En New York únicamente se calcula que se gastan entre US$10 y US$40 millones anuales para controlarlos, lucha completamente infructuosa ya que las chinches de cama siguen vivitas y mordiendo en habitaciones, hoteles, tiendas, teatros, oficinas y mucho más.
La comezón, la rascadera, las mismas ronchas indican que estas repugnantes criaturas comparten con nosotros muchos espacios — en una especie de democracia urbana sin discriminar raza, edad, orientación sexual, ni ingresos.
Aquí, Joe Palca de National Public Radio (NPR) discute un fascinante e igualmente asqueroso aspecto de las chinches de cama: su vida íntima.
El sexo entre chinchas de cama.
NPR entrevista a Rajeev Vaidyanathan biólogo, quien dice que para los machos todo se vale.
“Primero que todo”, dice, “imagino que en la oscuridad el macho los ve a todos como una hembra. No discrimina, e intentará montarse y copular con las jóvenes alimentadas con sangre, los machos alimentados con sangre y las hembras alimentadas con sangre. Luego, el macho penetra dentro de la cavidad del cuerpo de la hembra y trata de fertilizarla desde el interior en lugar de hacerlo desde el exterior”.
Las relaciones sexuales entre chinches se conocen como inseminación traumática, explica.
Ello conduce a un crecimiento incontrolable donde padres e hijos, primos y hermanos, comparten entre sí.
“Por ejemplo, en un edificio edificio de apartamentos vemos que solo hay una abuela, una Eva. Sus hijos e hijas copulan uno con el otro en una situación de consanguinidad extremada. Cuando tienen descendencia, los hermanos y hermanas se aparean entre sí. Y por lo tanto el grado de diversidad genética dentro de una población de chinches es un muy, pero muy bajo”.
Esta consanguineadad, dice, ayuda a crear chinches de cama que son altamente resistentes a los insecticidas que se usan en su contra.
Invulnerables.
Así que a rascarse porque no hay otra.