Protesta Chile“Arde América Latina” es la carátula de la revista Semana este sábado.

Durante tres semanas hemos sido testigos de una inusitada violencia en las protestas sociales de diversos sectores.  Las imágenes de la violencia vandálica de los grupos de “encapuchados” que atacaban a la policía frente a la Universidad Pedagógica en Bogotá y las del intento de incendiar el ICETEX al término de una justificada marcha estudiantil llevaron a la facilista explicación de los “infiltrados”, y claro está, a sugerir que detrás de esa forma de “protesta” estaban los grupos terroristas como el ELN.  Desestabilización, infiltración, terrorismo.  Luego llegó el levantamiento de los indígenas ecuatorianos con manifestaciones de violencia inusitada, comparables con las que veíamos en Bogotá una semana antes.  De nuevo se alcanzó a pretender echarle la culpa al terrorismo “importado”.  

Bogotá y Quito. Diferentes motivos, diferentes procesos políticos, la misma violencia.

Reflexiones de Juan Manuel UrrutiaLlegamos a Chile.  Las imágenes espantan, los daños al metro de Santiago son impresionantes. No se puede negar que el vandalismo rebasó todos los límites.  Pero no se puede decidir, como pretende la extrema derecha, que fueron solamente actos de vandalismo. Algo anda muy mal en Chile para que hayan salido a la calle más de un millón de personas el viernes 25 de octubre.  Calificarlos de idiotas útiles es por lo menos iluso, por no decir irresponsable.  La protesta no cesa, siempre multitudinaria, siempre acompañada de actos de extrema violencia; anoche saquearon e incendiaron un centro comercial cerca del Palacio de la Moneda.

Es muy sencillo optar por la explicación facilista. Todo es una estrategia de la extrema izquierda para tomarse el poder utilizando a los incautos estudiantes, indígenas y jóvenes que se prestan para semejante vandalismo.

Veamos.  En Bogotá todo empezó con una protesta de estudiantes de la Universidad Distrital contra el saqueo de las arcas de la Universidad por el director del programa de extensión universitaria. Inicialmente las directivas de la Universidad explicaron que ellos eran quienes habían destapado esa olla y que las protestas no eran justificadas. Esta mañana nos cuentan que el señor William Muñoz puso a su propia disposición más de once mil millones de pesos para comprar carros, lujos y una que otra nena, según parece. ¿Injustificada la protesta?  Noooo.  Los estudiantes resolvieron hacer un plantón en la carrera séptima, llegó el ESMAD, se refugiaron en la U Javeriana y hasta allá fueron los policías a “buscarlos”. Aparecieron obviamente los encapuchados, pues el papayaso era demasiado atractivo.  Lo demás es lo de siempre. Destrozos, locura vandálica, estudiantes gritando “así no” y los vándalos desatados. Una pregunta pendeja: ¿hubiera habido espacio para el vandalismo si el robo de la U Distrital no hubiera sido tan monstruoso, y la reacción de las directivas tan tibia? Los vándalos siempre aparecen para aprovechar el desorden generado por la protesta, si no hay protesta no hay vándalos y si no hay razones pues no habría protesta.  Claro está que una vez se calienta el ambiente aparecen toda clase de tergiversaciones, noticias falsas, engaños y destrozos. Pero el mal está en la raíz.

Revolución en ChileSin ser un profundo conocedor de la situación en Chile, pensaría yo que el fenómeno no es diferente.  El millón de personas que salió a protestar el 25 de octubre ni son todos vándalos ni tampoco son una manga de incautos “caceroleros” como pretende catalogarlos un texto que circula en el guasap titulado “Chile Despertó”.  Los vándalos han hecho su agosto, o más bien su octubre. Pero la protesta social ahí está. Para miles de chilenos el milagro no es tan milagro. Claro, es muy fácil decidir que se trata de una “revolución” orquestada por las fuerzas del mal que quieren destruir el milagro. De pronto sería mejor ir a la raíz del problema y buscar en dónde están las causas de tamaño descontento.

Asusta pensar que la alternativa es la protesta social matizada por los actos vandálicos de desadaptados, pero también espanta pensar que esa protesta justificada y justificable sea tildada de terrorismo cuyo propósito único es la “desestabilización” de la democracia.  Hay otra forma.  Afortunadamente en las elecciones regionales del 27 de octubre en Colombia aparece una luz de esperanza con triunfos como los de Claudia López en Bogotá, de Daniel Quintero en Medellín, o de William Dau en Cartagena, y de muchos otros candidatos no alineados con los extremos del Uribismo y el Petrismo, que tienen a Colombia polarizada y enfrentada.  

Se puede hacer el cambio, pero hay que hacerlo. El tiempo se agota. La gente joven está mamada con la corrupción, con la compra de votos, con el saqueo de las arcas. Ya no se aguantan que la universidad pública sea el objeto de saqueos y politiquerías. Ya no se aguantan que las arcas de la salud sean asaltadas por empresarios inescrupulosos. Ya no quieren seguir viendo cómo se destruye el medio ambiente. Ya no resisten un Estado inoperante. Y si no ven resultados, utilizarán las redes sociales para convocar la protesta, para salir a las calles, para exigir una Colombia mejor.  Y cuando estén en las calles, llegarán los extremistas a tratar de apropiarse de la protesta y aparecerán los populistas y demagogos de siempre a ofrecer soluciones que nada resuelven.

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