Esta semana, gran parte de la atención de los medios en EUA se centró en las acusaciones de injerencia política de Rusia en la elección 2016 y la sorpresiva elección de Donald Trum.

Los jefes de la inteligencia de EUA han concuido por unanimidad de que el Presidente de Rusia, Vladimir V. Putin, había ordenado él mismo una amplia operación cibernética con miras a ayudar a una victoria de Trump.

Los rusos, indica el informe, hackearon correos electrónicos, utilizaron “trolls” en las redes sociales y en la “maquinaria de propaganda controlada por el estado” publicaron noticias lesivas a Hillary Clinton. (Esta “maquinaria” es el noticiero Russia Times).

En la capital, y de boca del segmento de los medios que apoyaron a Hillary Clinton, el informe es considerado como extraordinario por que llega a cuestionar la misma legitimidad de la elección. Igualmente, consideran insólito que Rusia haya osado intervenir en las elecciones estadounidenses, para socavar lo que consideran el “orden democrático”, indica una nota en el New York Times. 

Sin embargo, a los partidarios de Trump estas acusaciones no parecen preocuparles demasiado. Unos consideran otra muestra de que los partidarios de Clinton, no saben perder. Otros aseguran que el daño que Clinton misma le hizo a su campaña es peor que cualquier cosa que los rusos hayan podido causar.

Otros escépticos se preguntan en qué manera pudo ello alterar el resultado de la elección que, debido a los caprichos del colegio electoral, Hillary Clinton perdió en un puñado de condados en Pennsylvania, Ohio, Wisconsin y Michigan.

Existe otra dimensión a estas acusaciones de participación rusa en las elecciones.

Donald Trump está cuestionando una de las bases fundamentales de la política exterior estadounidense desde 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial: La relación contenciosa con Rusia — agua y aceite, en la doctrina geopolítica vigente.

Aunque la Guerra Fría se acabara en 1992, las relaciones con Rusia han venido empeorando en los ocho años de la administración Obama. Las áreas de discordia incluyen la anexión de Crimea en 2014, el apoyo al llamado Maidán en Ucrania y la intervención rusa en pro del gobierno de Siria en la sangrienta guerra civil.

La OTAN, creada para contrarrestar la influencia Rusia en Europa, ha aumentado drásticamente su presencia alrededor de Rusia, ocupando territorios que fueron parte de la esfera de influencia de la difunta URSS.

Rusia también ha sido aislada por los Departamentos de Estado de la Casa Blanca de Barack Obama — tanto bajo Hillary Clinton como bajo John Kerry.

Donald Trump y su equipo han dicho desde hace algún tiempo que se puede trabajar con Putin. Es más Rex Tillerson, nominado como Secretario de Estado por Donald Trump, es partidario de mejorar las relaciones con Rusia, algo que Putin ve con buenos ojos.

Trump también ha pedido una nueva orientación, que requiere cambios fundamentales en la geopolítica estadounidense. Esto podría marcar uno de los cambios más importantes en la política exterior de Trump.

Todavía no está claro hasta qué punto se han estudiado las consecuencias de esta nueva orientación.

Este temor al cambio potenciado por el intento por preservar el status quo podría explicar gran parte del furor sobre las acusaciones de injerencia rusa.

Finalmente, es algo irónico que las acusaciones de servir los intereses de Rusia, que sustentaron las acusaciones conocidas como Macartismo, se empleen en esta época.

Igualmente, con una sonrisa recordamos que EUA, nación que desde comienzos del Siglo XX ha intervenido en los asuntos de otras naciones poniendo y deponiendo títeres, tenga la autoridad para quejarse.

Carlos F. Torres, Director El Molino Online

Carlos F. Torres
Director, El Molino Online
Chattanooga, TN, 1/08/2016