Reflexiones de Juan Manuel Urrutia FEZFez, MARRUECOS — En el siglo séptimo de la era cristiana, segundo de la era musulmana, Moulai Idris fundaba la ciudad de Fez en un valle entre el Rif y el Atlas, las dos cadenas montañosas que recorren a Marruecos. La primera gran ciudad imperial de la tierra del Oeste, el Magreb.

Reflexiones de Juan Manuel UrrutiaEn tiempos de Al Andalous, Fez estaba ligada con Granada. Los judíos que vivían en la zona y que controlaban el mercado de la sal, proveniente de Timbuktu o Tombuctú por la ruta famosa de sal, mantenían una estrecha relación con sus hermanos musulmanes. En 1492 exulsados los moros y luego los judíos muchos de ellos regresaron a Fez en donde, entre otras hay hoy en día un barrio llamado al andalous y una mezquita del mismo nombre.

En Fez y su vecina Meknés, o Mequinez, nacía el reino de Marruecos. A la dinastía de Idris, le siguieron las dinastías bereberes y luego los Allaouitas o Allaouíes, de Mullai Ismail sultán de Marruecos, de quien desciende el actual rey de Marruecos, Mohamed VI.

MarruecosFez es la tercera ciudad de Marruecos, su capital religiosa y centro educativo de enorme importancia en la enseñanza de un islamismo moderado desde la universidad Qaraawiyyin, fundada por Fatima al Firhiya en el año 856 de nuestra era.

Fez el Bali, es, además y sin duda, la mayor ciudad medioeval que existe en el mundo.

Ahí llego, con Mónica y nuestra hija Camila, luego de cinco muy intensas semanas en Madagascar.

En Fez estuve por primera vez 1997 con mis padres. Nos quedamos en el Palais Jamaï, suntuoso hotel que actualmente está siendo remodelado. Ahora estamos en otro “palais”. Como estamos con la niña, tomamos una suite que consta de dos cuartos, una sala de estar y cinco baños, discreción absoluta.

Fez son tres ciudades en una, la antigua Fes el Bali, ciudad amurallada, la más nueva,Fez el Jadid, en donde se encuentra el barrio judío la Mellah y la Ville Moderne, construida por los franceses durante la ocupación.

Visitar a Fez es entrar en contacto con el medioevo, en vivo y en directo. Fez el Bali, la ciudad antigua, con sus tres grandes mezquitas, sus incontables madrazas o medersas, que son los colegios mayores en donde se forman los aspirantes a entrar a la universidad es una ciudad medieval que no ha cambiado en catorce siglos. No pueden entrar sino burros y mulas. Se mueve una intensa actividad comercial por un laberinto de calles estrechas y empinadas, llenas de boñiga de los vehículos.

Toda la ciudad está construida en pendientes que bajan hacia el río que la divide en dos. O sea, en Fez uno sube o baja, muy newtoniano y poco plano.

En la tradición árabe musulmana, los intelectuales, profesores universitarios trabajaban ad honorem y para asegurar el sustento eran artesanos. Educados, sofisticados y con un profundo sentido de la estética, desarrollaron en Fez una tradición en las artes fundamentales de la decoración musulmana, el estuco, la madera y el mosaico.

FezHace 20 años, mi padre, con su detestable sentido de la orientación, a sus 79 años, después de un suculento couscous, resolvió irse a dar una vuelta por la medina de Fez el Bali. En el hotel le dijeron, Monsieur es muy peligroso, en la medina se han perdido turistas que nunca más aparecieron. Él contestó, yo ya estudié el mapa. Armado de su Guide Michelin que nunca dejó, se internó en la medina. Cuatro horas después, cuando desde los minaretes llamaban a la oración del atardecer y yo comenzaba a entrar en pánico pensando que tendría que llamar a mi hermano Carlos a decirle “Carlos, se me perdió Papá en Fez”, apareció el Máster, como lo llamaban sus amigos golfistas, campante, acompañado de tres marroquíes cargando tapetes. “Teresa le dijo a mi mamá, te traje unos kilimes a ver si quieres comprar algo”. Mamá le contestó, “vaya a que lo lamba un sapo viejo pendejo, nos tenía aterrados” y procedió a escoger tapetes que más tarde mi padre negociaría con los vendedores tomando el famoso Té a la mente.

Yo heredé parte del sentido de orientación de mi padre, pero lo he ido perdiendo, como la habilidad para el cálculo mental, a punta de depender del verraco celular para todo. Antes veía uno a los paseadores de la medina, detenerse, mirar su guía, Michelin o Lonelly Planet y continuar la marcha luego de leer un dato interesante sobre la medersa que estaba enfrente. Ahora uno ve un poco de gente deambulando mirando las pantallas de sus teléfonos inteligentes a los que han ido cediendo su propia inteligencia, pisando boñiga de burro, tropezando a los demás transeúntes.

Me niego a navegar la medina pegado al aifon, entonces contratamos un guía que habla español, muy rápido, por cierto, Khalid se llama, Jalid se pronuncia. Y a caminar la ciudad antigua.

Al salir del hotel, regreso veinte años atrás, cuando salimos del Palais Jamaï con otro guía que hablaba español, mi padre. Nos dijo “vamos a meternos al medioevo”.

Ayer lo dijo el guía profesional, y pensé, por eso le decían el master a mi padre, después de doce horas en Fez, armado de su Guide Michelin y de su increíble cultura estaba listo para guiarnos a través de los siglos en una visita mágica.

Fez, suena y huele como sonaban y olían las ciudades medievales, duro y apesta.

Los sentidos están a mil por hora. El olfato sufre, la vista se sorprende con los contrastes, hay que aguzar oído para entender lo que dice Khalid a toda velocidad porque su voz se confunde con los sonidos de los cascos de las mulas, los gritos de los niños y las conversaciones en voz alta de las mujeres que esperan el pan en la ventanilla del horno comunal. Caminando por una calle oscura sucia, desemboca uno en una plaza llena de los coloridos de los mosaicos en sus pilas. Asoma uno la cabeza y ve los patios de las casas y de las madrazas decorados con un refinamiento desenfrenado.

Entra uno a una fonda, que no tiene pinta de nada y sin pestañear le sirven a uno un banquete de delicias marroquís, incluida la pastilla de paloma, uno de los platillos más refinados de la gastronomía del mundo entero, para mi gusto.

Los hornos comunales, a donde, la gente lleva sus amasijos, huelen a pan fresco, sin embargo, en el ambiente se mezclan el hedor de las curtiembres, el de los excrementos de burros y mulas y a veces el de las especias bellamente colocadas en las tiendas.

Y así se pasa uno las horas deambulando por el siglo séptimo o por el siglo doce.

Tomando el tradicional té à la mente, cómodamente sentados en un puff mientras los vendedores que hablan perfecto español nos muestran sus productos, al final de la tarde sucumbimos a los encantos de los comerciantes de Fez. Cuando uno pregunta precios hablan entre sí en marroquí. Seguramente determinan por el tamaño del marrano y el interés de las clientas el precio de arranque sabiendo que al final le van a rebajar a uno el 50%, uno se va a sentir el rey del regateo y ellos habrán ganado el 100% del costo de la chompa de cuero que le acaban de vender a uno. Tres tiendas más adelante, encontrará uno el mismo producto por la mitad de la mitad.

Así y todo, a sabiendas, compramos siete chompas de cuero que nunca usaremos y catorce tapetes que ahora hay que mandar a Colombia.

Que amables y simpáticos son, dice Mónica, pero a esa fétida medina no me vuelven a meter.

Juan Manuel Urrutia

 

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