Jorge Eliécer Gaitan

Reproducimos una nota sobre Jorge Eliécer Gaitán publicada en El Molino hace dos años

El 9 de abril del 2013, se cumplen 65 años de la muerte en Bogotá, Colombia, del líder político liberal Jorge Eliécer Gaitán, traumatizante suceso que intensificó una guerra civil que hasta el momento sigue sin solucionarse y en la que los desplazados se cuentan en millones y los asesinados en centenas de miles.

Por no mencionar la angustia que para una nación ha significado.  

En Colombia, el evento se conmemora hoy con una serie de Marchas por la Paz, que expresan el clamor de un pueblo porque se logre un acuerdo entre el gobierno y las organizaciones insurgentes. 

A fin de proveer algún contexto histórico para los lectores de El Molino Online, nos complace presentar dos documentos. 

El primero es el documental ‘El Jefe’, narrativa que reúne una serie de imágenes y sonidos de uno de los días más trágicos de la historia latinoamericana. A Gaitán se le considera uno de los grandes oradores de América Latina: aquí podrá apreciar por qué.

El segundo es el artículo “El día en que murió Gaitán”, por Enrique Santos Molano, publicado primero en la Revista Credencial Historia, (Bogotá ), y ahora disponible en la Biblioteca Luis Angel Arango. 

Por Enrique Santos Molano — Si la muerte de Jorge Eliécer Gaitán ha constituido hasta hoy un misterio en torno a los motivos y los autores, ello no puede explicarse sino por el hecho de que los implicados en el crimen se las arreglaron para embrollar el asunto desde el principio, enredar la investigación y desviar las pruebas hacia un autor solitario en lo intelectual y en lo material: Juan Roa Sierra.

¿Roa Sierra?
Como lo expresa uno de los testigos del asesinato, Jorge Padilla (ver artículo), ni siquiera hay la certeza de que Juan Roa Sierra hubiese sido el autor de los disparos que acabaron con la vida de Jorge Eliécer Gaitán en el medio día del 9 de abril de 1948. Padilla, que se encontraba en el zaguán del edificio Agustín Nieto, observó, a pocos metros de distancia, al asesino que disparaba desde el marco de la puerta de dicho edificio, que hacia menos de dos minutos acababa de abandonar Jorge Eliécer Gaitán en compañía de Plinio Mendoza Neira. Padilla asegura que el sujeto al que vio disparar no era el mismo Roa Sierra de las fotos que publicaron los periódicos. Gaitán y Mendoza salieron del Agustín Nieto y caminaron hacia el Norte con el propósito de cruzar la carrera séptima, y subir por la Avenida Jiménez hasta el Hotel Continental, donde pensaban almorzar junto con Jorge Padilla, Alejandro Vallejo y Pedro Eliseo Cruz, que apenas iban a dejar el edificio cuando se produjo el ataque contra Gaitán. Plinio Mendoza asegura que el agresor venía en dirección norte sur, es decir, de frente a Gaitán, quien alcanzó a percatarse de que el hombre le apuntaba con un revolver, y trató de apartarlo con las manos mientras volteaba la cabeza como para eludir los tiros, razón por la cual dos de ellos le impactaron en la nuca, como si le hubiesen disparado de atrás. Si Plinio Mendoza vio a un asesino que atacaba de frente a Gaitán, y Padilla a otro que le disparaba por la espalda (Gaitán recibió, en efecto, dos impactos en la columna, aparte de los de la nuca), hubo, por lo menos, dos atacantes, y no se ha podido comprobar que ninguno de ellos fuera Roa Sierra.

Desde el 10 de abril de 1948 hasta hoy se han elaborado innumerables, teorías sobre el asesinato de Gaitán, comenzando por la oficial –en que nadie cree, ni los mismos que se la inventaron—que da como culpable exclusivo, cerebro y ejecutor, al volátil Juan Roa Sierra, y terminando en la que, a partir de la publicación del libro El Gobierno invisible, sospecha que la CIA preparó y ejecutó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en plena Conferencia Panamericana, calculado para precipitar, como precipitó, el rompimiento de las naciones latinoamericanas con la Unión Soviética al achacarse el magnicidio a una conspiración comunista. Lo cierto es que todos los documentos sobre el 9 de abril que cayeron en manos de la CIA se archivaron como clasificados, por esta agencia y por el FBI. Clasificados quiere decir inaccesibles al público. Recientemente el investigador estadounidense Paul Wolfe ha solicitado la desclasificación de esos documentos, sin éxito. Wolfe cree que, en efecto, la CIA tuvo una participación importante en los sucesos del 9 de abril.

Quén era Gaitán
Acaso tenga un halo romántico y ejemplar la leyenda que muestra a Jorge Eliécer Gaitán como el hijo de una familia muy humilde, reducida a la extrema pobreza, y que se educa merced a los esfuerzos heroicos de sus padres y a su talento y consagración, hasta conseguir, mediante una beca en el colegio de Araújo, coronar sus estudios de bachillerato y autofinanciarse su carrera de abogado. A Gaitán le producía buenos réditos alimentar esa fábula y aun se complacía en que lo llamaran “el negro”, símbolo de sus profundas raíces populares. La realidad nos enseña otra cosa. Gaitán era hijo de un matrimonio que gozaba de cierta comodidad y de ingresos estables, y que habitaba en un barrio de clase media progresista, como lo era el de Las Cruces para la época del nacimiento de Jorge Eliécer, el 23 de enero de 1898, según indica su partida de bautismo, aunque su hija sostiene que Gaitán nació en 1903, hijo de don Eliécer Gaitán, un prestigioso librero bogotano, y de doña Manuela Ayala, una reconocida educadora. Antes de concluir sus estudios de derecho, Jorge Eliécer Gaitán ya era un activo agitador político. Se une a la coalición que apoya en 1918 la candidatura de Guillermo Valencia, y en 1922, como presidente del Centro Universitario, efectúa giras nacionales en respaldo a la candidatura liberal de Benjamín Herrera. En ambas oportunidades los candidatos de Gaitán son derrotados, pero él adquiere una sólida fama como formidable orador público y talentoso expositor. En 1924 su tesis de grado versa sobre Las ideas socialistas en Colombia, elogiada por la prensa como ensayo novedoso de interpretación política de un fenómeno naciente. Gaitán viajó a Roma en 1924 a perfeccionar sus estudios de Derecho y retornó a su país en 1927, año en que se postuló a la Cámara por el Partido Liberal y salió elegido. Se apersonó de la huelga de las operarias de la Bogotá Telephone Company, y con su asesoría se ganaron las mejoras que pedían las huelguistas. En 1929 inició como representante una investigación sobre la masacre de las bananeras (Credencial Historia 190), y sus debates en el Congreso no sólo pusieron la lápida al régimen conservador, sino que elevaron al joven representante liberal al primer plano de la política. En la década de los treinta Gaitán se apartó del liberalismo y fundó la Unión de Izquierda Revolucionaria (UNIR), movimiento que, rico en experiencias y agitación, no le dio buenos resultados electorales. Volvió Gaitán a las filas liberales y fue nombrado Alcalde de Bogotá en el primer Gobierno de Alfonso López, cargo en el que duró siete meses. Una huelga de taxistas, que se negaban a uniformarse como lo había dispuesto el alcalde, lo obligó a renunciar. Fue Ministro de Educación de Eduardo Santos en 1941 y senador de la República desde 1942. Con el lema de la restauración moral de la república, y el grito de ¡contra las oligarquías a la carga!, se enfrentó al segundo Gobierno de López. Al ausentarse este, a fines de 1943, con licencia por seis meses, y asumir Darío Echandía el mando, como designado, Gaitán aceptó el Ministerio del Trabajo, que renunció en febrero de 1944, tras una gestión bastante fructífera, dentro de su brevedad, a favor de las clases trabajadoras. Inició su campaña presidencial en 1945. Mientras el jefe del conservatismo, Laureano Gómez, maniobraba para fomentar la división liberal, los liberales se empeñaban en rencilla interna que los devastaría. No fue posible presentar un candidato único liberal en las presidenciales de 1946, y así el Partido se lanzó con dos aspirantes, Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, enfrentados al candidato único del partido conservador, Mariano Ospina Pérez. Como resultado el liberalismo perdió las elecciones y la gloriosa República Liberal, que en sólo dieciséis años había convertido a Colombia en un modelo de democracia avanzada, plena de prosperidad y de grandes realizaciones en todos los órdenes, se vino abajo de un momento a otro. Los que habían advertido que de retornar al poder los conservadores, no serían los mismos ciudadanos demócratas que gobernaron entre 1914 y 1930, vieron cumplidos sus temores. Una ola de violencia oficial, de corte fascista, impulsada desde todos los pulpitos por curas frenéticos que exacerbaron las pasiones, se abatió sobre el liberalismo con el claro ánimo de exterminarlo a sangre y fuego, como proclamaría más adelante uno de los jefes de la banda neoconservadora.

Gabriel Turbay no pudo asimilar la derrota y se autoexilió en Roma, donde murió en 1947, consumido por el remordimiento y por la pena de haber contribuido a la caída del liberalismo. Jorge Eliécer Gaitán fue elegido jefe del Partido Liberal y de la oposición al gobierno conservador. Sin embargo, Ospina Pérez no deseaba en apariencia presidir un gobierno hegemónico, y desoyendo la crítica sectaria de sus copartidarios, propuso la “unión nacional” y llamó a los liberales a colaborar con su gobierno. La Dirección Liberal recibió complacida la propuesta, aceptó entrar en la unión nacional, y varios liberales formaron parte del gabinete de Ospina Pérez, sin entender que la unión nacional, más que a un sincero deseo de paz por parte de Ospina, obedecía a la necesidad de tener tranquilo al liberalismo, que dominaba en ambas cámaras con mayoría abrumadora. La misión de Gaitán como jefe único era la de preparar y organizar esas mayorías liberales para recuperar el poder en 1950.

Los neoconservadores no estaban dispuestos a tolerar la posibilidad de una segunda República Liberal y el fascismo criollo (o “godarria” en el argot popular) desató la violencia poco después del 7 de agosto de 1946. No hubo unión nacional que valiera, ni ministros liberales, que solo eran figurones insignificantes en el gabinete, incapaces de parar la tragedia que se desencadenaba incontenible. Comenzaron a llegar de Boyacá, de los Santanderes, de Antioquia, del Tolima, del Huila, informes, al principio preocupantes, y a continuación aterradores, de la persecución sangrienta de que eran objeto los liberales por parte de conservadores apoyados por la fuerza pública, instruida desde Bogotá, y animada por párrocos, obispos y demás monseñores.

Armado con esos informes, Gaitán principió a reclamar desde la plaza pública la intervención activa del Presidente de la República para poner fin a la violencia contra los pacíficos e inermes liberales. La respuesta fue un incremento de la violencia a tiempo que se acercaban las elecciones parlamentarias de 1947 que el conservatismo necesitaba ganar desesperadamente para hacerse al dominio de las cámaras y darle al gobierno las mayorías requeridas para gobernar con su partido, sin uniones nacionales. De nada valieron la violencia, ni las amenazas de excomunión. Los liberales, con el coraje intacto, se lanzaron a las urnas y mantuvieron y aumentaron en el parlamento sus amplias mayorías, hasta controlar el ochenta por ciento de los escaños en el Senado y en la Cámara. ¿Quién, o qué, podría evitar que Gaitán fuera elegido Presidente de la república en los comicios presidenciales de 1950? ¿De qué forma se podría atajar el retorno al poder de los odiados liberales, y peor aún, de la execrable chusma gaitanista?

El expresidente Alberto Lleras había sido elegido primer Secretario General de la futura Organización de Estados Americanos que debería emanar de la IX Conferencia Panamericana convocada en Bogotá para iniciar sus reuniones a partir del 30 de marzo de 1948. Con un año de anterioridad el gobierno de Ospina Pérez empezó los preparativos para adecuar la capital con miras al magno evento internacional.

Con todo “la concordia ciudadana no se restablecía. Alcaldes, jefes de policía, funcionarios de pequeña escala amparaban todos los atropellos. La criminalidad política no se detenía en minucias. Mujeres y niños, esposas o hijos de labriegos liberales eran asesinados y las fotografías de los cadáveres mutilados se publicaban en los diarios de Bogotá”, dice el escritor Antonio José Osorio Lizarazo en su libro Gaitán, vida, muerte y permanente presencia. En julio de 1947 el jefe del liberalismo convocó a una marcha nocturna de antorchas para protestar contra la inercia presidencial frente a la violencia. Más de cien mil liberales iluminaron con sus teas la noche bogotana en la Plaza de Bolívar y clamaron bajo los balcones cerrados del Palacio de Nariño por la paz de Colombia. “A finales de 1947 –continúa Osorio Lizarazo en el libro citado–, Gaitán elevó al presidente un nuevo memorial de agravios, que fue contestado con argucias inverecundas y con órdenes secretas de continuar en el proceso de exterminio de las mayorías liberales, para forjar así una mayoría artificial de supervivientes conservadores. Entonces, frente a la impotencia en que se hallaban los ministros liberales, Gaitán les ordenó abandonar sus puestos y retirarse del gobierno, increpando al presidente su deslealtad y su perjurio y rompiendo así la farsa de la unión nacional. Y como sobre el territorio nacional había centenares de hogares enlutados y el gobierno respondía con evasivas a las increpaciones para que fuera suspendida la avalancha del crimen, Gaitán invitó al pueblo a ostentar su duelo y su protesta, en la más imponente e impresionante manifestación que haya presenciado Bogotá”. La Manifestación del Silencio tuvo lugar el 7 de febrero de 1948, día en que “multitudes silenciosas—sigue Osorio Lizarazo—en un orden perfecto, sin un grito, sin una exclamación, pasaron frente a la casa presidencial, llevando en sus manos banderines negros. Era más formidable y terrible esa acusación muda que una turbulenta exigencia. Porque los muertos eran el pueblo y el pueblo tenía sobre su corazón el duelo y la angustia y los expresaba con un sedimento de amenaza sombría”.

A la manifestación del silencio replicó ospina nombrando Ministro de Relaciones Exteriores a Laureano Gómez, y de gobierno a José Antonio Montalvo, quien anunció que el conservatismo obtendría en 1950 la mayoría absoluta así fuera a sangre y fuego, sin que el presidente Ospina rechazara este “anuncio de nuevas calamidades y persecuciones para el pueblo liberal” ni destituyera fulminante al ministro ignívomo. Por su parte Laureano Gómez, como Ministro de Exteriores, conformó la Delegación Colombiana a la Conferencia Panamericana, y excluyó de ella al jefe del partido liberal. “La intensificación de la violencia conservadora, protegida y estimulada por los funcionarios, el aumento de los asesinatos de multitudes indefensas y la insólita exclusión del nombre de Gaitán, fueron circunstancias que acrecentaron la indignación colectiva”, agrega Osorio Lizarazo.

¿Cómo extrañarse entonces de que la aun más insólita exclusión del jefe del liberalismo, Jorge Eliécer Gaitán, no ya de la Conferencia, sino de la vida misma, ocho días después de comenzadas las sesiones de aquella, produjera el inmediato estallido de ira popular más terrible y devastadora de que se tenga noticia en la historia de nuestra América?

Bogotá en llamas
Jorge Eliécer Gaitán cayó hacia la una de la tarde. Diez minutos después de haber sido herido, el jefe del liberalismo fue trasladado en un taxi a la Clínica Central donde, a las dos de la tarde, se comunicó al país su fallecimiento. En los minutos siguientes a los disparos alguien señaló a un individuo como autor del atentado y el señalado, que trató de correr hacia el palacio de San Francisco, fue estorbado por varios de los transeúntes que se acercaban al sitio donde yacía el cuerpo de Gaitán. El presunto agresor alcanzó a refugiarse en la Droguería Granada contigua al Hotel del mismo nombre. Tan pronto como el taxi partió con el cuerpo agonizante del caudillo del pueblo, las gentes comenzaron a gritar ¡mataron a Gaitán! ¡mataron a Gaitán! El señalado asesino continuaba en el interior de la droguería, sitiado por una multitud creciente, que a los gritos de ¡mataron a Gaitán! se abalanzó contra las rejas, que los dependientes habían bajado por sugerencia de la policía, las hizo pedazos, arrebató de las manos de los policías al sindicado del crimen (que en el lapso en que permaneció en la droguería se identificó como Juan Roa Sierra, negó que hubiese tenido participación alguna en la muerte del doctor Gaitán y les dijo a los policías que alguien lo había señalado de repente y gritado ¡ese fue!, por lo que Roa se asustó y corrió), lo sacó de la droguería y en pocos minutos lo dejó hecho “un guiñapo sanguinolento”, enseguida arrastrado por la multitud vociferante que lo llevó por la carrera séptima hasta el palacio presidencial.
A las cuatro de la tarde Bogotá, o lo que hoy se conoce como Centro Histórico, era un infierno. Los tranvías ardían en distintos puntos, numerosos edificios, la mayoría de ellos públicos –la Gobernación, el Palacio de Justicia—eran tomados por asalto e incendiados. Se quemó el Hotel Regina, y la mayoría de las edificaciones entre la calle 10 y la calle 17 quedaron en ruinas Se perdieron archivos históricos y jurídicos irreparables.. El palacio Arzobispal, las instalaciones del diario El Siglo, las dependencias del Instituto de La Salle, entre otros muchos edificios, fueron arrasados por la turba. Y de todas partes francotiradores disparaban sin discriminar y causaron tremenda mortandad. Se acusa a la radio de haber incitado a la revuelta, pero cuando las emisoras comenzar a tronar contra el gobierno y a exigir el castigo inmediato e implacable de los responsables de la muerte de Gaitán, ya la revuelta iba bien avanzada.

No se sabe quién dio la orden de soltar a los presos, ni quién mandó distribuir mares de licor entre los amotinados, ni de dónde salieron las armas de fuego que utilizaron los francotiradores. Parte de la Policía se unió a los amotinados y sostuvo combates con el ejército calle por calle, hasta la madrugada del diez de abril en que, con las calles cubiertas de cadáveres, el gobierno controló la situación.

Los periódicos de Bogotá no pudieron circular ni el 9 ni el 10 de abril. Reaparecieron el 11. El Tiempo dice en su titular de primera página a ocho columnas y 72 puntos “Bogotá está semidestruida”. Era una semi verdad. Bogotá estaba destruida, como estaba destruida la vida democrática de Colombia. Las llamas del nueve de abril no sólo consumieron los tranvías y las joyas arquitectónicas de la ciudad, sino que redujeron la esencia democrática del país a cenizas de violencia que se han esparcido por más de medio siglo, como lo había advertido el propio Gaitán al pronosticar, días antes de su muerte, que si era asesinado Colombia se ahogaría en torrentes de sangre por los próximos cincuenta años.