Los piquetes del Mix
Las huellas de 118 piquetes las trae en el cuello, cabeza, todo el cuerpo

Con esta segunda entrega, continuamos la crónica Ciudad Juarez: La apuesta por la paz, sobre el centro urbano en la frontera mexicano-estadounidense que renace de una larga y profunda noche. Este recorrido por las calles de la ciudad donde no hace mucho reinaba el terror, consiste de cinco capítulos, y fue creada por nuestros amigos de www.utópicos.com.co, en Colombia y www.Lopolitico.com, en México. Aquí puedes leer el Capítulo 1: Juárez, ayer y hoy. Capítulo 2

En el argot criminal, El Mix está curado, rezado, protegido, bendito, o simplemente tiene más vidas que un gato. La primera vez que la pandilla contraria intentó asesinarlo en una riña callejera a punta de pata y puño, logró escabullirse y refugiarse en los puentes de Ciudad Juárez —con una botella de tequila, la billetera llena y un celular, era más que suficiente—.

Los piquetes de El Mix. Por Margarita Solano. Jefa de Información de www.lopolitico.com. Corresponsal de www.utópicos.com.co en México.

Sonríe, se acomoda la boina.

En 2008 era un pandillero de tez morena y mirada pícara que sonreía hasta en sus peores momentos, se tapaba la cabeza con una boina café y vestía como cholo: pantalones tres tallas más grandes, tenis desbordados, un saludo dibujando cuernos en los dedos de la mano derecha, que es capaz de sostener un arma sin titubeos.

Desde entonces, El Mix no volvió a casa. Supuso que de hacerlo sus papás lo verían morir o que él los vería morir, ¿para qué arriesgarse, si a sus 18 años ya había dejado tanto al azar? Una noche se abrazó a la almohada de una amiga coqueta que pudo esconderlo; otra más, en casa de un cuate de la secundaria, donde vendían marihuana y crack al menudeo. Cuando era necesario, extorsionaba a los profesores de matemáticas e historia por una calificación superior y, el resto de las noches, caminaba intoxicado por alcohol hasta encontrar un puente alejado de los enemigos.

La tercera es la vencida.

Se sintió tranquilo cuando logró que Diego, un compa de la escuela, le diera trabajo cuidando su casa. Tendría techo y comida como parte del pago. Habían pasado dos años de la última riña, comenzaba a ganarse la vida custodiando un bien ajeno, dormía caliente, pero era 10 de mayo de 2010 y a los 20 años todo es motivo para celebrar.

Día de la Madre

Agarró la fiesta desde temprano y a las dos de la mañana sonaron dos golpes a la puerta.

—Ha de ser tu hermano Diego, ¿le abres wey?— El Mix está soñoliento, con tufo de tequila.

El grito llegó minutos después, tiró a El Mix de un salto al piso. Diego recibió un cuchillo de frente en el esternón, quedó tendido en la puerta; iban por El Mix.

El MixLo que pasó con El Mix después de escuchar el último grito de su amigo es un guión de película aun no escrito por Tarantino. Un cuchillo cebollero le rebanaba el cuello mientras cinco hombres con el rostro visible le hacían 118 piquetes de los pies a la cabeza. Lo aventaron en un sofá moribundo. Los flashes de las cámaras fotográficas de los peritos y reporteros que lo daban por muerto fueron su último recuerdo. 11 de mayo, un titular de prensa de la ciudad más violenta del mundo, resumió su odisea:

“Día negro. Mueren nueve, sobrevive uno”.

***

—Yo trabajaba en un circo ambulante antes de estar aquí, cuidaba un tigre bien grande, le daba de comer, lo ayudaba a bañar, pero un día el tigre se escapó y tenía que detenerlo, peleamos tanto que miren cómo me dejó, todo lleno de arañazos—muestra la cabeza a un público que no supera los ocho años de edad. El más chico está impresionado con la anécdota y toca el cráneo inclinado para sentir de cerca las garras del felino ancladas en El Mix.

La historia la inventó un año después de sobrevivir al “día que más miedo tuve en toda mi vida”, cuando aceptó ir a CASA, un Centro de Integración Juvenil que busca, a través de talleres de serigrafía, grafiti, música y actividad física, rescatar a niños y jóvenes de Ciudad Juárez en situación de riesgo.

Tomó un curso de rap, un poco de baile, clases de guitarra, aprendió a pintar camisas que podía vender, dibujó decenas de grafitis artísticos, dejó el alcohol, las armas, se casó, tiene dos hijos propios y cientos heredados. Se volvió el instructor de niños que él nunca tuvo.

Sólo entonces se vio obligado a buscar una respuesta para los curiosos que, con asombro, tocaban alguna de sus 116 cicatrices. ¿Cómo explicarles a unos niños que otro hombre lo quiso matar?

Es enero de 2016 y han pasado cinco años desde el día en que El Mix agonizaba en un hospital. También agonizaba Ciudad Juárez en 2010. 3057 asesinatos, 76 secuestros y 93 extorsiones ocurrieron en la ciudad fronteriza señalada internacionalmente como la más violenta del mundo.

Han pasado cinco años y El Mix ha ganado un par de kilos, juega fútbol con niños de cinco a catorce años en una cancha pavimentada, con salones naranja que son hoy su refugio. Menores en situación de calle, pobreza extrema, hijos de zonas marginales, de madres que se sumergen en una maquiladora para llevar el pan a la mesa, juarenses que han encontrado en El Mix un héroe de carne y hueso.

¿Supiste de tus agresores?

—Los volví a ver. Como eran menores de edad, todos salieron rápido de la cárcel. Eran seis, de todos me acuerdo perfecto porque cuando uno es del barrio, conoce a sus enemigos. A uno de ellos lo asesinó mi tío, y ahora él está en la cárcel con un policía que le ayudó, los otros cinco salieron libres y un día iba caminando por la calle con mi esposa, mis hijos y los vi, todos juntos otra vez, me miraron, los miré, tuve tanta ira, tantos deseos de ir con toda esa rabia contenida a partirles su madre, pero me contuve. Amigos míos me decían que me los agarraban a todos y que yo fuera a darles el tiro de gracia o me preguntaban que cómo quería que me los entregaran y eso me rondó muchas noches la cabeza, el corazón, el alma, pero yo ya no era ese Mix, ya soy otro y aprendí que una de las tantas maneras de ser feliz es cuando perdonas, yo los perdoné—; se vuelve acomodar la boina.

Jamás se pensaría que tiene 25 años, jurarían que rebasa los 40. Tampoco se daría crédito a la historia que guarda un cuerpo donde las huellas de tortura sobresalen por las manos, los tobillos, el cuello, la cabeza; El Mix ahora es Alejandro, un adolescente que cursa segundo semestre de docencia en la Universidad Pedagógica de Ciudad Juárez porque quiere ser maestro —pero no para dar clases en un salón encerrado, sino para ir al barrio, recorrer sus calles y sacar a chavos del riesgo de las drogas, las pandillas, el alcohol—.

Son las siete de la noche, la penumbra de la Colonia Azteca hace más notoria la polvareda de sus calles y avenidas, donde hoy se disputan la plaza del menudeo las pandillas de Los Aztecas contra Los Artistas Asesinos. Las llantas de los coches rechinan con las piedras y Javier, de escasos seis años, se abraza de la pierna de El Mix. Le pide que cuente otra vez el día que peleó con el tigre, le hala con insistencia el jean, lo mira hacia arriba. El Mix sonríe, se agacha, los niños corren a su regazo, el viento helado sopla.

—Yo trabajaba en un circo ambulante antes de estar aquí…

Cuidad Juárez