No guta! Decía furiosa mi hija Carolina antes de escupir una inmunda compota de ahuyama con hígado de ternera que, ahora estoy seguro, algún enemigo nos convenció a su mamá y a mí que le diéramos.

¡No guta! Ni poquito lo que está pasando en los Estados Unidos.

Juan Manuel UrrutiaEntre 1986 y 1998 y luego entre 2003 y 2016, mi vida estuvo íntimamente ligada con los Estados Unidos, ya que primero como empleado y luego como consultor trabajé para tres contratistas de la Agencia para el Desarrollo Internacional la famosa USAID.

Hice parte de varios programas diseñados y financiados por esa agencia para atender a las necesidades de las comunidades de los países beneficiarios del programa de ayuda internacional más generoso y desinteresado que se haya implementado en el mundo desde el plan Marshall.

Mis funciones me llevaron a todos los países de América Latina y a varios países del Caribe. Conocí a cientos de funcionarios, de consultores, hice amistades entrañables que aún conservo.  Durante todos esos años siempre sentí una profunda admiración por una nación tantas veces criticada por sus acciones, admiración que se basaba en la generosidad de su ayuda internacional, en la entrega de los funcionarios que dirigían los programas, en las enraizadas convicciones de equidad, e igualdad de géneros, de razas y de creencias que todos y cada uno de esos profesionales defendían.

Con mis amigos más cercanos, unos demócratas, otros republicanos, hablábamos de política, siempre con tranquilidad, sin exageraciones, sin extremos.  Nos burlamos del episodio de Mónica Lewinski, nos sorprendió la elección de Bush hijo, nos acongojó el 11 de septiembre, nos dolieron las reacciones guerreras del gobierno republicano y nos regocijamos con la elección de Barack Obama.

Mi última misión internacional, me llevó a Madagascar en noviembre de 2016.  En una crónica de ese momento describía las reacciones de quienes estábamos en el momento en que se anunció la elección de Donald Trump.  Yo me temía cosas malas, pero nunca pensé que nos tocara vivir lo que estamos viviendo.

A raíz del asesinato de George Floyd se fue desnudandocomo quien pela una cebolla el grado de polarización a que ha llegado la política norteamericana.  Capa tras capa se fueron destapando los extremos.  Quienes creen que van a cambiar un pasado marcado por el racismo tumbando estatuas, en la Gran Bretaña y en Estados Unidos están tan equivocados como quienes sostienen que todas las protestas en contra del racismo son el resultado de una conspiración de la izquierda comunista para desestabilizar el progreso de las democracias occidentales.

Desde otro ángulo, el manejo de la pandemia del Covid-19 se ha ido politizando en los Estados Unidos, lo que me temo producirá resultados muy lamentables.  Me reporta una de nuestras hijas, que pasó con su marido buena parte de la “cuarentena” en México, que a su regreso ha encontrado el asunto tan politizado que el sólo porte del tapabocas, recomendado por todos los expertos, es un asunto político, los que están contra Trump se lo ponen y los otros no.  El video de un “town hall” en Florida es tristemente ilustrativo.  

El uso del tapabocas se ha convertido en un asunto de ideología en los Estados Unidos mientras el país llega a los dos millones quinientos mil casos y a 128 mil muertes.  Hay que anotar que Florida, con más de 9,000 nuevos casos reportados, encabeza esa triste estadística en los Estados Unidos el 27 de junio.

Hace una semana, en Tulsa Oklahoma se realizó un “rally” de la campaña de Trump.  Para felicidad de los demócratas y de los medios que se oponen a Trump, no lograron llenar el recinto pese a que sus organizadores habían anunciado que habían recibido cerca de un millón de solicitudes de boletas.  La campaña por la reelección de Trump se vio forzada a cancelar un evento que debía realizarse en las afueras del recinto elegido para el “rally”.

Y ahí sucedió algo que a mí no me gusta ni poquito.  Resulta que un grupo de jóvenes anti Trump utilizaron las redes sociales para desarrollar una campaña de sabotaje haciendo TRAMPA.  Reservaron miles de boletas para le rally a sabiendas que no iban a asistir.  A alguien esto puede parecerle hasta divertido porque no le gusta la víctima del sabotaje, pero ¿Quién dice que esa práctica no se v a repetir para sabotear reuniones y manifestaciones de otras tendencias políticas?

Una de las fundadoras del movimiento Black Lives Matter, Opal Tometti, aparece en una foto de una reunión con el tirano venezolano, el maduro, lo que muestra hasta donde llega la tendencia extremista de los movimientos que surgen en defensa de causas nobles.  Las vidas de los negros en Estados Unidos importan, pero las de los negros y los mestizos y lo blancos venezolanos, no tanto.

El asesinato, culposo o doloso, yo no soy quién para juzgar, de Floyd hubiera podido desatar una ola de protesta pacífica en contra de la violencia policial.  Pero la polarización promovida por políticos de todos los pelambres ha convertido esas protestas en una demostración más de odio y de excesos extremistas

Desapareció el centro.  Uno o es mamerto o es facho, se acabaron los colores del arco iris, pese a que son el símbolo del movimiento LGTBI.  

Un mundo en donde todo es blanco o negro es muy aburrido dijo un niño chocoano en una reunión de gestores culturales de infancia en Inírida en 1998 cuando me estrenaba como director del ICBF. Cuánta razón tenía.