Juan-Manuel-26-300x270En 2004 me fui a África para escampar la persecución política desatada por mi sucesora en el ICBF, en 2010 regresé a Colombia. Como iba venía con frecuencia, y gracias al internet, me mantenía relativamente bien informado.

Viví en Colombia los primeros dos años de la seguridad democrática. Alcancé a ver las caravanas de carros que volvían a recorrer las carreteras de Colombia bajo la protección de las fuerzas armadas.

Entre 2002 y 2004 primero sorprendido, después gratamente impresionado y finalmente algo preocupado, vi el nacimiento y desarrollo de la estrategia de los consejos comunitarios.

Participé en el referendo que negó la reelección, que luego se cuadró con unas notarías.

Alcancé a sentir el optimismo que vivían los colombianos tras los primeros cuatro años del gobierno de Uribe.

Nunca me gustó la reelección y mucho menos la forma en que el Presidente y su círculo acomodaron la constitución sin empacho alguno.

Vi, con tristeza como transcurrían cuatro años más de consejos comunitarios, de peleas con los vecinos y con las cortes, de persecución a las FAR, de chuzadas, de falsos positivos, de descalificación a los críticos, de enriquecimiento de los vástagos presidenciales.

El descontento de los colombianos alcanzó a hacerse sentir con la famosa ola verde, que con la ayuda de JJ Rendón, el entonces candidato de Uribe, JM Santos, derrotó sin dificultad. Algunos si creímos que nuestros votos derrotarían a Santos.

En 2006, cuando discutía con mis amigos y trataba de explicar mi “uribescepticismo”, que en esos años era un anatema, me refería al abandono de la justicia, a la urgencia de reformar la educación, hablaba del lamentable futuro que le esperaba a la salud pública si no se hacía algo.

Más tarde pregunté que cuando iban a hacer las carreteras que se necesitaban para que los colombianos pudieran aprovechar su recién recuperada seguridad.

Con Santos, aunque como ya dije no voté por él, me nació una esperanza.

Alcancé a creer el engaño.

Pensé que iba a impulsar las reformas de la educación, de la justicia y de la salud. Creí en un proceso de paz resultado de la convicción. Luego realicé que sus decisiones las toma por conveniencia, no por convicción. No convenía dar la pelea por la reforma de la educación, maestros y estudiantes se opusieron, inventaron una “mesa de concertación” y chau.

Con la justicia fue peor, no convenía escuchar a quienes anunciaban la debacle de un proyecto descabellado, armado por conveniencia, no por convicción.

Se dejó el proyecto a la deriva en manos de la corruptela del congreso y de las cortes. La reforma se ahogó en medio del escándalo, los culpables se reeligieron y los políticos siguen hablando de que ahora sí es urgente la reforma de la justicia. No, esa era urgente hace años.

A la salud no le fue mejor. Anunciaron una mega reforma que los grupos de interés han convertido en una conveniente reformita, que de paso aún no se aprueba.

Se dilató proceso de paz que iba a culminar en Noviembre de 2013 porque el Presidente, que no quería ser candidato, tenía la convicción que ese proceso no debería influir las elecciones. Se extendió porque el presidente descubrió que le convenía ser candidato y que a la candidatura le convenía el proceso de paz.

Hace diez años salí de Colombia.

Los problemas de mi país de entonces no han sido resueltos, ni por los unos, ni por los otros. Mi ciudad la gobernó la izquierda y la destruyó.

Acaba de pasar una semana políticamente álgida. Una semana que muchos dicen definirá la elección presidencial. Zambomba, diría el Capitán Hadock en Tintin.

Veo con tristeza que en la semana crucial los temas han sido las chuzadas, los sobornos, el enriquecimiento express de los funcionarios del Estado, la calumnia, la afrenta, el insulto.

La justicia, la educación, la salud, ¿seguirán esperando?

Han pasado diez años y no ha pasado nada.