Así empieza la nueva vida de Sara Traoré, una niña de Costa de Marfil de dos años y cinco meses que estuvo a punto de morir en el mar. Tan solo tres días antes, Sara estaba saliendo de una playa libia en un bote inflable blanco con más de cien personas hacinadas, la mayoría africanas. Iba acompañada por su madre y su hermano de nueve años. Ambos perdieron la vida durante el viaje: su mamá murió aplastada, él se fue al fondo del mar. Sara fue rescatada y, a su llegada a Italia, fue atendida en el hospital y acogida de forma provisional por una familia en un pueblo siciliano.

Podría ser una guerra. El año pasado 3498 civiles perdieron la vida en el conflicto afgano, según la ONU. En el Mediterráneo, más de 5000. Hasta el 3 de agosto, este año han muerto ya 2397 en busca del sueño europeo, huyendo del hambre y la guerra, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

Son las cifras oficiales: solo el fondo del mar sabe cuántos cadáveres esconde.

Llegaron con vida a Europa en el mismo periodo más de 114.000 migrantes y refugiados. Eso quiere decir que una de cada 47 personas que intentaron cruzar el Mediterráneo murió en el intento.

Tirarse al mar. Tirar los dados: La zona donde se concentran los rescates y los naufragios empieza doce millas náuticas al norte de la costa libia. Tras el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía en 2016 (con 6000 millones de euros de por medio), que cerró de facto la ruta que pasaba por Grecia y los Balcanes para llegar al norte del continente, esta es la vía clandestina más concurrida para intentar alcanzar Europa. Y también la más peligrosa. La suspensión de la operación de salvamento Mare Nostrum en 2014 dejó desprotegidas a las barcazas que salían de Libia, y las oenegés —cada vez más— botaron barcos para evitar naufragios, rescatar a las pateras y llevar a sus ocupantes a Italia. El caos posgadafista ha impedido hasta ahora que la UE llegue a un acuerdo efectivo con Libia similar al de Turquía.

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