Dinastías del poder político en ColombiaPublicado originalmente en el New York Times en español. Por Sinar Alvarado. BOGOTÁ – Durante la campaña presidencial de 1974, tres candidatos se repartían las preferencias del electorado en Colombia: Alfonso López Michelsen, Álvaro Gómez Hurtado y María Eugenia Rojas. Junto a la ambición política, los aspirantes compartían otro rasgo: todos eran hijos de expresidentes.

Esta rara coincidencia, un claro síntoma del poder hereditario, fue criticada por la desaparecida revista Alternativa, que los caricaturizó en su portada bajo un título mordaz: “Los hijos de papá tras el trono”.

Enrique Santos suele reírse cuando recuerda la anécdota: “Fue una portada fantástica, muy divertida. Pusimos a los tres candidatos como niños con juguetes, vestidos a la usanza de la antigua corte francesa”.

Junto con Gabriel García Márquez y otros intelectuales de izquierda, Santos fundó Alternativa a principios de 1974 con la intención de combatir el discurso oficial que dominaba a la prensa. Pero el humor de aquella portada recordaba una realidad muy seria: la democracia colombiana funcionaba casi como una monarquía.

El propio Enrique Santos lo tuvo todo para ser un delfín, como se le conoce a quienes crecen cerca del poder y en algún momento lo heredan. Es sobrino nieto de un presidente, Eduardo Santos; es hermano del actual mandatario, Juan Manuel Santos, y además es primo de un exvicepresidente, Francisco Santos. Pero en vez de convertirse en otro aspirante al trono, Enrique Santos prefirió dedicarse al periodismo, que es el negocio principal de su familia desde hace más de un siglo.

“Nunca me gustó la política, pero sí me fascinó para analizarla”, dice. “Esto de los delfinazgos es un fenómeno deprimente, un poco desolador porque revela una dramática falta de renovación política”.

Junto a los Santos, entre los apellidos más recurrentes de la política colombiana destacan los Ospina, los Lleras, los Valencia, los Pastrana y unos cuantos más.

“Solo esos cinco apellidos suman diez presidentes, la mitad de los elegidos durante el siglo XX”, dice David Racero, un joven político de 31 años que resultó electo a la Cámara de Representantes en las recientes elecciones legislativas.

Racero es un activista de izquierda que llegó al Congreso en una coalición llamada la Lista de la Decencia y, junto con un equipo de investigación, reconstruyó varios árboles genealógicos en los que se ve con claridad la compleja maraña de relaciones filiales que domina el Estado colombiano: “Encontramos que en los últimos doscientos años hemos sido gobernados solo por cuarenta familias”.

Filósofo y aspirante a un doctorado en Estudios Políticos, Racero está investigando el tema de las élites y la hegemonía en Colombia, enfocado en responder una pregunta esencial: por qué gobiernan quienes gobiernan.

“Las élites han secuestrado al Estado a través de sus relaciones familiares, o a través de sus relaciones contractuales, asociadas con otros grupos”, dice. “Existe una adecuación institucional y legal, no en función del país o de las mayorías; sino en función de ellos mismos, los que controlan el poder”.

La campaña de Racero tuvo un marcado ingrediente pedagógico. Muchas veces se subió con sus compañeros a los buses atestados de gente, con afiches donde estaban dibujadas las genealogías del poder político regional y nacional. El grupo investigó a 2667 aspirantes al Congreso y encontró que el diez por ciento pertenece a clanes familiares que ya detentan numerosos cargos oficiales.

Además, en la reciente elección legislativa hubo un agravante: casi una docena de candidatos cuestionados llegaron al Congreso. Entre ellos figuran Richard Aguilar y Antonio Guerra de la Espriella, ambos del partido Cambio Radical, vinculados a exfuncionarios investigados o procesados por delitos de corrupción o por alianzas con grupos ilegales.

“Nos han gobernado cuarenta familias, y hoy somos un país con unos siete millones de familias. Esto no es democrático”, dice Racero. “Se supone que todos tenemos derecho a elegir y a ser elegidos, pero en la práctica muy pocos tienen la oportunidad”.

A mediados de los setenta, cuando se publicó la famosa portada de Alternativa, el país llevaba casi veinte años gobernado por el Frente Nacional, una alianza bipartidista que se turnó el poder desde 1958 durante cuatro períodos presidenciales consecutivos: dos para el Partido Conservador y dos para el Partido Liberal.

Pero la repartición iba mucho más allá de la presidencia: en los ministerios y en todas las ramas del poder público, los dos partidos negociaban y se distribuían los puestos de forma equitativa. Como resultado, gobernaron al hilo cuatro presidentes del pacto: Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana. De distintas formas, sus apellidos perdurarían durante años en la política colombiana. Incluso hasta hoy.

En la historia de este país abundan ejemplos de alianzas familiares que terminaron creando castas políticas duraderas. Existen varios casos de padres e hijos presidentes; incluso nietos. Uno de los candidatos presidenciales de este año, Germán Vargas Lleras, es nieto de Carlos Lleras Restrepo, presidente entre 1966 y 1970. Vargas Lleras fue además vicepresidente en el gobierno de Juan Manuel Santos, quien a su vez es sobrino nieto de Eduardo Santos, presidente entre 1938 y 1942.

Y a su nueva urbanización se mudaron exmandatarios como Laureano Gómez (padre de Álvaro, el que apareció en la portada de Alternativa) y el dictador Gustavo Rojas Pinilla (padre de María Eugenia, quien también fue retratada en la portada), que vivían a pocos metros de distancia. El 13 de junio de 1953, Laureano Gómez fue depuesto por un golpe de Estado liderado por su vecino, el general Rojas Pinilla. El gobierno se quedó en la misma cuadra.

Sandra Borda, politóloga y doctora en Ciencia Política, dice que las castas políticas se han fortalecido en Colombia en la misma medida en que los partidos se han debilitado. Los clanes familiares generan redes de lealtad, pero no lo hacen alrededor de principios, sino en torno a favores y privilegios que permiten construir una plataforma política.

“Como los partidos son tan débiles aquí, entonces la conformación de esas redes queda en manos de las familias, que se van vinculando y participan en la extracción de recursos. Así se apropian del Estado”, explica la investigadora.

La opción de otro liderazgo: Pero las elecciones presidenciales de este año empiezan a mostrar el nacimiento de un nuevo escenario. Los partidos tradicionales, en crisis desde hace casi dos décadas, ya no son capaces de imponer candidatos con opciones reales de triunfo. Sus estructuras aún conservan poder regional y local, y logran representación en el Congreso.

Pero a escala nacional perdieron poder desde el surgimiento de Álvaro Uribe, el expresidente que vino desde la provincia, exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia, y llegó al poder con una base de apoyo distinta, integrada por empresarios regionales y ganaderos.

Los dos períodos de Uribe pueden leerse como una transición entre el viejo sistema de castas y la llegada de uno nuevo, más marcado por liderazgos personales y una creciente ola de indignación aprovechada por la izquierda. El propio Juan Manuel Santos, aunque es heredero del viejo sistema, llegó al poder promovido por el liderazgo de Uribe. Y puede decirse que hace parte de esta transición.

Ahora, por primera vez, los candidatos con más chance están lejos de las familias que detentaron el poder durante más de un siglo.

Germán Vargas Lleras, nieto de presidente y exvicepresidente, no despega en las encuestas. Mientras Gustavo Petro, un exguerrillero y exalcalde de Bogotá, muestra mejores posibilidades de llegar al poder. Junto a Iván Duque, un delfín de una nueva especie, sin parentesco filial con Álvaro Uribe, pero elegido por él como candidato de su partido, el Centro Democrático. A ellos se suma Sergio Fajardo, un matemático independiente que fue alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia.

Este panorama electoral parece marcar el comienzo de una nueva época, donde la élite dominante enfrenta dificultades para conservar su monopolio del poder. En el mes de mayo, Colombia acudirá a una elección presidencial atípica con distintas opciones que hablan de una apertura inédita.

New York Times en español

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