Foto via actualidlad RT © REUTERS Carlos Garcia Rawlins
Foto via actualidlad RT © REUTERS Carlos Garcia Rawlins

Las muertes de tres jóvenes venezolanos el 12 de febrero en medio de 10 días de movilizaciones y disturbios estudiantiles por toda la república son un claro reflejo de las profundas divisiones de la república que gobierna Nicolás Maduro.

Informa el diario peruano La República que Bassil Alejandro Da Costa, de 24 años fue baleado en el distrito caraqueño de Chacao. Poco después, en otra protesta caería Robert Redman, quien sin conocer personalmente a Da Costa, solo instantes antes había ayudado al trasladarlo.

Por otra parte, también baleado murió Juan Montoya, igual que las dos otras víctimas menor de 25 años, pero a diferencia de ellos dirigente de los “Colectivos 23 de Enero”, organización revolucionaria de choque que apoya al gobierno.

La oposición se ha unido detrás de las protestas estudiantiles, viendo en ellas una manera de combatir una serie de quejas que atribuyen al gobierno — desde inseguridad hasta desempleo, corrupción y persecución política.

Ven en ellas lo que puede ser el comienzo del fin del chavismo.

El presidente Nicolás Maduro ha denunciado que Venezuela está viviendo un golpe de estado fascista el cual se ha comprometido a derrotar.

Ven en su supervivencia el futuro del chavismo.

Ningún lado parece estar dispuesto a tranzar. La región observa con nerviosismo.

Presentamos a nuestros lectores las dos caras del debate, por así decirlo.

Una columna publicada en El Universal por Alfredo Yáñez M, titulada “El letargo como consigna”.

Jugar a la desmovilización es la forma más violenta de acabar con la democracia.

Una vez más hubo acuerdo entre la institucionalidad que gobierna y la que dice oponerse. Etiquetar la protesta pacífica como generadora de intranquilidad y muerte es el punto común. Desnaturalizar el sentido de las movilizaciones y restarle verdad a los argumentos, es el discurso que quieren imponer.

Desde el gobierno, con una vocería adoctrinada y curtida, se valen de la hegemonía comunicacional para ofrecer su versión particular de los hechos; mientras que desde la otra acera; por la mezquindad propia de quienes solo piensan en las próximas elecciones, se pliegan a esa lectura ciega, y pretenden cubrir con los más bochornosos actos de miedo reflejados en la represión brutal de los grupos armados; una de las manifestaciones de ciudadanía más contundentes de los últimos tiempos.

Miles de venezolanos; jóvenes, hombres y mujeres, salieron a las calles del país a pronunciarse; sin violencia. Esbirros tutelados, desde la impúdica impunidad, aferrados a las armas de la sinrazón, delinquieron; se colocaron al margen de la ley; y en este caso habría que decir, con la “ley” de su lado.

Lo ocurrido no fue casual. Como no lo ha sido la represión en las horas siguientes a la manifestación de la juventud en todo el país.

La violencia es el arma de los que no tienen la razón; y en estas horas esa máxima de vida se cumple a rajatabla, con la anuencia de una vocería que aspira a que se den las “condiciones ideales” para una lucha entre iguales; como que si la democracia se conquistara en el reclinatorio del confesionario.

La calle sigue viva, porque así es la democracia; que se ejerce sin mayor tutelaje que la Constitución nacional, en la que la protesta es válida y en ninguno de sus artículos se recoge la palabra miedo.

La segunda parte de este debate, una nota que publica CubaDebate:

Golpe que no mata fortelece

Son varias y poderosas las razones que permiten pensar que volverá a fracasar la ultraderecha venezolana en su nueva y reciente intentona de golpe de Estado. La primera y más obvia de esas razones es la carencia del factor sorpresa. Todo el mundo sabe en Venezuela y fuera de ella que el golpe viene. El propio presidente Nicolás Maduro ha avisado que su gobierno se enfrenta a un “golpe de Estado en desarrollo”.

La ausencia del factor sorpresa está impidiendo que se cumpla el requisito básico de un golpe: agarrar al presidente en piyama. Maduro está avisado y no hay elementos para suponer que habrá de descuidarse.

Una segunda razón es que en los últimos quince años, desde la elección de Hugo Chávez en 1999, las fuerzas armadas venezolanas, o al menos el grueso de ellas, no han dado señal alguna de interés por participar en un golpe de Estado. Y menos en un intento al que no se le ven posibilidades de éxito.

Como una tercera razón puede citarse la actual situación política latinoamericana, en la que un acuerdo básico es repudiar y aislar cualquier gobierno surgido de la ruptura del orden constitucional.

Es cierto que tal acuerdo básico de nada sirvió para impedir los golpes de Estado que depusieron a los gobiernos de Manuel Zelaya, en Honduras, y Fernando Lugo, en Paraguay. Pero, en cualquier caso, también es cierto que el golpismo se mueve más a gusto cuando calcula que podrá contar con la complicidad o vista gorda de otros gobiernos, lo que no acontecería ahora. Por lo demás, los gobiernos de Zelaya y Lugo no contaban con el inmenso respaldo popular con el que sí cuenta Maduro. Y, dicho sea de paso, con el que también cuentan Cristina Fernández, de Argentina, Evo Morales, de Bolivia, y Rafael Correa, de Ecuador, países en los que las derechas autóctonas y EU siguen trabajando en la agenda de un golpe de Estado con visos de éxito.

He aquí una cuarta razón. Los cabecillas del golpismo andan peleados entre sí. En una esquina está Henrique Capriles y en la otra María Corina Machado y Leopoldo López. Estos dos últimos miran a Capriles como un cartucho quemado y quieren sacarlo de la jugada. Pero Capriles no se deja. Y esta disputa interna en el golpismo finalmente favorece a Maduro.

Y aquí está una quinta razón. La experiencia reciente enseña que los puros disturbios callejeros y la violencia no forman un piso sólido para un golpe exitoso. Y que hasta los sectores sociales proclives al golpismo, pero no participantes activos, se cansan de la violencia que tiende a prolongarse sin resultados concretos e inmediatos.

Pero, como ha dicho el presidente Maduro, estamos frente a un golpe en desarrollo. Esta caracterización implica un proyecto de mediano o largo plazos. Y los disturbios callejeros, la violencia y el innegable financiamiento de los golpistas por cuenta del gobierno de Barack Obama sirven para ir creando el clima propicio a fin de dar el golpe más adelante.

Ese papel juegan la satanización de Maduro, el sabotaje económico, los asesinatos de personalidades ajenas a la política (como el de la ex Miss Universo venezolana), la inestabilidad social y la delincuencia común, programada, fomentada y financiada por los golpistas y por EU.

Se trata, en espera de mejores condiciones para el golpe, de minar a Maduro y al chavismo, con la finalidad última de derrotarlos en las urnas, cosa que hasta ahora ha sido imposible para la ultraderecha.

Dice la sentencia clásica que golpe que no mata, fortalece. Avisado y consciente del peligro que corre, Maduro no tiene otra salida que profundizar y radicalizar el proceso revolucionario, es decir, mantener y acrecentar su base de apoyo popular. De esto depende, finalmente, la presidencia de Maduro y el futuro del chavismo.

www.miguelangelferrer-mentor.com.mx

Es tal la situación que se vive en Venezuela, donde el diálogo parece ser cada día más distante.