En alguna cuneta en Granada, todavía sin darles digna sepultura, descansan los restos mortales de un gigante de las letras españolas, Federico García Lorca.

Asesinado por ser partidario de la República, y además homosexual, en sus breves 38 años dejó un legado de poesía, teatro, dibujos, conferencias, que ha sido estudiada, analizada por amantes de las letras de todas las lenguas. Hoy lo recordamos, agradeciendo su legado y renovando nuestra esperanza de que algún día se haga justicia.

Aquí, el poeta usa la casida, Wikipedia: “La casida (en árabe, قصيدة qaṣīda; en persa, چكامه chakâmé) es una forma poétic propia de la Arabia preislámica; se trataba de un género poético extenso, de más de 50 versos e incluso más de 100. Más tarde fue adoptada por los persnas que la emplearon asiduamente”.

García Lorca usa la casida en su colección “El Poeta en New York”. También en el Divan del Tamarit.

Casida de la muchacha dorada

La muchacha dorada 
se bañaba en el agua 
y el agua se doraba. 

Las algas y las ramas 
en sombra la asombraban 
y el ruiseñor cantaba 
por la muchacha blanca. 

Vino la noche clara, 
turbia de plata mata, 
con peladas montañas 
bajo la brisa parda. 

La muchacha mojada 
era blanca en el agua, 
y el agua, llamarada. 

Vino el alba sin mancha, 
con mil caras de vaca, 
yerta y amortajada 
con heladas guirnaldas. 

La muchacha de lágrimas 
se bañaba entre llamas, 
y el ruiseñor lloraba 
con las alas quemadas. 

La muchacha dorada 
era una blanca garza 
y el agua la doraba.

Casida del herido por el agua

Quiero bajar al pozo,
quiero subir los muros de Granada,
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.

El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
¡Qué desiertos de luz
iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente,
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo,
quiero morir mi muerte a bocanadas,
quiero llenar mi corazón de musgo,
para ver al herido por el agua.

Casida de la mujer tendida

Verte desnuda es recordar la tierra.
La tierra lisa, limpia de caballos.
La tierra sin un junco, forma pura
cerrada al porvenir: confín de plata.

Verte desnuda es comprender el ansia
de la lluvia que busca débil talle,
o la fiebre del mar de inmenso rostro
sin encontrar la luz de su mejilla.

La sangre sonará por las alcobas
y vendrá con espada fulgurante,
pero tú no sabrás dónde se ocultan
el corazón de sapo o la violeta.

Tu vientre es una lucha de raíces,
tus labios son un alba sin contorno,
bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.

Casida de la mano imposible

Yo no quiero más que una mano,
una mano herida, si es posible.
Yo no quiero más que una mano,
aunque pase mil noches sin lecho.

Sería un pálido lirio de cal,
sería una paloma amarrada a mi corazón,
sería el guardían que en la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la entrada a la luna.

Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía
Yo no quiero más que esa mano
para tener un ala de mi muerte.

Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya, astro perpetuo.
Lo demás es lo otro; viento triste,
mientras las hojas huyen en bandadas. 

 

Casida de la rosa

La rosa
no buscaba la aurora:
casi eterna en su ramo,
buscaba otra cosa.

La rosa,
no buscaba ni ciencia
ni sombra: confín de carne y sueño,
buscaba otra cosa.

La rosa,
no buscaba la rosa.
Inmóvil por el cielo
buscaba otra cosa.