Santos NobelEra como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad. García Marquez, Gabriel. Cien Años de Soledad.

Esta cita, que pusieron en el feisbuc varios amigos, lo resume casi todo.

El domingo 2 de octubre a las 5 de la tarde me desperté apelotardado de una inesperada siesta para descubrir que había ganado el NO.

El viernes 7 de octubre me desperté a las 4 de la mañana, como casi siempre, para encontrarme con la noticia de la adjudicación del premio Nobel de Paz a Juan Manuel Santos.

Nuevamente, decidí darme dos o tres días para entender “en dónde estaban los límites de la realidad”.

No puede menos que producir euforia el que un colombiano gane un premio Nobel.

Desde el comienzo de su gestión presidencial Juan Manuel Santos decidió que se la iba a jugar por la paz de Colombia. Releyendo el libro de su hermano Enrique Santos “Así Empezó Todo” pude recorrer de nuevo el incierto y arriesgado camino inicial.

Desde muy temprano, en enero de 2011, ya había contactos entre un grupo de representantes del Gobierno y de las FARC. Arriesgada apuesta.

Entre ires y venires, que incluyeron operaciones militares como la que culminó con la muerte de Alfonso Cano en septiembre de ese año, y mientras el Gobierno atendía muy exitosamente, la crisis humanitaria causada por las inundaciones causadas por el fenómeno de la Niña, había una base de acuerdo para iniciar conversaciones secretas en La Habana.

El 23 de febrero de 2012, Enrique Santos, acompañado por los delegados del presidente viajó a La Habana para iniciar esos diálogos secretos, cuyo fruto fue la firma, el 26 de agosto de 2012 del Acuerdo General de La Habana.

El riesgo que algo saliera mal o que se conociera antes de tiempo que se estaba llevando a cabo este proceso era altísimo para el Presidente. Y si algo hubiera salido mal, el fracaso hubiera sido del presidente y únicamente del presidente. Para eso hay que ser valiente.

Luego vendría el proceso que es de público conocimiento, con todos sus errores, sus vacíos, y sus aceirtos.

El 26 de septiembre de 2016, 49 meses después Santos y Timochenko firmaron el acuerdo final en Cartagena de Indias.

EL 2 de octubre cayó el baldado de agua fría, los colombianos rechazaron en un referendo el acuerdo. Se cayó la estantería.

Entonces ¿Por qué el Nobel?

Pues porque desde septiembre de 2010, Juan Manuel Santos puso en juego su patrimonio político para crear las condiciones que permitieran que Colombia viva en Paz.

Porque si algo ha tenido el proceso de paz, y eso lo critican algunos, es la tozudez del Presidente Santos. Se la ha jugado toda y, para mal o para bien, desde que se conoció el resultado negativo del plebiscito, Colombia entera clama por la Paz que ofreció Santos.

Y si eso no merece el Premio Nobel de Paz, no debería existir el tal premio.

Asombrados, desencantados, alborozados, si todo eso al tiempo, los colombianos hemos llegado a la conclusión que nos merecemos el premio Nobel de Paz, que nos merecemos la Paz y la vamos a construir, montados a caballo sobre el acuerdo político que tiene que surgir entre los ganadores del domingo 2 de octubre y el ganador del viernes 7 de octubre.

De nuevo lo digo ojalá unos y otros estén a la altura de la historia. Ya no basta que el presidente le done el producido de su premio a las víctimas, ya no basta que sus opositores adviertan. Es tiempo de acción. Asómbrennos una vez más.

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