Carta a Gimlich de Hitler, en ElMolinoonline.comAntes de “Mi lucha”, antes de sus discursos de horas en las cervecerías de Alemania, un joven austriaco veterano de la Primera Guerra Mundial, que colaboraba con un grupo de propaganda nacionalista del ejército alemán, respondió a otro ex soldado llamado Adolfo Gemlich su pregunta sobre la posición del ejército respecto a “la cuestión judía”.

Esa respuesta pasaría a la historia como la Carta Gemlich escrita por Adolfo Hitler y la el primer documento en que el antiguo cabo del ejército plasma sus conceptos racistas y anti semitas. En exhibición en el Centro Simon Wiesenthal en New York, a la carta se le considera “Uno de los documentos más importantes en la historia del Tercer Reich”.

Para la información de los lectores de El Molino, hemos traducido esta carta al español.

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Estimado Herr Gemlich,

El peligro que plantean los judíos para nuestro pueblo hoy se manifiesta en la aversión innegable de amplios sectores de nuestro pueblo. La causa de esta aversión no se encuentra en un reconocimiento claro del efecto consciente o inconscientemente, sistemático y pernicioso de los judíos como una totalidad en nuestra nación. Más bien, se plantea ante todo por el contacto personal y por la impresión personal casi siempre desfavorable que deja el individuo judío . Por esta razón, el antisemitismo es demasiado fácilmente caracterizado como un mero fenómeno emocional.

Y, sin embargo esto es incorrecto. El antisemitismo como un movimiento político no puede y no debe definirse por los impulsos emocionales, sino por el reconocimiento de los hechos. Los hechos son los siguientes: En primer lugar, el judaísmo es absolutamente una raza y no una asociación religiosa. Incluso los Judíos nunca se designan como judíos alemanes, judíos polacos , o judíos estadounidenses, pero siempre como Judíos de Alemania, Polonia o de Estados Unidos.

Los judíos nunca han adoptado mucho más que la lengua de las naciones extranjeras en donde viven. Un alemán que se ve obligado a hacer uso del idioma francés en Francia, el italiano en Italia, el chino en China no implica que quede un francés, italiano o chino. Es lo mismo con el judío que vive entre nosotros y se ve obligado a hacer uso de la lengua alemana. No se convierte en alemán. Tampoco la fe Mosaica, tan importante para la supervivencia de esta raza, resuelve la cuestión de si alguien es un judío o no lo es. Escasamente existe una raza cuyos miembros pertenezcan exclusivamente a una sola religión específica.

A través de miles de años de la endogamia más estrecha, los judío en general han mantenido su raza y sus peculiaridades mucho más distinguibles que muchos de los pueblos entre los que han vivido. Y esto trae a colación el hecho de que entre nosotros vive una raza no alemana, extranjera que ni quiere ni es capaz de sacrificar su carácter racial o negar su sentimiento, pensamiento y esfuerzo.

Sin embargo, posee todos los derechos políticos de nosotros. Si el espíritu de los judíos se revela en el ámbito puramente material, es aún más claro en su pensamiento y esfuerzo. Su danza alrededor del becerro de oro se está convirtiendo en una lucha despiadada para todos aquellos bienes que valoramos más alto en la tierra.

El valor de la persona deja de decidirse por su carácter o por la importancia de sus la totalidad de sus logros, sino exclusivamente por el tamaño de su fortuna, por su dinero.

La estatura de una nación deja de medirse por la suma de sus facultades morales y espirituales, en vez se mide por la riqueza de sus posesiones materiales.

Esta forma de pensar y esforzarse por el dinero y el poder, y los sentimientos que lo acompañan, sirven a los propósitos del judío que carece de escrúpulos en su elección de métodos y despiadado en el empleo de ellos. En los estados gobernados autocráticamente, mendiga por el favor de “Su Majestad” y abusa de éste como una sanguijuela pegada a las naciones. En las democracias, compite por el favor de las masas, se encoge ante la “majestad del pueblo”, y sólo reconoce la majestad del dinero.

Él destruye el carácter de los príncipes con la adulación bizantina, el orgullo nacional (la fuerza de un pueblo), con el ridículo y vergonzoso fomento de la depravación. Su método de batalla es que la opinión pública nunca se expresa en la prensa, pero que se maneja, no obstante y falsificados por ella.

Su poder es el poder del dinero, que multiplica en sus manos sin esfuerzo y sin fin a través del interés, y que obliga a los pueblos sometidos bajo el más peligroso de los yugos. Su resplandor dorado, tan atractivo en un principio, oculta en última instancia, las consecuencias trágicas. Todo objetivo noble por el que los hombres se esfuerzan, ya sea la religión, el socialismo, la democracia, es para el judío únicamente un medio para un fin, la manera de satisfacer su lujuria por el oro y la dominación.

En sus efectos y consecuencias es como una tuberculosis racial de las naciones.

De todo esto se deduce lo siguiente: un antisemitismo basado en argumentos puramente emocionales encontrará su máxima expresión en la forma del pogrom. Un antisemitismo basado en la razón, sin embargo, debe conducir al sistemático combate jurídico y la eliminación de los privilegios de los Judios, distinguiendo a los Judios de los otros extranjeros que viven entre nosotros (una Ley de extranjería). El objetivo final [de esa legislación] debe, sin embargo, el retiro irrevocable de los judíos en general.

Tanto para estos fines es necesario un gobierno de fuerza nacional, no de debilidad nacional.

La República de Alemania debe su nacimiento, no a la voluntad nacional uniforme de nuestro pueblo, pero la explotación maliciosa de una serie de circunstancias que encontró su expresión general de una insatisfacción profunda y universal. Estas circunstancias, sin embargo eran independientes de la forma del estado y siguen vigentes hoy en día. De hecho, ahora más que antes. Por lo tanto, una gran parte de nuestra gente reconoce que un cambio en la forma del estado de por sí no puede cambiar nuestra situación. Para ello tendrá un renacimiento de las facultades morales y espirituales de la nación.

Y este renacimiento no puede ser iniciado por un liderazgo estatal de las mayorías irresponsables, influenciado por los dogmas de ciertos partidos, una prensa irresponsable, o frases y consignas internacionalistas. Requiere en vez, la instalación firme de personalidades de liderazgo nacionales con un sentido interno de responsabilidad.

Pero estos hechos niegan a la República el apoyo interior esencial de las fuerzas espirituales de la nación. Y así, los actuales líderes del estado se ven obligados a buscar apoyo entre los que disfrutan los beneficios exclusivos de la nueva formación de las condiciones alemanas, y que por este motivo fueron la fuerza impulsora detrás de la revolución, los judíos.

A pesar de que (según demuestran diversas declaraciones de los personajes principales) los líderes de hoy comprendieron plenamente el peligro que representan los judíos, ellos (buscando su propio beneficio) aceptaron el apoyo gustosamente ofrecido por los judíos,  y también devolvieron el favor. Y este pago consistía no sólo en favorecer de todas maneras posibles a los judíos, pero sobre todo en crear obstáculos al pueblo traicionado que lucha contra sus defraudadores, es decir en la represión del movimiento antisemita.

Respetuosamente,

Adolfo Hitler