BORIS DELGADOReproducido de la revista Arcadia. En español. Un profesor de Pasto responde a la columna del escritor publicada en The New York Times en español.

POR BORIS DELGADO: 20/18/06/05. Me permito escribirle desde una orilla muy pequeña y humilde en relación al escenario de opinión que vive el país. No soy columnista de ningún medio y a lo sumo tengo interlocución solo con mis estudiantes y amigos en una de las esquinas de Colombia. Quizás esté de acuerdo conmigo en reconocer que, a pesar del ambiente de polarización y de la comunicación fácil e impulsiva que suele darse en redes sociales, hay un florecimiento de discusiones políticas y ciudadanas interesantes que empiezan a articular preguntas que antes, como sociedad, no estábamos dispuestos a hacernos. Es esa la razón que me motiva a compartir algunas reflexiones con usted, siempre en el marco del respeto y el aprendizaje por las diferencias del otro.

El día de ayer tuve la oportunidad de leer su columna titulada “Colombia entre la oligarquía y la demagogia”, donde expone sus impresiones sobre el panorama electoral del país y explica los motivos por los cuales no se siente representado por ninguno de los actuales candidatos a la presidencia. Teniendo en cuenta la pluralidad de visiones que confluyen en este momento histórico, su posición es válida y respetable. Considero que alguien que goza de un reconocimiento de opinión importante tiene a bien expresar su lectura de país. Sin embargo, lo que me ha sorprendido de su columna es la lógica de su argumento y es sobre ella que me permito profundizar y problematizar.

El primer punto a discutir es su énfasis en presentar el país y su actual panorama político entre las formas tradicionales de la oligarquía de extrema derecha, la demagogia de la extrema izquierda y las posiciones de centro. A mi parecer, hay un círculo vicioso en esa forma de entender la realidad que limita las posibilidades comprensivas en un contexto tan convulsionado como el nuestro.

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El reduccionismo al que usted acude es malsano porque no permite mirarnos y porque además de invisibilizar la praxis de ejercicios políticos diversos en el país, tiende a crear pesos innecesarios e injustos sobre la misma gente. El día domingo debí primero acompañar a mi padre a ejercer su derecho al voto. Él tomó la opción de Duque, y no creo que desde su actitud y pensamiento se sienta políticamente identificado con las posiciones retrógradas de un extremista de derecha. Luego debí acompañar a mi madre a votar por Fajardo junto con mi hermano, que acababa de votar por Petro. Después todos compartimos un café dominical. ¿Qué significado puede tener esto? Esta escena, que intuyo es muy colombiana y cada vez más común, destituye justamente ese reduccionismo. Muchas familias están compartiendo sus visiones políticas, quizás no desde una militancia rabiosa, ni desde una intención dividida y polarizada, sino como expresión de malestares diversos que desde sus emergencias quieren encontrarse. El asunto es traducir esas demandas en espejo de lo que Colombia quiere expresar en colectivo.

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Lo que me extraña de su posición es que siempre he considerado que la literatura y las artes son los antídotos sociales más efectivos contra este tipo de imaginarios excluyentes. La literatura es una forma de enseñarle a la gente a salvarse de los tristes binarios de la política, las doctrinas cerradas y las formas de esclavitud moderna. Por ello, dado su quehacer y reconocimiento, no deja de inquietarme su posición.

El segundo punto que quiero problematizar es el impacto de lo anterior en su percepción de las campañas de Fajardo y Petro. Expongo inicialmente que, en los programas presentados por los dos candidatos, puedo reconocer muchas más convergencias que antagonismos programáticos. Los dos hacen eco de una necesidad de transformación de país y los dos obedecen a un proyecto modernizador de Estado en sintonía con esas nuevas ciudadanías emergentes.

Sería triste decir, por ejemplo, que quienes votaron por Fajardo lo hicieron motivados por el descontento que les representa las figuras de Uribe o Petro; sería injusto y extremadamente sesgado. Prefiero pensar que votaron por un proyecto de país y por la identificación de vacíos profundos en la gestión de lo público, que se movilizaron por una confluencia de procesos sociales y culturales invisibilizados tradicionalmente y que ahora podrían constituir una alternativa de gobierno. Es decir, que no se quedaron en una neutralidad patológica que había caracterizado a las posiciones de centro de otras épocas, sino que pasaron a la acción verdaderamente política.

En el caso de Petro estamos ante una situación similar. Sus votantes, desde orillas distintas, están también apostándole a una humanización de Estado que permita superar una tolerancia mezquina de la violencia en todos sus órdenes. La diferencia entre Petro y Fajardo es que el primero canaliza una conciencia histórica del país, y no se limita solo a proponer una reconciliación aparente y maquillada de las diferencias. Petro evidentemente evoca heridas históricas, lo cual no es negativo, pues al hacerlo facilita la germinación de escenarios que nos permitan resolver creativamente nuestras tragedias no contadas. La historia colombiana viene de heridas profundas, entre ellas la violencia por el monopolio de la tierra. Lo que propone la Colombia Humana es dar pasos para sanar esa herida y ello me parece valiente y urgente.

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Hemos sabido reconocer que las heridas que no se nombran entran en un ciclo vicioso que hace que se repita en nuevas violencias. Lo que evoca Petro, desde mi mirada, no es el odio de clases como usted supone, sino la oportunidad de volvernos dignos de la historia a partir de sanar esas heridas sociales profundas. Ese es un reto que desborda a cualquier gobierno. No obstante, es interesante que una propuesta se pueda preguntar por ello e intente construir una agenda en ese horizonte. Salvo esta diferencia, considero que las dos propuestas de Petro y Fajardo se construyen desde un deseo profundamente democrático que es positivo para la conciencia política del país.

En este sentido, me parece absurdo que la propuesta de Petro sea reducida y sometida a una satanización mediática por atribuirle un imaginario de extrema izquierda. En su columna usted expresa: “Gustavo Petro fue un simpatizante del comandante Hugo Chávez, de él copió la retórica incendiaria y las propuestas populistas y en su movimiento, Colombia Humana, tienen acogida el rencor, el resentimiento, el odio de clases y el revanchismo de quienes consideran que nada en nuestro país ha sido ganado por méritos o por trabajo, sino por privilegios de clase, prebendas políticas o simple corrupción”.

 

Cuando leo esta parte del argumento me sorprendo aún más, porque me parecería estar leyendo un comentario de alguien sesgado y de afinidad confesada por el uribismo y no de centro. Lo digo porque en su alusión apela a los mismos imaginarios que fueron creados por el Centro Democrático para construir mitos no fundados, y que hacen parte de ese reduccionismo de asociar las propuestas de cualquier oposición con la realidad política venezolana, el mismo argumento que ridículamente le habían impuesto a Santos. Recuerde que la alusión infantil del “castrochavismo” fue creado por un sector de la sociedad a quien le interesa mantener ese conflicto ficcional, porque le posibilita aferrarse al poder.

Los conocedores del desarrollo de las ideas políticas fácilmente reconocerían que las propuestas de Petro no son expresamente de izquierda, ni menos de una extrema izquierda. Obedecen más bien a una necesidad de integrar a sectores y voces excluidas a un proyecto fallido de modernidad, que anteriormente no permitió la participación plural de todos los actores sociales. Esto puede ser discutido, sin embargo, siendo rigurosos. No se debe confundir este deseo con proyectos socialistas del siglo XXI. Se evidencia, más bien, una intención de humanizar el mismo Estado reconociendo la participación de nuevas ciudadanías, incluso a partir de la actualización de ideas liberales incluyentes y garantes de derechos.

Por otra parte, actualmente la interrogación más profunda al capitalismo no se encuentra en las formas del discurso tradicional, sino en la cotidianidad misma. Es allí donde la gente y las poblaciones están narrando sus niveles de asfixia ecológica, social, emocional y política. Lo interesante es que esa cotidianidad reflexiva está constituyendo al mismo tiempo saberes entorno a la escucha de los territorios. En el mundo contemporáneo algo está pasando en la relación del ser humano con su entorno, algo se quiere expresar, y es en esa relación donde se está dando una revolución sutil y profunda. Hoy están emergiendo decires más allá de su configuración antropocéntrica, estamos aprendiendo a reconocer que los presos políticos también son los ríos secuestrados y contaminados, que los genocidios también ocurren en los bosques, que los desplazamientos también tienen que ver con la migración climática de las especies. La ética contemporánea consiste justamente en cómo nos relacionamos con lo no-semejante, con el agua, por ejemplo; con los minerales, el aire o los animales, y cómo ello nos ayuda a entendernos mejor entre semejantes. Es decir, cómo otros actores de nuestra trama ecosistémica nos ayudan a salir de nuestro antropocentrismo patológico. A propósito de este reto global, Bruno Latour evoca una bella frase de Michel Serres que dibuja este desafío ético en lo contemporáneo y que invierte la visión estoica tradicional del mundo: “Ahora depende de nosotros que no todo dependa de nosotros”.

En Colombia, hay un despliegue de sensibilidades políticas que posibilitan que lo anterior se sintonice con prácticas creativas y estéticas en diversos territorios y que nos están enseñando otra forma de encontrarnos. Cuando usted se refiere a la demagogia populista de la izquierda, da entender que la gente que votó el domingo pasado por la opción de Colombia Humana, lo hizo por un reflejo psicológico de masas atrapadas en las redes de un sentir populista y no por una lectura crítica de la realidad. Si uno toma su argumento de manera literal, podría también pensar que el apoyo de los pueblos indígenas, afros, campesinos y jóvenes organizados en las ciudades a la candidatura de Petro fue erróneamente motivada e influenciada por un despertar malsano del populismo, y que ellos han sido encantados por un nuevo caudillo que los hace vibrar con mentiras. Lo anterior me parece un tanto ingenuo y a la vez mezquino. Quizás lo que usted no alcanza a reconocer es que hay agendas políticas y comunitarias, a la vez subterráneas, que van produciendo esas sintonías. No porque estén esperando que un caudillo venga a salvarlos, sino por el deseo de encontrarse con un escenario político donde sea posible expresarse y proponer interlocución. Por ejemplo, ya son décadas de trabajo organizativo de las comunidades indígenas en torno a lo que han llamado la liberación de la madre tierra, y eso refleja que estamos siendo interpelados por otras sensibilidades en ejercicio de una comprensión cosmopolítica de los conflictos, donde la humanidad está invitada a repensarse. Estas reivindicaciones, entonces, no son algo nuevo o la ocurrencia pasajera de una candidatura; por el contrario, son batallas ancestrales invisibles para el sentido común, pero que encarnan una disciplina organizativa, incluso transgeneracional. A veces nos cuesta reconocer que en estos casos no solo votan individuos, sino procesos históricos.

Usted muy amablemente ha compartido su decisión de abstenerse o votar en blanco el próximo 17 de junio, por ello yo también deseo compartirle mis razones por las que en ese día tomare´ la opción de votar por la Colombia Humana.

Antes de ello, quiero expresarle que al igual que usted, tengo muchas prevenciones con el estilo de liderazgo de Petro. No me gusta el personalismo de su discurso, ni tampoco su empecinamiento terco. Sin embargo, en el actual panorama político no busco una opción que se acomode exclusivamente a las necesidades de mi personalidad. Lo que está en juego es algo más trascendente; por ello también tengo la capacidad de admirar su lucha por la democracia en Colombia y la lectura que propone de país. Valoro varios aciertos en sus propuestas, aunque como lo mencioné, tenga sanas diferencias con algunos de sus planteamientos.

Votaré por la Colombia Humana, por las mismas razones por las que en este momento votaría por Fajardo y por cualquier otra opción de gobierno alternativo; porque no creo en gobiernos perfectos sino en los más incluyentes, en los que son capaces de provocar creativamente nuevos conflictos éticos y políticos en nuestras conciencias, en los que nos retan para salir de este conformismo terrorífico que ha caracterizado la historia colombiana. Porque me conmueve los jóvenes en las calles junto a diversas iniciativas, luchando espontáneamente por la paz y por el anhelo de derrotar el cáncer de la corrupción. Porque creo que si´ podemos metaforizar y poetizar nuestras heridas, porque creo que es parte de la salud política del país, el que aparezcan lenguajes no expresados. Porque estoy visceralmente en contra de un discurso de guerra y porque creo en la espiritualidad del gesto y la palabra. Porque me quiero sentir cómplice de los guardianes de un tiempo ya soñado y que están representados en los que protegen las semillas, el agua y la historia.

Como se podrá dar cuenta, mi intención no es cuestionar su decisión electoral, sino invitarle amorosamente a que aportemos con responsabilidad, desde la particularidad de nuestros oficios, elementos de análisis y argumentación conforme a nuestro rol de formadores de opinión, en un país que esta´ aprendiendo a cuestionar su realidad.

Con aprecio y admiración,

Boris Delgado
Profesor
San Juan de Pasto 31 de mayo de 2018

P.d.: No estaría de más si el azar de la vida nos da la oportunidad de compartir un café y charlar, tal vez, de otros temas inspiradores.