90La sorpresiva (para el establishment) victoria de Donald J. Trump el 8 de noviembre en la elección presidencial de EUA ha puesto patas arriba las estructuras de poder y, a la vez, abierto una enorme oportunidad para la visión insurgente de Bernie Sanders, el socialista demócrata que luchó infructuosamente por la nominación de los demócratas contra Hillary Clinton, candidata oficialista, y cuyos partidarios no vacilaron en usar trucos y artimañas para nominarla.

Esto es lo que surge de los escombros de la estruendosa y humillante derrota de la señora Clinton, quien, igual que su bien financiada organización, no esperaba la victoria de Donald Trump.

En las autopsias de la campaña que han seguido esta debacle para la dinastía se ha cuestionado el papel de las encuestas, que predijeron una holgada victoria para la señora Clinton; de los “pundits” (sabios), que casi al unísono descartaron a Trump; de la prensa, que preparó al público para una victoria inevitable; y de la estrategia política que el campo Clinton desplegó para obtener los 270 votos electorales necesarios. (En EUA, desde los primeros días de la república, se estableció un colegio electoral en que cada estado recibe el igual número de electores que tiene representantes en ambas cámaras del congreso. Como suman 538, la mitad más 1 son 270).

No solo los Clinton no lograron convencer electores en estados como la Florida y Carolina del Norte, sino que lo que llamaban una barrera inexpugnable en Pennsylvania, Ohio, Michigan y Winconsin, el cordón industrial caído en desgracia conocido como el “Rust Belt”, también sucumbió ante Trump.

Y con ello, Trump se llevó la noche.

Para ilustrar las dimensiones de la sorpresa, basta con ver la fiesta de celebración que habían preparado los Clinton. En el Javits Convention Center, al oeste de la isla, un enorme espacio con un techo de vidrio. Más de mil trabajadores de la campaña, voluntarios, amigos, familiares habían dejado su ropa de trabajo y estaban espléndidos en trajes de gala, con champagne, listos a celebrar una noche histórica. Seguían los resultados en enormes monitores.

Habían planeado fuegos artificiales en el río Hudson, como los del 4 de julio.

Pero pasadas las 10, cuando por lo general se sabe quien ha ganado, no había pasado nada. Alrededor de las 2am, John Podesta, director de la campaña llegó y dijo a todos que se fueran a casa, que al día siguiente seguiría el conteo. Luego, alrededor de las 3am Trump anunció que la señora Clinton le había llamado para felicitarlo.

Donald J. Trump, el hombre que había creado una coalición que abarca desde la derecha racista radical hasta las víctimas de la crisis económica, muchos votantes que en dos ocasiones habían apoyada Barack Obama, hasta gente educada que estaban hastiados con los Clinton (30 años en el poder de una u otra forma) y asqueados por los escándalos.

La señora Clinton, en contraste, no logró movilizar ni la población afroamericana ni los latinos, ni los jóvenes en los números necesarios que su estrategia exigía.

Fue histórica la victoria de Donald Trump en la medida de que él jamás había sido elegido para nada. Ni tampoco había sido héroe nacional.

A medida que Trump organiza su gabinete y comienza a dar forma a su agenda, va cundiendo el pánico entre dos chivos expiatorios a quienes el presidente electo ha culpado por la desastrosa situación del país. Los inmigrantes indocumentados –especialmente los mexicanos y latinos. Y los musulmanes. Ya se han reportado ataques racistas.

Igualmente, cunde el temor entre las mujeres de EUA, quienes ven peligrar los logros realizados durante décadas, en lo referente a avances en cuanto a oportunidades de empleo y también sobre los derechos reproductivos.

El ala más fundamentalista del partido republicano, que apoyó a Trump desde temprano en la campaña, ha comenzado a buscar puestos en la nueva administración. Retroceder los derechos de la comunidad LGBT es parte de su agenda.

Además, se ha hablado de eliminar controles a las industrias que contaminan el medio ambiente.

Trump, el candidato que llegó al poder como una insurgencia de la derecha contra republicanos y demócratas, se encuentra sin el respaldo de una estructura burocrática propia, lo que cual presentará un enorme desafío gobernando. Tendrá que enfrentar la oposición dentro de los republicanos, igual que de los demócratas en el parlamento.

El partido demócrata enfrenta una crisis histórica. ¿Cómo no la vieron venir? ¿Por qué impusieron a Hillary Clinton, cuando encuestas indicaban que Bernie Sanders podría derrotar a Trump? ¿Por qué hicieron trampa a favor de Hillary? ¿Por qué no lograron movilizar a negros y latinos?

Para que los demócratas recuperen su credibilidad necesitan realizar enormes cambios — no ajustes cosméticos — a su partido.

La derrota de Hillary Clinton empaña el legado de Barack Obama, primero porque el presidente saliente le apostó a esta candidatura. Segundo, porque Trump va a intentar desmantelar muchas medidas que el implementó.

Ahora, las huestes de Bernie Sanders están luchando por control del partido. Otros, como Robert Reich que en la primera fase de la campaña respaldaron al socialista, han dicho que si no cambia el partido se escindirán para formar otro.

Muchos de los Sanderistas, se encuentran entre las decenas de miles en en las calles se han movilizado en protesta contra el nuevo presidente. Desde hace meses habían fundado un movimiento Ourrevolution.com, que promete jugar un papel protagónico en la nueva fase que se abre.

Otra semana que pasó en EUA.

Carlos F. Torres, Director El Molino Online

 

 

Carlos F. Torres
Director, El Molino Online
New York, NY 11/13/2016