Los hijos de nadieCon motivo del Día de Internacional de los Refugiados proclamado por las Naciones Unidas, y en el marco de la desgarradora crisis humanitaria en la frontera México-EUA causada por la separación forzada de niños de sus padres refugiados, reproducimos el siguiente texto de Margarita Solano, periodista radicada en México y autora de Sin Maletas. Publicado en 2013, este texto sigue tan vigente como si se hubiese escrito ayer.

Por Margarita Solano, Nogales, Sonora — Hay caminos que conducen a trampas mortales, uno de ellos es intentar cruzar el desierto de Arizona de la mano de un “pollero” cuando eres niño. Los ojos de un turista cualquiera ven un paisaje majestuoso: Dunas, cactus, arena y arbustos: los de Juan, fueron testigo de una pesadilla que duró cuatro días y tres noches cuando fue abandonado en la inmensidad de 311 mil kilómetros cuadrados. Un territorio más extenso que la península de Italia  incluyendo las islas de Sicilia, Cerdeña y Elba.

Los niños migrantes que son abandonados en el desierto de Arizona triplican el número de víctimas mortales del 11 de Septiembre.

Anclado entre Nogales, México y Tucson, Estados Unidos, se encuentra el desierto de Arizona cuya dimensión es apabullante al igual que sus secretos. Uno de ellos, lo hace público Juan, un niño de nueve años oriundo de Guerrero que junto con otros 2 mil 85 menores de edad, sobrevivieron a la travesía del sueño americano sin ningún adulto a su cuidado.

– Uno sale con lo que tengo encima, una camisa y un pantalón, pero mi hermano me dijo que no cargara mucho peso. Mamá me hizo tortillas con botellas de esas de agua bien congelá (sic) pero cuando iba en el tráiler, los hombres me las quitaron pues… yo se las di de mero susto, miedo mucho miedo me daban porque tenían pistolas de a de veras..

–¿Mamá te encargó con un hombre para que te llevara con tu hermano en los Estados Unidos?

– Sí. Ella dio en un sobre varios billetes pues y me mandó con ellos en un tráiler con mucho calor, mucho calor y las cobijas encima para escondernos pero tenía miedo de lo oscuro y yo quería volver con mi mamá –las lágrimas de Juan, se escurren por sus mejillas.

– ¿A quién buscas en Estados Unidos?

– A Papá allá en el otro lado vive y nos llama, nos manda para la comida pero mamá no puede irse donde él polque (sic) cuesta muchos billetes de dinero pues y ahora yo venia a buscarlo mientras mi mamá trabaja en la milpa para poder juntar más dinero para llegar allá donde mi papá.

– ¿Cómo era el desierto?

– Era grande mucho mucho grande (sic) y querían que lo camináramos todo, mucho caminar en la luz y de noche pues me picaban los pies y no podía caminar más y me caía y me caía y me caía, me dejaron porque me caía…

Los coyotes dirigieron a Juan y al resto de los migrantes hasta al anochecer. Supo el niño que sus pies no seguían al compás del grupo porque la comezón y el dolor lo dejaban sin aliento. “Ahí te quedas morro”, fue lo último que escuchó cuando dejaron de esperarlo. No sane cuánto tiempo transcurrió hasta que “unos señores que ayudan a migrantes”en el desierto de Arizona, lo llevaron al albergue Camino a Casa de Nogales, México.

–¿Qué comiste esos días?

– Las tortillas de mi amá y un poco de agua porque las botellas me las quitaron los guías, se las llevaron pues para ellos”…

–¿Qué te duele?

– Aquí mucho mucho (señala los pies) me pican y no puedo caminar…”

Las quemaduras en los pies del niño, dejan ver tres ampollas reventadas a ras de piel. Pablo Cervantes, el médico del albergue Camino a Casa ha dado el diagnóstico: “El niño tiene quemaduras de segundo grado y deberá ser trasladado a un hospital para continuar con su tratamiento”; él es el único apoyo médico que auxilia a los miles de niños y niñas que deambularon solos por el desierto.

A Juan no le queda claro dónde está, pero sonríe cuando le aseguran que ha llegado a México. Se envuelve en una cobija gris y cierra los párpados por varias horas esperando que sus pies dejen de picar. Isabel, la directora del albergue, ha localizado a su mamá de y “tendráque esperarla una semana mientras consigue dinero para llegar desde Guerrero hasta Nogales” en un trayecto de 2 mil 500 kilómetros en autobús.

La historia de Juan muestra la problemática de los 2 mil 85 menores de edad que han llegado al albergue “Camino a Casa” de Nogales entre enero y marzo de 2013 sin un adulto responsable. Los traficantes de migrantes los han dejado a su suerte en medio de la nada. Otros 2 mil 420 también fueron encontrados en los mismos meses por las autoridades migratorias de los Estados Unidos, pero iban acompañados de un familiar que responde por ellos.

No existe en México otro puerto fronterizo que aglomere tantos niños repatriados como el de Nogales, Sonora. Las cifras son reveladoras. Por Nogales ingresa el 53 por ciento de los niños en busca del sueño americano, revela el Instituto Nacional de Migración.

En el 2010, 13 mil 705 niños migrantes fueron encontrados sin ningún acompañante en el desierto de Arizona. Un año después, la cifra arrojó 11 mil 519 casos y el 2012 cerró con 13 mil 589 en iguales circunstancias. Son un promedio de 45 mil menores de edad que han salido solos de casa en busca del sueño americano en los últimos cuatro años y que podrían llenar el estadio Pascual Guerrero.

Sus rostros ingenuos, pequeñas extremidades, lento paso y llanto constante, son considerados por los llamados “polleros” o “coyotes”, como un obstáculo para trasladar niños de Centro y Sudamérica a los Estados Unidos. Los empujan, gritan, someten y a muchos de ellos no se les vuelve a ver nunca más.

“Sus familiares en Estados Unidos deben pagar entre 3 mil y 10 mil dólares a un traficante de niños por hacerlos llegar con ellos”, cuenta Flor Ayala, Diputada Federal del Estado de Sonora y quien ha estado de cerca con infantes que tienen la misma edad de sus tres hijos y ya han intentando dos y tres veces cruzar solos el desierto.

El reporte médico y sicológico del albergue Camino a Casa, aglomera un lista interminable de niños y niñas víctimas de abuso sexual, con trauma sicológico y depresión severa.  Y aunque los monstruos del desierto les dejarán huellas tatuadas en su ser, nueve de cada diez, quiere volver a intentar cruzar las frontera para poder estar unidos a una madre, padre o hermano que sílogró el sueño americano.

Juan sigue dormido aunque se queja del dolor en sus pies. Llegó de Guerrero, estado que junto a Oaxaca, Chiapas y Veracruz, tienen los más altos índices de expulsión de migrantes en México. Su español es confuso pero en su expediente está la razón. El niño habla una de las 67 lenguas indígenas que existen en territorio nacional.

Un olor desagradable se transpira por las paredes del albergue. Se cuela por la garganta y provoca estornudos. No hay rastros de basura, tampoco comida descompuesta y el piso está limpio. Isabel, la directora del albergue, se ha vuelvo inmune a inhalar y exhalar el olor a ajo que recorre el inmueble. “Los muchachos se embadurnan de ajo los pies y las piernas para ahuyentar las picaduras de animales”. Al olor del ajo hay que sumarle una mezcla del sudor, carne quemada y días y noches sin agua ni jabón… es el olor de la inmundicia moral de quienes trafican con niños en la frontera.

Niños de nadie

Estadísticas de los niños de nadieHuesos en el desierto

Para cuando Gloria de 13 años abrió los ojos, sintió que el empalme de sus manos se adhería a un objeto desconocido.Ya sentada, volvió la vista a la arena caliente y ahí estaba ella, encima de un cuerpo descompuesto. Se había desmayado encima de un cuerpo inerte que permanecía en la arena hirviente. No supo si era hombre o mujer, un brinco la obligó a pararse, gritar… huir.

El cuerpo de Gloria se dejó caer en medio de las dunas desérticas a la media noche.

–Déjala y sigue –fueron las palabras del “pollero” que dirigía a un grupo de una veintena de migrantes. La niña perdió entonces la conciencia después de seis días seguidos de caminar por el desierto de Arizona con poco menos de medio litro de agua. Cuando volvió en sí, estaba sola, sin alimentos y encima de un par de huesos parcialmente descarnados.

Su historia fluye en el dormitorio de las niñas migrantes repatriadas del albergue Camino a Casa.

Sentada en una butaca de plástico, luce deprimida, enojada y frustrada por no haber podido llegar donde quería. Es de Oaxaca y trabajó en el campo por tres años seguidos “para pagar 3 mil dólares que le pagamos al coyote para ir hasta Denver, Colorado a conocer a mi Papá… él vive allá y mi sueño es poder estar con él”llora desconsolada.

“La migra me encontró en el desierto sola, yo estaba perdida me llevaron en unas camionetas y me trajeron aquí para llamar a un familiar y volver a mi casa”, dice la adolescente con la mirada fija en el infinito. Conocer al padre ausente es para Gloria una obsesión que le ronda todo el día, aunque para lograrlo, tenga que arriesgar nuevamente su vida.

Encontrar huesos y cuerpos en estado de descomposición en el desierto de Arizona es una constante. Según un estudio reciente publicado por el Instituto Binacional de Migración de la Universidad de Arizona, el desierto se ha convertido en el cementerio de 2 mil 238 migrantes en dos décadas.

El año pasado, llegaron a la morgue 142 cuerpos de migrantes que no alcanzaron el sueño americano. México encabeza la lista desde hace dos décadas con mil 209 decesos seguido de Guatemala con con 104 casos, Salvador con 34 y de 72 migrantes se desconoce su nacionalidad.

La Universidad de Arizona, detalla que la causa de muerte de los niños y adultos migrantes, fluctúa en cinco categorías: muerte natural, accidente, suicidio, homicidio o causa indeterminada. La mitad pierde la vida por deshidratación, picaduras de animales, infecciones provocadas por las altas temperaturas y un cuatro por ciento ha sido asesinado en medio de la nada.

También existe del otro lado del a frontera mexicana un Proyecto de Inmigrantes Desaparecidos que se ha puesto en marcha por la Internet con una base de datos completa donde los familiares pueden ubicar a sus seres queridos. La iniciativa ha sido aplaudida por autoridades de los Estados Unidos, pese a que 800 migrantes continúan como no identificados.

“Las mentiras de los polleros hacen que los migrantes caminen días y noches bajo la promesa de llegar en pocas horas a su destino” cuenta Manuel Padilla, Jefe de la Patrulla Fronteriza de Tucson en Estados Unidos.

Entre la soledad y el miedo

 – Estaba así con las manos alzadas y veo que me patean…

¿Y tú morro qué? ¡camina! –entonces caminamos y atrás me dicen.

– Camina más recio sino te doy un tiro en la espalda.

La mano va y viene sobre el ojo izquierdo en un intento por contener las lágrimas del rostro. Se llama Maximiliano, tiene diez años y la Border Patrol lo encontró en el desierto de Arizona totalmente deshidratado.

“Llegan con mucha angustia, mucha ansiedad por la experiencia que acaban de pasar. Ellos lo manifiestan al no estar tranquilos dentro de la institución y al querer salir inmediatamente. Inclusive muestran esa desesperación por querer tener contacto rápido con los papás y decirles que están aquí y que no los vayan a querer explotar” platica Mariano Posada Meza, sicólogo del albergue Camino a Casa de Nogales, Sonora.

Los oídos de Mariano recogen las historias de más de 100 niños que llegan diario a su consultorio. Tiene la obligación de escucharlos, orientarlos y descubrir sus miedos, anhelos y tristezas, detrás de un viaje con retorno.

“Su comportamiento no es la de estar tranquilos, sentados esperando, inclusive esa ansiedad los puede llevar al llanto que los lleva a una tristeza profunda por querer ver a sus padres”, agrega el sicólogo en el patio central de la institución.

Unos juegan baloncesto, otros más usan las cartas en las mesas del albergue esperando que las actividades lúdicas hagan que el tiempo corra para que alguien pase por ellos. Pero no todos conviven entre sí. Un par se aísla, se esconde y abrazan sus piernas sentados en los pasillos “porque no hablan español”, explica Posada Meza.

Pablo es de Veracruz y se anima a contar su historia escondiendo la mirada. “Yo iba a la Florida a trabajar en la presa con mi hermano que me iba a recoger en la frontera porque yo no tengo papá, en mi pueblo lo mataron”las lágrimas escurren el rostro de Pablo, un niño migrante de doce años que partió de San Pablo, Veracruz.

Contrario a lo que muchos pensarían, ocho de cada diez niños migrantes repatriados anhela llegar a los Estados Unidos no por planes de mejorar su economía sino por reunificación familiar. “Son niños que han sido dejados en el sur de México con abuelos, tíos, primos o hermanos mayores y papá o mamá se han ido al otro lado”, precisa Flor Ayala, legisladora federal por el estado de Sonora.

En punto de 12:45 le avisan a Isabel Arvizu, directora del albergue, que acaba de llegar otro grupo más. Suman 67 en un día donde la cifra terminó en 153. El protocolo entre México y Estado Unidos, señala que los menores de edad deben repatriarse de entre las 9 de la mañana y las 7 de la noche. Antes, del lado americano enviaban niños migrantes conforme iban llegando a los separos del lado Estadounidense sin importar si eran las dos o tres de la mañana.

Descienden de una mini van y se registran en una libreta blanca a la entrada de la institución. El turno ahora es para Luís de Veracruz, Wendy de Oaxaca, Luisa de Guerrero, Javier de Chiapas, Jorge del Estado de México. Le siguen María de Cuernavaca, Aurora de Veracruz, Joel de Chiapas, Carmen de Guerrero y Johana de Puebla.

La lista parece interminable y los renglones de la libreta se llenan de color azul en cuestión de segundos. Es la evidencia de una problemática apabullante.Rostros amilanados, zapatos rotos, calcetines pintados de sangre, camisas que terminan desdibujadas por el sol y caritas hechas carbón por la inclemencia del clima.

“Extraño a mi mamá a mis hermanos, ellos no sufren como yo sufro allá en el otro lado (Estados Unidos)…se sufre mucho sin estar contigo mamá… a todos los niños, que intenten cruzar que no crucen, aquí sufre uno”, concluye Pablo ataviado por las lágrimas.

Son los monstruos del desierto. Esos que imaginaron en una noche de pesadillas y que se han encontrado frente a frente más de 40 mil niños en el desierto de Arizona que separa México de Estados Unidos. Monstruos de carne y hueso que se ensañan con los más vulnerables. Esos que dan miedo a los grandes y también a los más pequeños.

Nogales: ciudad entre muros

JoséAntonio Elena Rodríguez, tenía 16 años cuando murió de once balazos por la patrulla fronteriza de los Estados Unidos. Los casquillos de bala quedaron marcados en la pared del doctor Contreras quien prefirió resguardarse en su consultorio cuando escuchó las detonaciones.

El médico nogalense dejó pasar diez minutos antes de abrir la puerta. Al asomarse se encontró con el cuerpo de un joven tendido boca abajo en la banqueta de la calle de nombre “internacional”. Era octubre de 2012. José Antonio fue visto por la patrulla fronteriza de Nogales, Estados Unidos, subiendo por los barrotes que dividen ambos países.

La versión de los patrulleros estadounidenses, es que el adolescente  lanzó piedras cuando estaba  del lado mexicano. En respuesta, José recibió once disparos por la espalda y nueve más quedaron atrapados en la pared del doctor Contreras.

Han pasado 10 meses desde aquel día. Con marchas y manifestaciones, familiares y amigos cercanos de José, alzan la voz como un grito desesperado por hacer justicia. Una cruz de acero adornada con flores blancas y rosadas, convierten un altar en la banqueta donde murióJosé Antonio. Veladoras apagadas por el paso de los días, flores frescas y marchitas sobre una placa en donde se lee: “descansa en paz mi bebé”.

Dice la leyenda que la suprema facultad del hombre no es la razón sino la imaginación.   En Nogales “no existe una sola persona que no tenga una historia relacionada con la migración”, cuenta Fortunato Leal que lleva más de veinte años viviendo en Nogales del lado mexicano.

La droga, la reunificación familiar y ver a la potencia mundial a menos de diez pasos de distancia, “le daña la cabeza a cualquiera”, narra un vecino que prefiere mantener su nombre en el anonimato y sonríe al pensar en las mil maneras ilegales que existen del lado mexicano para ingresar a los Estados Unidos.

Han intentado cruzar a Nogales, Estados Unidos, metiéndose por debajo del alcantarillado que comparten ambas ciudades. A base de herramientas manuales como picos, palas y cinceles, construyen narcotúneles que atraviesan dos países con menos de 200 metros.

Hace dos meses, el Ejército Mexicano encontró un túnel subterráneo bastante inusual. Había sido levantado en un edificio por donde cuatro años atrás, funcionaba el Centro de Atención al Migrante. La calle Internacional de Nogales, la misma que vio morir a tiros a José Antonio Elena Rodríguez, ha sido testigo de la creación de varias cavidades subterráneas.

En los últimos seis años, el Ejército Mexicano ha logrado destruir 51 narcotúneles entre la frontera de Sonora y Estados Unidos. Y es que el mercado negro para entrar de ilegal a territorio estadounidense por esta frontera, se torna descarado y desmedido.

Ofrecen visas falsas a 200 dólares con fotografías de aspecto similar al comprador. El resto se arregla en una buena peluquería por 15 o 20 dólares para teñir cabello, arquear cejas, pulir bigotes y hacer todo lo estéticamente posible para parecerse al de la fotografía de la visa americana falsa.

Ana no se tiñó el cabello, ni pasó por una estética para parecerse a la jovencita que aparecía en la fotografia de la visa falsa por la que sus padres pagaron 400 dólares para que llegara con ellos a Denver. Le dijeron que tenía que aprenderse de memoria un nombre que no era el suyo, otra fecha de nacimiento y decir que iba de compras a Nogales Arizona.

Pero la adolescente fue descubierta por los agentes migratorios en la garita peatonal. Le quitaron la visa apócrifa y ahora narra su historia desde el albergue “Camino a Casa” de Nogales.“Iba nerviosa, nunca es fácil mirar a la autoridad sabiendo que vas mintiendo”, cuenta Ana en el dormitorio de mujeres.

La historia de Ana se repite, se multiplica en Nogales, Sonora. Encuentras personas y lugares con instructivos y tácticas para cruzar la frontera de mojado. Usar ajo en los pies, puede prevenir las picaduras de serpientes y alacranes en el desierto. Estar acompañado, merma el riesgo de ser víctima de abuso sexual por parte de los polleros y hay que aprender a correr, rápido sin mirar atrás, en un intento por escabullirse de la “migra”.

Y es que la vida de las 400 mil personas que viven en Nogales, está determinada por lo que ocurre con sus 20 mil vecinos, del lado de Estados Unidos. De este lado, viven de la industria maquiladora y sus parques industriales. La tierra árida y la falta de agua, hace que en Nogales no sea ideal para la agricultura, menos la pesca.

El ingreso de comida, bienes e inmuebles, llega desde dos puntos: Hermosillo y Nogales, Arizona. Los que sí tienen visa americana, pasan caminando por la garita peatonal para comprar leche, huevos, una botella de whisky y cigarros. Todo es mucho más barato del lado americano y además “no pagamos impuestos”, dice Selene que trabaja en la presidencia municipal de Nogales y cada que tiene una fiesta, un cumpleaños o va de antro con sus amigos, pasa caminando a Estados Unidos y compra accesorios a menos de 3 dólares.

Sólo quien amanece viendo por su ventana los barrotes que dividen México y Estados Unidos, pueden comprender el significado de habitar en una ciudad fronteriza. Los barrotes altos, delgados, intimidan. Tres años atrás, el cerco territorial estaba hecho de cemento. Nadie podía ver lo que ocurría detrás de cada franja.

Ahora unos tubos enormes, cual gigantes que vigilan, permanecen erguidos entre ambas naciones. Manos que se abrazan en medio de los barrotes cual prisión en una tarde de domingo. La novia de un lado, el novio del otro. Se hacen visita, intercambian cartas, se abrazan con los barrotes a la mitad de sus extremidades.

En la azotea del edificio más alto de Nogales del lado mexicano se observa un paisaje peculiar. La Nogales de aquí y de allá. Si los barrotes no estuvieran en medio, el paisaje podría  retratar una misma ciudad.

Las casas en el cerro de la montaña, el español como lengua primaria y no secundaria. Incluso las facciones físicas son casi uniformes. El 80 por ciento de los habitantes de Nogales, Arizona, son mexicanos en su mayoría sonorenses. Mexicanos que lograron tener una visa o culminar su travesía de ilegales por el desierto.

Los encuentras en tiendas de abarrotes, de comercio de ropa, zapatos y electrodomésticos Nogales, Arizona. Venden en Español, entienden el inglés e identifican a sus connacionales con tan sólo una mirada.

Pasando la garita peatonal, se divisan más de veinte tiendas y centros comerciales. Abren a las 9 de la mañana y cierran a las 6 de la tarde y quince minutos antes de cerrar, los mexicanos pasan a comprar sus víveres caminando. Llevan fruta, verdura y leche; se les ve cargando bolsas y carritos de hacer el mandado.

En el camino se topan con Luisa, Carmen y Karen. Unos de aquí y otros de allá, pero todos mexicanos. 400 mil almas que habitan en el cruce fronterizo más concurrido por niños, niñas y adolescentes en todo el país: 13 mil 589 en el 2012.

Son las historias detrás de las cifras, las de niños perdidos en el desierto buscando a mamá; del hombre que logró cruzar por el acueducto que hoy está vigilado; de la mujer que pasa diario a comprar leche a los Estados Unidos. Es la historia de estas dos Nogales partidas a la mitad donde las fronteras tienen límites que las ponen tan cerca y a la vez tan lejos.