Reclutamiento menores
Foto cortesía Sandy Miler

En agosto de 1998 me posesioné como director del ICBF.  Me tardé un par de meses entendiendo el potro en que me había montado.  Ya hacia finales de año tenía una idea de lo que era el instituto, de la cantidad de oportunidades de hacer cosas maravillosas y también de la cantidad de oportunidades que los políticos veían en su burocracia para hacer cosas menos maravillosas.

Llegó el fin de año.  Había que cerrar la contratación.  Hacer los trámites para asignar recursos que no se habían comprometido en el año sin caer en la trampa de la contratación de última hora para evitar vigencias expiradas.  

Empezando 1999 había llegado la hora de comenzar a plantear una estrategia integral para los tres años y ocho meses de gestión que teníamos al frente.  En esas se vino el terremoto del eje cafetero y allá acabé enterrado coordinando las acciones para proteger a niños y niñas, la recuperación de la infraestructura del instituto y apoyando un enorme esfuerzo de apoyo a los damnificados.  

Juan Manuel UrrutiaHacia marzo, ya con el Forec en pleno funcionamiento, pude volver a ocuparme de la dirección general.  Me visitó una persona de confianza y me dijo que en el ICBF había dos excombatientes, Mabel y Julián, que tenían una propuesta muy interesante.  Me reuní con ellos, en eso que llamaban mi despacho, y me contaron los horrores del reclutamiento de niños y niñas por parte de los grupos involucrados en el conflicto.  Se me encendieron dos bombillos, uno de indignación y otro de acción.

Así nació el programa del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar para la promoción de la desvinculación de niños y niñas vinculados a los grupos armados y para su rehabilitación.  A todos y a todas se les trataría en adelante como víctimas, aún si hubiesen sido capturados en combate.  

Desde ese momento hasta el día en agosto de 2002 en que salí por la puerta del instituto, religiosamente, por lo menos una vez por semana me reunía con Mabel y Julián (QEPD) a revisar el avance del programa.  

El comienzo fue duro, pero el discurso fue calando y con el apoyo de UNICEF, del ministerio de Defensa y de la Procuraduría, a los que más tarde se unirían donantes internacionales y otras agencias del Estado se logró darle visibilidad al problema.  

Con el tiempo aumentaron las desmovilizaciones, se volaban, se entregaban o los entregaban en algunos casos comandantes de cuadrillas a los que les había calado el mensaje.  Con el apoyo de Graça Machel, ya casada con Nelson Mandela, que había dirigido la producción de un importante informe sobre el impacto de los conflictos armados en los niños y niñas soldados, se consolidó un programa integral de atención a los niños y niñas desvinculados.

En el marco de ese programa establecimos unas casas de paso, bastante secretas, en donde se iniciaba la rehabilitación de los niños desvinculados.  Llegamos a tener cuatro casas de esas en la Sabana de Bogotá, quintas de recreo arrendadas a sus propietarios con recursos de la OIM y de USAID.  A mi se me volvió costumbre visitar esas casas para ir a conversar con esos niños y niñas.

Sus relatos eran siempre sorprendentes.  

Desde la niña que se voló de su casa por la ventana porque su padrastro abusaba de ella.  Tenía 14 años y se escapó ayudada por un guerrillero del que se había enamorado y que la dejó a los dos meses de haber llegado al monte, acabando de esclava sexual de la cuadrilla y siendo obligada a abortar en dos ocasiones.  Cuando la conocí tenía 17 años, había llegado caminando a un cuartel del ejército y se había entregado junto con su novio él de 16 años. Me dijo “yo quiero estudiar pa no tenerme que ir de puta pa mi pueblo”. 

Hasta el niño de 13 años que un día se llevaron los muchachos de su rancho en el Caquetá luego de amenazar a su mamá de violarla todos si no lo entregaba.   Ese era un pelao avispado, tenía 14 años cuando lo conocí, se hizo el muerto en la primera operación en que participó, lo recogieron los “otros muchachos” como le decía él a los soldados y afortunadamente nos lo entregaron sin interrogarlo.  

A muchos no les fue tan bien.  Fueron maltratados y revictimizados por las fuerzas armadas, por la policía, aún por funcionarios del ICBF que no les creían sus historias.  Nosotros les creíamos y ellos nos contaban.  Así quedaron muchísimos testimonios de los horrores que cometieron las autodefensas, las FARC y los Elenos en el marco del conflicto.

Una de mis últimas acciones antes de salir del ICBF fue pasar una tarde conversando con 10 niños y niñas que ya estaban completando su proceso de reinserción en una casa que teníamos en Subachoque, una tarde que recuerdo con nostalgia, con inmenso cariño y con la satisfacción del deber cumplido.

De ninguno de esos niños y niñas tuve noticias directas, pero Mabel y Julián y otras personas que trabajaron con ellos me relataron más adelante que en la mayoría de los casos la reincorporación había sido exitosa.  Siempre hubo excepciones, pelaos que se metieron con el que no era y acabaron mal. 

En 2010 cuando regresé de Suráfrica tuve varios encuentros con Mabel y Julián, él ya estaba algo enfermo.  Me contaron que mientras el apoyo de USAID continuó se pudieron sostener las casas.  El tema del reclutamiento y el uso de niños y niñas como soldados por los grupos alzados, sin embargo, perdió importancia en un ICBF más dedicado al asistencialismo que a la defensa de los derechos de niños y niñas.  

El gobierno de la seguridad democrática barrió debajo del tapete el asunto en las negociaciones con los paramilitares, en eso que llamaron Justicia y Paz, los paramilitares echaban cualquier cuento, el “tribunal” copiaba y listo, no hubo investigaciones no hubo denuncias.  

Extrañamente el “uribismo” retomó la bandera de los niños y niñas soldados para criticar y atacar el proceso de paz de La Habana.  Hay que reconocer que las críticas son acertadas, en el Acuerdo de Paz del Teatro Colón, los niños y niñas y los abusos contra ellos cometidos brillan por su ausencia.

No me extraña entonces que las FARC también pretendan barrer toda esa porquería debajo del tapete de la impunidad.  Antier cuando escuché que Sandra Ramírez afirmaba que las FARC no habían reclutado menores de edad forzosamente se me salió un madrazo que espantó a la pobre Mónica, mi esposa, que creyó que me había dado un porrazo, pues así grito cuando me caigo, lo que me pasa con frecuencia a medida que avanzan los años, es que me he vuelto muy torpe.

Luego cuando Timochenko a quien he defendido por su compromiso con el proceso de paz reiteró semejante mentira se me revolvieron los hígados.

Me consta que hay cienes si no miles de testimonios de niños y niñas reclutados engañosamente o a la fuerza por las FARC y por otros grupos.  Los usaron como mensajeros, como esclavos y esclavas sexuales, como carne de cañón.

A las FARC les llegó la hora de enfrentar la justicia por unos de los crímenes más horrendo que cometieron.  Empieza un largo camino con el proceso que ha iniciado la JEP.   

https://www.semana.com/nacion/articulo/la-jep-llama-a-version-a-14-exjefes-de-las-farc-por-reclutamiento-infantil/688607

Es fundamental que la JEP llegue hasta el fondo del asunto, tiene con qué y los testimonios están.

Los niños y las niñas víctimas de esos horrores merecen que se sepa la verdad, que los autores reconozcan, y que haya reparación.