Con una fiesta el lunes por la noche patrocinada por el diario The Washington Post y celebrada en el complejo de edificios que dio nombre al escándalo Watergate, se conmemoraron 40 años del torbellino político que comenzó el 17 de junio de 1972 al descubrirse el robo de las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata y condujo a la renuncia el 8 de agosto de 1974 del presidente Richard Nixon.

El evento, dice Howard Kurtz en Daily Beast, reunió a los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, Ben Bradlee entonces editor del Post que desafió los círculos de poder para avanzar la investigación, Frank Willis, el guarda de seguridad que descubrió el crimen, John Dean, antiguo abogado de la Casa Blanca, igual que ex congresistas y otros protagonistas del drama que cambió para siempre el panorama político de EUA.

En una época en que los periodistas nadan en un mar de desconfianza, fue una oportunidad de bañarse en la gloria de Watergate: no sólo la tenacidad de los periodistas que cubrían la ciudad y tocaron en las puertas, no sólo el editor de capa y espada, ni la oscura fuente del FBI que logró su fama en la película, pero en el nivel de mendacidad presidencial que aún conserva su poder de choque. Plomeros, dinero para comprar silencio, listas de enemigos, la grabación delatora, todos los elementos.

En medio de la nostalgia que describe Daily Beast se escucharon las voces, tanto de reporteros como antiguos políticos involucrados en uno u otro aspecto de la investigación, con advertencias que, dado el poder del dinero en la política de EUA, este tipo de cosas podría pasar de nuevo.

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