El sábado 3 de octubre, mediante comunicado ampliamente difundido, la Jurisdicción Especial para la Paz informó al país sobre el recibo de una carta suscrita “después de una reunión celebrada el 25 de septiembre”, en la que el antiguo Secretariado de las Farc-Ep ofrecía “aportar verdad, esclarecer los hechos ocurridos y asumir tempranamente responsabilidad” de los crímenes perpetrados en las personas de Álvaro Gómez Hurtado, 2 de noviembre de 1995; Hernando Pizarro León Gómez, 25 de febrero de 1995; José Fedor Rey, 15 de septiembre de 1999; Jesús Antonio Bejarano, 15 de septiembre de 1999; Fernando Landazábal Reyes, 12 de mayo de 1998 y Pablo Emilio Guarín, 15 de noviembre de 1987. El país todo quedó sorprendido. Algunos quedamos turbados. Sobrecogidos. Así fue en mi caso personal.
Álvaro Gómez Hurtado. Llevo su nombre por homenaje que mis padres quisieron rendirle. Mi historia personal vivida con Álvaro Gómez va más allá de lo que pueden conocer quienes fueron sus más cercanos o íntimos. Lo veo presente en mi niñez, y en el exterior en mi temprana edad, por razones del exilio. Ya, de adulto yo, sumo una serie de episodios concretos de imborrable recordación. El de resaltarle al público tuvo lugar a raíz de su puesta en libertad después de su secuestro. Se trata del reconocimiento de mi papel en el proceso de su liberación. Incluyo acá el hipervínculo que recoge el hecho. Con el tiempo fuimos compañeros de Constituyente. Fue un placer reconocerle entonces el valor de su capacidad e inteligencia. En la puerta de la Universidad Sergio Arboleda, al lado del carro parcialmente destrozado por las balas que le cegaron la vida, viendo su sangre que manchaba el asiento trasero, lloré. Lloré a Álvaro. Lloré a mis mayores y episodios pasados de mi vida. Lloré a un hombre recto, a un histórico, a un talante. Para la fecha del trágico acontecimiento había ya cumplido yo once años trabajando en procesos de paz. Buscando la paz.
A Jesús Antonio Bejarano lo conocí. Lo traté en la época de los diálogos de paz de Caracas con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. Hombre probo, profesional distinguido; economista con estudios en el exterior. Intelectual de valía, autor de importantes textos de significativo aporte al campo de su conocimiento. Con el General Fernando Landazábal coincidí en varios escenarios. Fue siempre recto conmigo. En algunos foros sobre la paz debatimos agradablemente. Discrepábamos en armonía. Leí sus libros con sumo interés.
La revelación hecha por las Farc-Ep a la Jurisdicción Especial para la Paz sobre los execrables crímenes señalados arriba me han llevado a cuestionar mi actividad buscando la paz nacional. Son ya treinta y ocho años cumplidos en esa poco agradecida tarea. Sin embargo, a pesar de la dificultades que se han cruzado en ese andar, de las incomprensiones de que he sido objeto, de las experiencias sufridas no siempre de grata recordación, las apabullantes verdades que comienzan a aflorar como resultado de haberse suscrito los Acuerdos de la Habana, tras largo proceso de negociación que en buena hora inició con entereza y culminó con tesón para bien de todos el entonces Presidente Juan Manuel Santos Calderón, me llevan a concluir que hay que proseguir con la tarea. Las tristes verdades que van surgiendo y sacudiendo a la opinión pública del país invitan a insistir en que se conozcan más y más. Colombia jamás podrá avanzar si continúa navegando en el mar lúgubre del engaño, la desinformación y la ignorancia.
Qué poco sabemos sobre cómo han tenido lugar los hechos violentos de nuestra historia reciente. La violencia, la guerra, su degradación, terminó desbaratando las conciencias de hombres y mujeres. Solo salvaremos nuestra patria si reina la verdad. Ese es el alcance de la obligación de darla a conocer. Sin verdad no habría justicia restaurativa en los términos pactados en La Habana. O al contrario si se quiere: sin justicia restaurativa no habría verdad ni reconocimientos para las víctimas, mucho menos reparación y no repetición. Es por esto que la verdad y las víctimas son el corazón vivo de lo acordado en Cuba. No puede haber porvenir recto de no ser así.
Y es que no quepa duda. Llegó la hora de la verdad. Llegó la hora de que la expongan todos los que participaron directa o indirectamente en el conflicto armado nacional durante lustros tras lustros: alzados en armas, fuerza pública, servidores del Estado, AUC’s, otros paramilitares y civiles. Fue, precisamente, lo que pretendí señalar en carta dirigida el pasado 19 de agosto a Rodrigo Londoño Echeverri (antes Timoleón Jiménez, Farc), a Salvatore Mancuso y a otros integrantes de las AUC.
Colombianos: no más. El Estado y vastos sectores de la sociedad aún cabalgan cómodamente en el lomo de las mentiras que generaron la confrontación armada pero que son insostenibles en el escenario brindado al país por el Acuerdo de Paz de La Habana que muchos han pretendido soslayar o maltratar. El esclarecimiento de la verdad de los hechos del conflicto, por difíciles e incómodos que sean, son un elemento necesario para la construcción de la paz y la reconciliación. Es por esto que nuestra obligación ahora, igual que la obligación de todos, es construir un gran MOVIMIENTO NACIONAL POR LA VERDAD. El camino de la verdad puede ser tortuoso y triste pero hay que transitarlo. Además abre la trocha que nos habrá de conducir a la paz integral, definitiva, con la que tantos repetidamente hemos soñado.
Álvaro Leyva Durán
Madrid, octubre 5 de 2020