Delirio se llama un espectáculo de salsa, la música afrocaribeña por excelencia, que se presenta en Cali.  Es de lo mejor que se puede ver en Colombia.

El 21 de noviembre se arrancó un paro nacional que ha tenido momentos horribles, como el intento de incendio del Palacio Liévano, sede de la alcaldía mayor, y el saqueo del estacionamiento de bicicletas de la terminal de Transmilenio en Suba.  El todavía inexplicable toque de queda del 22 de noviembre y el pánico por una epidemia de noticias falsas que anunciaban saqueos a viviendas en varias localidades del Distrito Capital, algo semejante a un pánico que vivieron los caleños en la noche de 21.  Excesos de los vándalos, más de 300 agentes de la policía heridos.  De todos los momentos, el más horrible el homicidio culposo de Dilan Cruz que murió en un difícil de entender enfrentamiento entre el ESMAD y una marcha pacífica que pretendía llegar a la Plaza de Bolívar.  

Tuvo también el paro nacional momentos que daban esperanza.  El espontáneo cacerolazo que se fue esparciendo por la ciudad de Bogotá en la tarde noche bogotana del 21 de noviembre les puso a muchos la carne de gallina.  En el “parque de los hippies” se presentaron varios momentos de verdadera protesta pacífica.  El concierto del domingo 8 de diciembre mostró de nuevo la cara “amable” de la protesta.

Mostró el paro del 21 de noviembre a un presidente vacilante, mal preparado.  Hasta el 20 de noviembre estuvieron el presidente, su gobierno y su partido en un absurdo negacionismo de la problemática y en una campaña de desprestigio y de estigmatización de la protesta.

Cuando entendió el presidente que algo tenía que hacer arrancó una con el pie izquierdo lo que él y su equipo creyeron que era una propuesta de diálogo con su conversación nacional, que lo único que logró fue exacerbar los ánimos.  En la semana del 25 de noviembre el Comité del Paro Nacional fijó su posición, exigiendo una negociación directa con el Gobierno sobre 13 puntos.

Desde entonces las protestas se repiten, los incidentes continúan.  El 16 de diciembre hubo de nuevo vandalismo en la Universidad Nacional.  Se interrumpió el inicio de las fiestas de la novena de navidad en la Plaza de Bolívar a lo que el alcalde Peñalosa respondió como siempre con una babosada monumental.

Llegamos así al momento culminante, climático o anticlimático.  

El Gobierno empuja el ferrocarril de los acuerdos con los partidos que lo apoyan para sacar adelante su reforma tributaria bautizada la “Ley de Crecimiento” que incluye algo de caramelo social pero que muchos han catalogado de regresiva.  LA reforma era uno de los caballitos de batalla de los convocantes del paro. 

El “Comité del Paro Nacional” pasa de representar a un importante sector de la población al delirio presentando un pliego de peticiones que se traduce en un programa de gobierno de extrema izquierda.

Y hasta ahí llegué yo, e imagino que muchos colombianos.  No es posible pensar que la gente que uno veía en las marchas, en el parque de los hippies, en la batucada de la calle 85 con carrera 15, en los cacerolazos de los barrios de Bogotá, esté de acuerdo con estupideces como la nacionalización de los servicios públicos, la salida de la OECD, el replanteamiento de la doctrina de seguridad del Estado, la liberación de todos los detenidos durante los actos vandálicos del 21 de noviembre.  Por Dios, ¿en qué están pensando?  ¿Creen que porque sacaron a 300 mil personas a la calle pueden decir imponer a 41 millones de colombianos una agenda de extrema izquierda?

Cuando Bogotá y Medellín y otras ciudades optaron por una agenda de centro, articulada con claridad por Claudia López en entrevistas y declaraciones a los medios de comunicación, los de Comité del Paro se van a la extrema izquierda.  Lamentable, no hay otra palabra para describirlo.

Lo peor le acaban dando la razón a quienes desde la otra extrema, la derecha, están denunciando desde antes del 21 de noviembre que este es un paro organizado por la extrema izquierda para lograr en la calle lo que perdieron en las elecciones.

Ridículo oír a Julio Roberto Gómez tratando de explicar semejante esperpento.

Se me acaba la esperanza. No le creo a Duque, no le creo al Centro Democrático, no le creo al Congreso, no le creo a una Corte Suprema incapaz de elegir fiscal o magistrados y ahora tampoco le creo a estos idiotas útiles que se prestan a convocar a la gente a protestar y cuando ven una lucecita de éxito resuelven cambiar la Constitución desde la calle.

Y ahora ¿quién podrá defendernos?