Deborah Sontag del New York Times publica desde Haiti la escalofriante historia de una mujer de 22 años secuestrada, violada en repetidas ocasiones, y mantenida en las ruinas de un edificio destruido en Port au Prince.

Obligada a arrastrarse en el estómago por debajo de un bloque de cemento, profundo entre los escombros, hasta llegar al sitio donde la mantenían fue, para ella, la peor tortura. “Yo no había dormido bajo un techo desde el terremoto y tenía tanto miedo que no podía respirar”, le dijo a la reportera. Los familiares de Rosa, pseudónimo que da en la entrevista, tuvieron que negociar con los secuestradores, bajando el rescate de $50,000 a $2,000.

Casos como éste, agrega Sontag, son tan comunes que muchos ni siquiera se reportan a las autoridades. Pero los incrementos en las labores de apoyo a las víctimas de violencia sexual ilustran el alarmante nivel que han alcanzado desde que tuvo lugar el terremoto el 12 de enero. En Port-au-Prince, la capital, se ha dado asistencia al triple de víctimas de violaciones que en el mismo periodo el año pasado.

“Es un clima ideal para las violaciones” le dice Malya Villard, la directora de Kofaviv, una organización de base que ayuda a las víctimas. Miles de mujeres viven y duermen en campos de refugiados sin ningún tipo de protección, siendo presa fácil para grupos de criminales armados, entre los cuales se suman miles de presos escapados a raíz del terremoto.

“Recientemente, las condiciones de seguridad en ocho de los campos más grandes han mejorado, con patrullas conjuntas entre policías haitianos y agentes de las Naciones Unidas; cerca de 100 mujeres policías de Bangladesh llegaron a fines del mes pasado para lidiar con problemas relacionados a la violencia sexual en tres de ellos. Pero hay cerca de 1,200 campamentos en todo Haití, y los maltratados barrios de esta ciudad en gran medida tienen que defenderse por cuenta propia”.

El sufrimiento de esa nación caribeña parece no tener fin.

Artículo en inglés

Foto cortesías de dvids via flickr