Jose Goitia para The New York Times
Jose Goitia para The New York Times

Desde La Habana, Cuba, Victoria Burnett, informa para el New York Times sobre un punto que sin pelos en la lengua discutió ampliamente el presidente Raúl Castro en su intervención durante la inauguración de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el pasado 7 de julio de 2013.

Se trata de la conducta cívica del cubano común y corriente, o mejor dicho la ausencia de ella.

Cuba, dijo Raúl Castro, da la sensación de ser una sociedad “más instruida pero no necesariamente más culta”.

Criticó el comportamiento que con los años ha llegado a aceptarse: desde criar cerdos en las ciudades a orinarse por las calles.

Dice el Times que en Cuba se “construyen casas sin permisos, se pescan especies de peces en peligro, se tumban árboles, se aceptan sobornos y favores, se acaparan bienes para vender a precios inflados y se hostiga a los turistas”.

Y, esto no es nada, continúa el Times. “Los isleños gritan por las calles, dicen groserías indiscriminadamente, perturban el sueño de los vecinos con música recia, beben alcohol en público, destruyen los teléfonos, se cuelan en los autobuses y apedren los trenes”.

Algunos cubanos de la vieja generación, agrega el Times, que han apoyado la revolución están de acuerdo con esta evaluación de la conducta ciudadana.

La nota tiene también la foto del sacrificio de un lechón en pleno centro turístico de La Habana.

Artículo en inglés

Aquí transcribimos las palabras del presidente Raúl Castro, según fueron publicadas en CubaDebate.

“Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás.

“Recordemos las palabras de Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005, cuando dijo que a esta Revolución no podría destruirla el enemigo, pero sí nosotros mismos y sería culpa nuestra, advirtió.

[vsw id=”LgCh8CMqSMI” source=”youtube” width=”425″ height=”344″ autoplay=”no”] “Así, una parte de la sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado. Se propagaron con relativa impunidad las construcciones ilegales, además en lugares indebidos, la ocupación no autorizada de viviendas, la comercialización ilícita de bienes y servicios, el incumplimiento de los horarios en los centros laborales, el hurto y sacrificio ilegal de ganado, la captura de especies marinas en peligro de extinción, el uso de artes masivas de pesca, la tala de recursos forestales, incluyendo en el magnífico Jardín Botánico de La Habana; el acaparamiento de productos deficitarios y su reventa a precios superiores, la participación en juegos al margen de la ley, las violaciones de precios, la aceptación de sobornos y prebendas, el asedio al turismo y la infracción de lo establecido en materia de seguridad informática.

“Conductas, antes propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de   palabras obscenas y la chabacanería al hablar, han venido incorporándose al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad.

“Se ha afectado la percepción respecto al deber ciudadano ante lo mal hecho y se tolera como algo natural botar desechos en la vía; hacer necesidades fisiológicas en calles y parques; marcar y afear paredes de edificios o áreas urbanas; ingerir bebidas alcohólicas en lugares públicos inapropiados y conducir vehículos en estado de embriaguez; el irrespeto al derecho de los vecinos no se enfrenta, florece la música alta que perjudica el descanso de las personas; prolifera impunemente la cría de cerdos en medio de las ciudades con el consiguiente riesgo a la salud del pueblo, se convive con el maltrato y la destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes; se vandaliza la telefonía pública, el tendido eléctrico y telefónico, alcantarillas y otros elementos de los acueductos, las señales del tránsito y las defensas metálicas de las carreteras.

“Igualmente, se evade el pago del pasaje en el transporte estatal o se lo apropian algunos trabajadores del sector; grupos de muchachos lanzan piedras a trenes y vehículos automotores, una y otra vez en los mismos lugares; se ignoran las más elementales normas de caballerosidad y respeto hacia los ancianos, mujeres embarazadas, madres con niños pequeños e impedidos físicos. Todo esto sucede ante nuestras narices, sin concitar la repulsa y el enfrentamiento ciudadanos.

“Lo mismo pasa en los diferentes niveles de enseñanza, donde los uniformes escolares se transforman al punto de no parecerlo, algunos profesores imparten clases incorrectamente vestidos y existen casos de maestros y familiares que participan en hechos de fraude académico.

“Es sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad y estos actos representan ya no solo un perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.

“Esas conductas en nuestras aulas son doblemente incompatibles, pues además de las indisciplinas en sí mismas, hay que tener presente que desde la infancia la familia y la escuela deben inculcar a los niños el respeto a las reglas de la sociedad.

“Lo más sensible es el deterioro real y de imagen de la rectitud y los buenos modales del cubano. No puede aceptarse identificar vulgaridad con modernidad, ni chabacanería ni desfachatez con el progreso; vivir en sociedad conlleva, en primer lugar, asumir normas que preserven el respeto al derecho ajeno y la decencia.  Por supuesto, nada de esto entra en contradicción con la típica alegría de los cubanos, que debemos preservar y desarrollar.

“Me he limitado a hacer un recuento de los fenómenos negativos más representativos, sin el ánimo de relacionarlos uno por uno, ya que ello extendería innecesariamente estas palabras.

“Con el concurso del Partido y los organismos del Gobierno, se efectuó un primer levantamiento que arrojó 191 manifestaciones de este tipo —conscientes estamos de que no son las únicas y de que hay muchas más—, separadas en cuatro categorías diferentes:  la indisciplina social, las ilegalidades, las contravenciones y los delitos recogidos en el Código Penal.

“El combate contra esas nocivas conductas y hechos debe efectuarse utilizando diversos métodos y vías. La pérdida de valores éticos y el irrespeto a las buenas costumbres puede revertirse mediante la acción concertada de todos los factores sociales, empezando por la familia y la escuela desde las edades tempranas y la promoción de la Cultura, vista en su concepto más abarcador y perdurable, que conduzca a todos a la rectificación consciente de su comportamiento.  Este será, no obstante, un proceso complejo que tomará bastante tiempo.

“El delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla:  haciendo cumplir lo establecido en la ley y para ello cualquier Estado, con independencia de la ideología, cuenta con los instrumentos requeridos, ya sea mediante la persuasión o, en última instancia, si resultase necesario, aplicando medidas coercitivas.

“Lo real es que se ha abusado de la nobleza de la Revolución, de no acudir al uso de la fuerza de la ley, por justificado que fuera, privilegiando el convencimiento y el trabajo político, lo cual debemos reconocer que no siempre ha resultado suficiente.

“Los órganos estatales y del gobierno, cada uno en lo que les corresponde, entre ellos la Policía, la Contraloría General de la República, la Fiscalía y los Tribunales deben contribuir a este empeño, siendo los primeros en dar ejemplo de apego irrestricto a la Ley; reforzando así su autoridad ante la sociedad y asegurando el apoyo de la población, como ha quedado demostrado en el enfrentamiento reciente a bochornosos casos de corrupción administrativa, en los que se involucraron funcionarios de organismos y empresas.

“Es hora ya de que los colectivos obreros y campesinos, los estudiantes, jóvenes, maestros y profesores, nuestros intelectuales y artistas, periodistas, las entidades religiosas, las autoridades, los dirigentes y funcionarios a cada nivel, en resumen, todas las cubanas y cubanos dignos, que constituyen indudablemente la mayoría, hagan suyo el deber de cumplir y hacer cumplir lo que está establecido, tanto en las normas cívicas como en leyes, disposiciones y reglamentos.

‘Cuando medito sobre estas lamentables manifestaciones, pienso que a pesar de las innegables conquistas educacionales alcanzadas por la Revolución y reconocidas en el mundo entero por los organismos especializados de las Naciones Unidas, hemos retrocedido en cultura y civismo ciudadanos.  Tengo la amarga sensación de que somos una sociedad cada vez más instruida, pero no necesariamente más culta”.