabanza cargada también de simbolismo político entre quienes apoyan al régimen y quienes lo rechazan.

Sólo puedo abrir los ojos. Nadie dice nada.

—¡Allahu Akbar! —otra vez.
Y luego otra.

Las luces del dormitorio universitario se empiezan a encender una tras otras. Los gritos ahora son de mujer, vienen del edificio de enfrente.

Un lamento desde la habitación de al lado.

Enciendo la luz de la habitación. Mis tres compañeros están igual de espantados que yo… Los gritos se intensifican.

Conforme avanza el tiempo la situación es aún más confusa y parece que todo se acelera: las luces de los dos departamentos se apagan: alguien bajó el interruptor general.

De las habitaciones del primer piso se escuchan golpes, gritos, plegarias.

Sé que son las fuerzas policiales… por la ventana se ven las luces de la policía… lo que no puedo creer, es que hayan entrado hasta la universidad, como si fuera cualquier cosa.

Los gritos y los golpes suben piso por piso.

Los policías están a punto de entrar a nuestro cuarto. Le digo a mis compañeros que saquemos nuestras identificaciones, nos acostemos en las camas y estemos tranquilos. Nada de gritos, nada de plegarias, todo será un trámite burocrático. La puerta de al lado cayó de un golpe; esto no nos va a suceder. Dejo entreabierta la puerta de la habitación.

—Los soldados entraron sin batallar, cuando pusieron las lámparas frente a nosotros vieron de inmediato nuestras identificaciones. Todos sentados sobre nuestras camas, en silencio. No les dimos tiempo ni de enojarse. Nos sacaron por un pasillo y nos formaron en el patio central de los dormitorios. En camino vimos a jóvenes golpeados, habitaciones destrozadas. Cientos de policías y militares…

La irrupción duró cinco horas. Cuando comenzó a amanecer, las filas ya se habían dividido entre los pro régimen y los rebeldes. Durante todo el camino hasta las habitaciones, viajaba de la última fila de los pro-régimen a la primera fila de los rebeldes.

Al siguiente día me enteré que hubo desaparecidos, asesinados y cientos de jóvenes hospitalizados.

—No hay vuelta atrás.

A pesar de su calvicie y su metro sesenta de estatura, algo en Essa recuerda al Ché Guevara. Puede que sea la expresión en su rostro, o la manera bien organizada de expresarse.

Puede que sean sus ideas libertarias y humanas a la vez.

En todo caso Essa es un Ché que huyó de las armas, que no cree en la revolución ni en la patria. Es un Ché que mide 10 centímetros menos que el libertador latinoamericano de la boina y pelo rizado.

Este Ché en su versión siria habla en un inglés limitado y recién comenzó un curso para aprender español. También habla francés, italiano, árabe. Argumenta siempre anteponiendo I think. Se pasa los dedos entre el cabello ralo cuando piensa.

Hay algo característico en él: cuando se siente amenazado, cuando piensa en los tiempos difíciles, cuando se acuerda de La Gran Pelea… cuando gravita entre la idea de ser un “bastardo” o un “maricón”… cuando no comprende algo ya sea por el idioma o las diferencias culturales, Essa se defiende con una sonrisa.

Para una persona que ha pasado por cinco países, que tiene un hermano en El Ejército y un amigo muerto en prisión, hay un solo lenguaje empático: sonreír.

Susana, la casera encargada de hospedar a Essa en una vivienda compartida en Aguascalientes, parece conocerlo bien.

—Es un chico con carácter, un temperamento fuerte pero muy educado. No se deja llevar por emociones, incluso a veces parece que no tuviera y cuando algo lo sorprende, se ríe. Susana cuenta que al llegar Essa ni si quiera pidió ganchos. —es un joven muy organizado, cuando yo lo encontré tenía ya su ropa doblada y acomodada, no pidió ganchos, es disciplinado.

Essa es corto de estatura, delgado como alguien que ha dejado una parte de sí mismo en cada ciudad que ha pisado. Sin embargo tiene el cuerpo de alguien que hace ejercicio, tal vez para mantener su calva centrada, para encontrarse cada mañana, repasar el exilio. Hassan bebe. Cada semana toma un trago, antes whiskey o vodka, ahora tequila o mezcal. A veces solo y si tiene compañía mejor. Fuma un cigarro de cuando en cuando para calmar la ansiedad, aunque de eso no está orgulloso.

Hoy desayuna pan tostado con mermelada, un té negro, no toma café. Come rajas con queso, papas y bistec a la mexicana. Todos los días es el mismo menú: es lo único que ha aprendido a ordenar en la cafetería de la universidad.

Cuando no está durmiendo, Essa habla con su familia, con sus hermanos y su madre vía Whatsapp, con su padre solo se comunica mediante su madre.

—Él no tiene idea de cómo usar las tecnologías, mi madre aprendió desde que salí de Siria — Essa lee.

Tiene un par de libros de ficción en árabe, tres en inglés, dos libros sobre el lenguaje arábico, 1984 de George Orwell. Uno más sobre migración y recién un libro para aprender español.

El sirio tuvo un amor en Damasco que dejó al salir de su país. Aún guarda los recibos del envío de las cajas con sus cosas. La recuerda como una gran mujer, que ahora está con otro, la volvió a encontrar en Líbano y se volvieron a dejar. Ahora Essa tiene también a alguien más, una mexicana de quien se reserva su identidad, su trabajo y cómo la conoció. Cuando habla de ella se pone serio, dice que ha sido una gran amiga, que sin ella él no estaría aquí.

Mapamundi

Essa se fue de Masyaf a Damasco a estudiar. Aunque preveía que algún día iba a tener que salir del país. Su próxima parada la hizo en Turquía, un lugar que había considerado ya desde sus 18. “Pensé que era el mejor lugar para partir, nada en particular” confiesa. De ahí partió a Líbano donde vivió por dos años y dos meses.

Pidió dinero a un amigo, 100 dólares para irse a Líbano. Con eso tenía suficiente, allí su vida cambió de verdad, para bien. Pudo renovar su pasaporte y empezó a generar dinero en un restaurante; luego, en Beirut, enseñó árabe a extranjeros por unos meses y consiguió trabajo con la asociación Action Against Hunger como supervisor de campo. Este refugiado habla tranquilo, sentado en el sillón de su sala en Aguascalientes, México, con las piernas cruzadas, las manos acariciando el descansabrazos.

En Beirut Essa pensó por primera vez en un futuro seguro. Trabajando para una organización no lucrativa, intentando cambiar el mundo, ganando algo de dinero. Pero a la vuelta de dos años sucedió algo: la guerra se intensificó en Siria y entonces había miles de Essa en Líbano.

—Había otros miles o millones de yo’s en Líbano. Las medidas migratorias se intensificaron también para no recibir más sirios, y otra vez no había futuro para mi.

Essa tramitó una visa para entrar a Italia y el primero de agosto de 2014 se fue para Roma. Allí se comenzó a formar el mapa de México en su cabeza. Poco a poco, como quien traza el contorno de un país a lápiz, sin prisa:

—Conocí a Adrián Meléndez, me pidió ayuda para organizar la llegada de 30 sirios a México —Adrián es el fundador del Proyecto Habesha, una idea que se consolidó con la llegada de Essa Hassan a México. A pesar de que Essa era inicialmente colaborador del proyecto, terminó por ser el primero en viajar.

Este proyecto está dedicado a abrir los brazos a las víctimas del conflicto sirio, como lo pone Luis Sámano, organizador de la iniciativa: “Queremos ser un trampolín que ayude a estudiantes de calidad en Siria a tener futuro. Habesha nació hace dos años y se alimenta de fondos de la sociedad civil o crowd funding. Essa es el primero, pero vienen 29 más, todos jóvenes que buscan estudiar y pensamos que México es un lugar que puede ser hospitalario” explica Sámano.

Essa es así, se toma las cosas como vienen y además se relaja.

—Cuando llegué a Roma sabía que no iba a regresar ni a Líbano ni a Siria, así que planeé un viaje por toda Europa durante 20 días. Luego regresé a Roma y renté una habitación pequeñísima—. Aún sin empleo, Essa siguió apoyando al Proyecto Habesha y eventualmente aplicó como estudiante, esa promesa quedó escrita desde febrero de este año.

De Roma finalmente viajó a Quito, Ecuador, donde el embajador le dio asilo mientras tramitaba su visa como estudiante para llegar a la Ciudad de México. Pasó dos semanas en la capital mexicana hasta obtener finalmente su visa de estudiante residente y se trasladó a Aguascalientes.

Sirios en México

El último censo en México que dibuja a la población siria en el país es del año 2000, con 246 personas. De acuerdo al archivo histórico de la Nación, en 1890 México recibió a más de mil sirios y para 1930 había más de 5 mil.

En el Archivo Histórico de la nación hay una carta fechada el 9 de agosto de 1927, firmada por Julián Slim Haddad, un inmigrante libanés llegado veinte años atrás cuando apenas tenía 14. La carta, un memorial tan extenso como una autobiografía, fue enviada al presidente Plutarco Elías Calles y relataba dos realidades de aquel entonces que con los años han quedado archivadas junto al documento: la primera, que las leyes mexicanas incitaban abiertamente al racismo; la segunda, que había una fuerte ola de migrantes árabes buscando refugio en México.

Slim Haddad, padre del actual hombre más rico de México, el tercero en el mundo, pedía al Presidente que se respetara a la comunidad libanesa en México. Le explicaba, en calidad de presidente de la Cámara de Comercio Libanesa, que su pueblo no era tan diferente al de Calles. El comerciante quería decir al Gobierno mexicano que terminara con las leyes de extranjería celebradas ese mismo año, que restringía la inmigración de negros, indobritánicos, sirios, libaneses, armenios, palestinos, árabes, turcos y chinos, con el fin de proteger el empleo nacional, “evitar la mezcla de razas” y que dejaran de usar el territorio mexicano como un punto de entrada a Estados Unidos.

Actualmente existen dos iniciativas más para traer a sirios a México. Por un lado a través de la plataforma Change.org, los firmantes de la petición hicieron un llamado tanto al Presidente Enrique Peña Nieto como a la Secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, para recibir a más de 10 mil sirios en calidad de refugiados. Además, la Asociación de Sirios en México cuenta en este momento con alrededor de 120 pasaportes de sirios que buscan refugio aquí.

“Lamentablemente algunos han fallecido desde que recibimos sus documentos sin embargo, contamos con medios de comunicación para poder coordinar de manera rápida, ordenada y supervisada una salida de hasta cinco mil Sirios incluyendo niños, mujeres y hombres honorables que en este momento se encuentran en zona de guerra buscando un lugar de refugio que les abra las puertas” responde la Asociación en un correo electrónico tras una solicitud de entrevista.

Americanos sin visa

Hoy para un sirio planear sus próximos seis meses de vida es un lujo; Essa en cambio, por primera vez en su vida, puede planear sus próximos tres años. La palabra México significa oportunidad. Significa también no regresar a Europa, ni a Líbano… ni a Siria. Para Essa México es un lugar desde donde puede ayudar a la sociedad, así lo explica.

—México es una oportunidad que no tuve en Europa, siempre me he visto como un mentor, no como un líder y desde aquí puedo hacer algo por la sociedad. Pensé que los mexicanos verían a los sirios como iguales, no como los europeos que nos ven como menos que ellos, con cierta compasión.

—Los mexicanos son como americanos pero sin visa —bromea Essa antes de hacer una seña de que eso no quede en el registro. —Me siento que estoy en Siria antes de la guerra, no somos muy diferentes, aunque hay una diferencia clave, las relaciones de género aquí son mucho más abiertas.

Para Essa y los próximos, México será una oportunidad porque hoy no existe una ola de sirios exiliados aquí. El primer día de Essa en México lo pasó en la casa de estudiantes que habita hoy, junto a dos sudamericanos. Bebieron un par de cervezas, alguien le regaló a una canasta con comida árabe, fumaron un par de cigarros y se fue a dormir. Cuando Hassan dice que desde aquí piensa ayudar a la sociedad, habla específicamente de la ingeniería social, la carrera que busca completar.

Los Fuereños

Essa jugando pin pon la única conexion con sus compañeros de clase

A la casera de Essa, la señora Susana, le preocupa una cosa: “La sociedad de Aguascalientes sigue viviendo el miedo a todo lo que confronta a sus costumbres, es una sociedad puritana, que estigmatiza”. Susana lo ha vivido en primera persona. Tras enterarse por spots de radio y televisión sobre el Proyecto Habesha para adoptar un sirio, sus amigas le advirtieron: “Susana, ni se te vaya ocurrir recibir a sirios”.

—Aquí se piensa que podrían volverse radicales —dice Susana, fumando un cigarro mentolado frente a su nuevo huésped.

Susana tiene un programa de casas para estudiantes, residencias enormes donde se les ofrece además de una habitación a cada uno, servicios de limpieza, cocina, si quieren, también lavado y planchado de ropa.

Sin embargo las advertencias orillaron a Susana a colocar al exiliado sirio con Los Fuereños, en una de las residencias a las afueras de la ciudad. La casa que habita Hassan está lejos del tercer mundo, tiene pisos de mármol, acabados de madera, pilares interiores, un jardín verde dentro de un residencial privado. Además la universidad a que asiste está cruzando una avenida de dos carriles.

—Me preocupa que esté alienado por no ser de la ciudad. Sin embargo creo que es un chico con suficiente apertura que además viene a aportar y eso es lo que va a hacer —dice Susana.

Essa despierta cada tercer día para asistir a una clase privada de español por dos horas pero no encuentra con quien practicar, todos quieren hablarle en inglés, “aunque yo le intente hablar en español”.

En lugar de regresar a casa al salir de sus clases, Essa pasea por la universidad. Se ha hecho adicto al Ping Pong, reta a los otros estudiantes. Es su manera de comunicarse con ellos, lanzando una pequeña pelota, recibiendo derrotas, buscando un triunfo.

Cada noche, Essa se pregunta lo mismo:

— ¿Qué dejé atrás?
Luego confirma lo que ya sabe.

— Dejé gente.

Essa tiene una mochila y dos chaquetas. Junto al resto de las monedas que ha juntado hay una de cinco pesos y otra de diez; también tiene sus diez libros y muchos retazos de papel impreso que se niega a tirar.

—A ellos los llevo en papelitos, recibos, tickets del cine… cada vez que me muevo dejo algo y siempre necesito de algo que me recuerde esos momentos especiales… Así ha sido todo mi viaje.

Acerca de: Luis Chaparro. Periodista independiente nacido en 1987 en Ciudad Juárez. Es colaborador de Proceso, VICE News, Fusion, Letras Libres y LoPolitico.com entre otras revistas nacionales e internacionales. Actualmente reside en la Ciudad de México junto a una gran danés llamada Herta.

El Video “a Drone Flying Over Siria” es una compilación de Youtube acreditada a SrTurbulencio

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