Publicado originalmente en Queens Latino. Por Javier Castaño. Todo comenzó en el verano del 2015 después de leer un artículo en un periódico local sobre los programas gratuitos de kayaking que posee la ciudad de Nueva York. No tenía experiencia. Dos o tres veces había usado kayaks recreativos de plástico en el Río Delaware que divide los estados de Nueva York y Pensilvania.

Nada extraordinario, hasta que decidí una tarde de domingo tomar el tren que me conduciría de Queens, donde vivo, hasta el Río Hudson a la altura de la calle 70 en Manhattan. Allí me pusieron un salvavidas, me dieron un remo y me prestaron un kayak para que me divirtiera con las olas que producen los inmensos barcos que se desplazan por este estuario.

Este fue un amor que surgió tan pronto metí el remo en el agua y comencé a escuchar el ruido incesante que producen las olas cuando golpean el kayak. Como no sabía remar en aquel entonces, peleaba con la corriente para que no me llevara a la mitad del Río Hudson. Sentí por primera vez la fuerza de un río caudaloso. También tuve que luchar contra el viento que cambiaba el rumbo a mi kayak. Los edificios de Manhattan se veían más imponentes y mi corazón palpitaba con más fuerza. Tener la posibilidad de remar y tocar el agua es una sensación extraordinaria que alivia las penas del kayakista.

Fue una experiencia increíble y muy especial que no he podido aún entender por completo. Nací en Bogotá, capital de Colombia. Mi contacto con el agua de los ríos fue nula. Conocí el mar por primera vez a los 18 años cuando viajé a Barranquilla. En mi niñez y juventud me dediqué al fútbol y fui campeón nacional de gimnasia olímpica. Nunca tuve la oportunidad de practicar deportes acuáticos. Hasta que descubrí el kayaking.

Después de cuatro años remando y tomando cursos de kayaking, ahora estoy acreditado por la Asociación Americana de Canoa (ACA) que regula todas las embarcaciones que no usan motor y se desplazan sólo con el poder del cuerpo humano. Soy kayakista nivel 3, instructor nivel 2 y líder de viajes (Trip Leader). Me alimento mejor, entreno todas las semanas en el gimnasio o en el agua, he bajado 25 libras de peso y me siento mucho más joven. No tengo enfermedad alguna y estoy aprendiendo a ser más calmado, a tomar las cosas con la misma tranquilidad que se necesita para enfrentar grandes olas o regresar al kayak luego de zozobrar en medio de la corriente.

Luego de aquella primera experiencia en el Río Hudson decidí ser miembro del Long Island City Community Boathouse. Con ese club comencé a navegar las aguas del East River y a entender los riesgos que implica cruzar el área conocida como Hell’s Gate. En esa época no sabía del flujo y reflujo del agua que cambia cada seis horas. Tampoco tenía idea de las múltiples formas que existen de remar, hacia delante, hacia atrás y hacia los lados.

Por eso a finales del verano del 2015 decidí tomar clases en Manhattan Kayaking Company. Aprendí a escoger el remo adecuado, aunque me tomó varios años entender que remar hacia delante no es una función de halar, sino de empujar. Que lo más importante es rotar el torso e inclinar el cuerpo un poco hacia delante. Aprendí a usar el faldón para que el agua no ingrese a la cabina del kayak y realicé con éxito mi primera salida mojada (wet exit) después de zozobrar sin usar tapones en la nariz. Me sentí como un niño disfrutando de sus juguetes.

Mi curva de aprendizaje de kayaking comenzó a complicarse cuando ingresé al North Brooklyn Boat Club (NBBC). Allí aprendí a usar el radio marítimo, a disfrutar de los cambios abruptos del mar cuando se infla como un estómago y a lidiar con las corrientes traicioneras de los ríos. Participé en múltiples viajes en grupo en donde auxilié a remadores con hipotermia o rescaté a varias personas que perdieron el control de sus embarcaciones. Mi primer viaje a Governors Island en el 2016 fue difícil, casi zozobro y llegué sin aliento.

Así comencé a descubrir el fascinante mundo de las personas que practican kayaking porque protegen el medio ambiente, son creativas, enfrentan desafíos, trabajan en equipo como voluntarios y disfrutan de la comida saludable, las fiestas, el vino y la cerveza. Aunque también hay personajes complicados. En el NBBC tuve la fortuna de hallar a Monica Schroeder, profunda conocedora del mundo del kayaking, quien se convirtió en mi mentora y amiga.

En el verano del 2017 fue cuando vi por primera vez a varios kayakistas del NBBC practicar rollos en Hallest Cove, Queens. Quedé boquiabierto porque nunca antes había visto que es posible zozobrar un kayak y regresarlo a su posición original sin abandonarlo. Para mí era algo imposible y se volvió mi mayor desafío. Encontré muchas similitudes entre la gimnasia que había dejado de practicar por 30 años y los rollos con un kayak. Si me enamoré de kayaking, los rollos se volvieron mi obsesión.

Como en gimnasia, para ejecutar los rollos hay que estar en forma, escuchar al entrenador con atención, aprender a rotar el torso, mover las piernas y la cadera dentro del kayak, dejar la cabeza atrás, no hacer tanta presión sobre el remo y, sobre todo, aprender a colocar los hombros en posición horizontal (balance brace). Como en la vida, no hay que acelerarse, debemos respirar con calma y confiar en los demás.

Hay quienes practican kayaking porque aman este deporte, les encanta el agua, disfrutan de los viajes en compañía de otras personas, les fascina la naturaleza, necesitan entretenerse en algo o simplemente buscan huir de la soledad. Yo disfruto del agua y del proceso que debo seguir para obtener las destrezas de un kayakista experimentado y profesional. También necesito dejar a un lado el stress de mi trabajo como periodista y dueño de un medio de comunicación. Es mi refugio. Practicar kayaking en medio de tantos edificios como el Empire State, Liberty Tower o la Estatua de la Libertad es una forma de escapar de la realidad. Remar en la noche, con el reflejo de los edificios sobre el agua y el sonido de las olas a su alrededor, es una experiencia única y divina.

Tanto en el Hudson River como en el East River se pueden apreciar múltiples aves como gaviotas, garzas, cormoranes, ostreros y garcetas, además de cangrejos, ostras, ratas y mapaches. Hay de todo porque es un estuario que se está revitalizando, aunque se está llenando de ferris y jet skis. Para disfrutar la Bahía de Nueva York hay que saber de navegación y tener control del kayak.

La prueba de fuego para mí la tuve el fin de semana del 28 y 29 de septiembre del 2019. Once kayakistas del NBBC salimos el sábado por la mañana hacia Staten Island para campar y regresar al día siguiente. Un total de 40 millas. La ida, por debajo del Puente Verrazano, fue desafiante, pero placentera. El regreso nos tomó 11 horas, no planificamos los tiempos de navegación correctamente y tuvimos que cruzar de Staten Island a Brooklyn en la oscuridad. No podíamos ver las olas, sino que las escuchábamos. El cansancio se sentía en nuestros cuerpos. No podíamos parar. Los barcos y los ferris cruzaban por detrás y por delante de nosotros de manera amenazante. Nos podían embestir. Nadie zozobró. Logramos sobrevivir.

Esta experiencia puso a prueba nuestras destrezas y cada uno de nosotros creció como kayakista ese fin de semana. En ese viaje experimenté la diferencia entre usar un remo europeo y uno de estilo Groenlandia. En el viajé de ida usé el europeo y terminé con dolores en los hombros y la espalda. En el viaje de regreso usé el de Groenlandia y no me dolía nada. Es el mismo remo que uso en las clases de kayaking en la piscina del Riverbank State Park de la calle 145 en Manhattan. Lee Reiser, líder de este programa gratuito para enseñarle kayaking a las minorías durante el invierno, es otro de mis mentores y quien me ha enseñado a amar este deporte.

Chevaughn Dixon, con grandes destrezas como kayakista, mentor y gran amigo, lo conocí en Sebago Lake y fue quien me enseñó el profundo significado de los rollos en un kayak. Ese momento en que nos detenemos para sumergirnos en el agua y pensamos en lo incierto, en las posibilidades de fracaso y de éxito. En las opciones de vida. En lo que puede pasar. En lo incierto. En el amor. En la guerra y la paz. Si es invierno y el agua está muy fría, la sensación de vulnerabilidad es mayor, aunque es más fascinante practicar cualquiera de los 35 rollos. Mi obsesión por los rollos me ha llevado a participar en el Hudson River Greenland Festival y Delmarva Paddlers Retreat. Allí he tomado clases con Dubside y Helen Wilson, expertos a nivel internacional.

Para entender aún más la filosofía de kayaking he leído los libros At Sea in the City por William Kornblum, The Other Islands of New York City por Sharon Seitz y Stuart Miller, Fearless por Joe Glickman sobre la historia de la aventurera Freya Hoffmeister, e Inside, la historia de Susan Marie Conrad sobre su travesía por el Inside Passage que conduce a Alaska. He leído varios artículos de revistas especializadas en kayaking y he visto tantos videos sobre este deporte que mi esposa ha comenzado a sospechar que estoy abandonado mi profesión de periodista.

Javier CastañoJavier Castaño es el fundador de Queens Latino, publicación que se distribuye impresa y digital en QueensLatino.com