Con más de 500 obras de arte y capacidad para 2,000 más, en un espacio que supera los 5,000 acres, un jardín botánico con 1,400 especies de palmas, Inhotim, el parque artístico en el estado de Minas Gerais, en Brasil, es una especie de Disneylandia para el arte moderno.
Bernardo Paz, su creador bien sabe que no hay nada en el planeta que se le asemeje y dice que es un proyecto “que durará 1,000 años”.
Simón Romero del New York Times, recordando que en el Brasil magnates excéntricos han dejado su legado con monumentos como el Teatro Amazonas en Manaús construido en medio de la fiebre del caucho para traer la ópera desde Italia, percibe en ello un poquito de megalomanía de la parte de Paz, un individuo retraído, de 61 años, fumador en cadena, que casi nunca habla con la prensa.
Cualquiera que sean los motivos, no quitan el impacto de esta colección privada que, igual que otras en América Latina y el mundo, se comparte con el público.
Con una enorme diferencia:
Ninguna de ellas cuenta con la exuberancia del clima cálido de Inhotim, ubicado entre las colinas cicatrizadas por la minería, lejos del mundo de coleccionistas de São Paulo y Río de Janeiro. Los historiadores del arte y curadores a menudo quedan maravillados por la magnitud y la visión caótica que el señor Paz se ha creado en Inhotim.
Más de 250,000 visitantes se movilizaron en el 2011 al estado montañoso para apreciar la colección de arte brasileño e internacional que reúne Inhotin.
Este año se esperan más.
El mantenimiento del complejo cuesta entre US$60 y US$70 millones de dólares y provee empleo a más de 1,000 en el área, siendo ésta la principal fuente de ingresos en las economía locales, dice el Times.
Todo, hasta el momento, Paz lo financia de su bolsillo con su fortuna acumulada en la minería.
(Algunos han acusado al proyecto de ser una manera de lavar dinero, señala el Times, pero en la breve entrevista con el rotativo Paz rechazó estas acusaciones).
Paz, dice el Times, espera que el proyecto sea auto suficiente. Para ello, planea construir 10 nuevos hoteles en el área, un anfiteatro para 15,000 personas igual que “lofts” donde podrían vivir quienes quieran hacerlo en medio del arte.
Son obras únicas, dice. Como “Sonic Pavillion”, de Doug Aitken, un agujero de 210 metros de profundidad con micrófonos de alta capacidad para traer el sonido de las entrañas de la tierra.
“Viewing Machine,” del artista danés Olafur Eliasson.
“Desvio para o vermelho” del artista brasilero Cildo Meireles.
También hay obras del artista cubano Diango Hernández.
Algunos trabajos Paz todavía no los ha visto, y no sabe si hacerlo. “A mi lo que me gustan son los jardines”.