El 16 de mayo, finalmente, tras un año de hacer ganas, nos embarcamos en el velero de mi hermano.  El tipo conoció el mar cuando apenas teníamos menos de diez años y la generosidad del Tío Miguel nos llevaba a las Islas del Rosario tres y hasta cuatro veces al año.  Entendió que el mar era lo suyo.  Se dedicó a conocer y entender todo lo que tiene que ver con el mar.  Adolescente era un pescador submarino capaz de alimentar a una población de 20 o 25 personas con la pesca diaria.  Por la mañana peces de las rocas, pargos, chernas, cabrillas que sacaba en aguas de 10 a 15 metros de profundidad sin nunca usar un tanque de buceo, a mero pulmón.   Por la tarde cazaba sierras y una que otra barracuda haciendo gala de una envidiable puntería ya que esa caza requería de perseguir el pez y dispararle en el momento preciso.  Ese amor por el mar lo llevó a convertirse en un gran marinero y mejor capitán.

Tras años de preparación que incluyeron una que otra locura que constituyen deliciosos relatos en las noches mientras tomamos un buen ron caribeño anclados en una siempre hermosa bahía, mi hermano que trabajó intensa y exitosamente durante 40 años ha logrado cumplir un sueño que fue construyendo desde la adolescencia.  Se compró un velero, cipote velero.  ¡Eso me produce el más profundo respeto y la mayor admiración!

El 16 de mayo en la tarde, con Mónica y nuestra hija Camila nos embarcamos en la marina de Terre Basse en Guadeloupe.

El capitán, mi hermano, nos recibe con instrucciones precisas sobre cuáles son las precauciones fundamentales que se deben tomar cuando uno está en un velero.  Obviamente yo que me creo por encima del bien y del mal no pongo mucha atención y a la mañana siguiente me las arreglo para hacerme una terrible ampolla en la planta del pie, producto de atravesar la pasarela de abordaje sin tener cuidado.  Eventualmente la ampolla se reventó antes tiempo botando un impresionante chisguete de sangre y desde entonces he tenido que soportar la molestia que suma a los golpes que uno ser de tierra se da cada rato cuando trata de hacer las maniobras necesarias en un velero.  Tengo las piernas y rodillas llenas de cortaditas y moretones.

El 17 salimos en dirección de las Islas Les Saintes. En un par de traversas con viento del Este, navegando a ocho nudos, muy cómodamente, nos damos cuenta de que el Amamán es tronco de velero.  Navega delicioso, smooth sailing, dirían los ingleses, sus fabricantes.  Del putas, digo yo en mi leguaje mucho menos marino.  El barco se llama Amamán porque a mi hermano, el capitán, su pasión por el mar lo llevó a volverse un dedicado nadador y desde hace años pasa más de una hora diaria haciendo piscinas, por lo que sus amigos lo bautizaron Acuamán.  Su hija, mujer muy inteligente, siempre le explicó a su nieta que ella tenía un abuelo, dos abuelas y a acuamán como cuarto abuelo.  La chiquita bautizó entonces a mi hermano Amamán y por lógica el barco se tiene que llamar el Amamán.

Les Saintes es un descubrimiento casi mágico.  Anclamos en una bahía muy bella, frente a un lugar llamado Le Bourg de Terre de Haut (el Poblado de la Tierra de Arriba), Terre de Haut es una de las seis islas que conforman el archipiélago des Les Saintes.  Bajamos a tierra a buscar una farmacia a ver qué curación recomiendan para mi herido pie y a comprar pan y gourmandisesen una panadería en que lo mejor es la panadera y eso que el pan y las gourmandisesson fuera de serie.  La panadería está cerrada hasta el 22, lo que modifica nuestros planes de navegación porque el 22 hay que amanecer en Les Saintes, ya no tanto por el pan sino por conocer a la panadera de fábula.

Esa noche cenamos en uno de los restaurantes de la playa, siempre buenos y siempre con una botella de vino rosado, que rápidamente se convierte en dos. Si por casualidad se nos ha ocurrido aplicarnos un Planteur,la versión de las Antillas francesas del Rhum Punch, salimos del restaurante guasquiladeados pero no importa en el Amamán se duerme bien, el barco se mece sabroso.

Una de las costumbres de los marineros en que uno hace pipí, para desgracia de mi hijastra Camila que queda constantemente expuesta a escenas de nudismo de parte de mi hermano y yo, por la borda.  Dicen que los incidentes de man over board (hombre el agua) se reducirían dramáticamente si los manes dejaran de hacer pipí por la borda y usaran el pinche escusado, lo que pasa es que la norma es que en el escusado de abordo los hombres hacen pipí sentados.  El día del marinero hombre comienza con baño de mar desnudo y evacuaciones.  Luego en la popa del barco duchazo de agua dulce, vergonzosamente desnudos, con las llantas expuestas, Camila inteligente y prudente, se queda en su cabina hasta que nos oye conversando en la mesa del desayuno.  Mónica más fresca está más expuesta al espectáculo.

El 18 desayunamos abordo y bajamos a tierra, en donde alquilamos unas bicicletas maravillosas, con asistencia de motor eléctrico para el pedaleo, para dar la vuelta a la isla y visitar un fuerte de la época de las guerras napoleónicas que tuvieron un escenario marítimo en las Antillas.  Muchas de las islas del las Antillas son de origen volcánico y muy montañosas.  Ese es el caso de Les Saintes, afortunadamente apoyado por la asistencia del motorcito eléctrico sube uno cual Nairo Quintana las más empinadas subidas.

El 19 embarcamos hacia Marie Galante, a unas 15 millas al este de Les Saintes.  Con el viento de frente habrá que hacer dos o tres traversas, cuando se cansa el viento, el Capitán, dice “que mamera no vamos a llegar nunca” y prende el motor, que como todo lo del Amamán es un berraco motor, navegando a 8 nudos hacemos las últimas cuatro millas en media hora, llegamos a Marie Galante y anclamos en la rada principal en Saint Louis.  La isla es bien bonita.  La noche se anuncia preciosa pues es la luna llena y el cielo está despejado.  Bajamos a cenar a tierra y nos percatamos que Marie Galante es más bien aburrida, muy aburrida.  Pasamos la noche en Marie Galante, cenamos en tierra, compramos baguette para le desayuno.  En todos los territorios del mundo que estuvieron alguna vez bajo el dominio colonial francés se encuentra siempre un buen restaurante y un sitio en donde venden una buena baguette, casi siempre también hay croissants (eso traduciría a cuarto de luna creciente) y panecillos de chocolate.

Como Marie Galante no tiene mucho que mostrar y la panadera de Les Saintes nos atrae cual sirena a los marinos griegos, regresamos a Bourg de la Terre Haute.  Aprovechamos para visitar un par de playas en el camino.  Cocinamos abordo.  Carreta, libros, juego de King.  Pasamos la noche del 20 y la del 21, amarrados a una bolla, en Le Bourg de Terre Haute.  El 22 amanecemos a las seis de la mañana en la panadería.  Tanto la dueña como el producto merecían la espera.

EL 22 zarpamos hacia el norte de Guadeloupe rumbo a Deshaies, con escala en la isla de Pigeon en donde hay un parque natural coralino, el parque Jacques Cousteau.  Careteada de ensueño y también de pesadilla.  Los corales están vivos, como estaban los del las Islas del Rosario cuando éramos niños.  Llenos de pescado, llenos de vida.  Hoy en día la mayoría de los corales del Caribe están muertos por el calentamiento del agua.  Los de las Islas del Rosario han sufrido más que otros por la contaminación y los sedimentos del canal del Dique.

Se supone que el archipiélago del Rosario es un parque protegido, pero nadie lo protege.  Lleno de lanchas que botan aceite, de yates con viejos verdes acompañados de niñas que perrean en cubierta con bikinis diminutos tomando cerveza y botando las latas por la borda.

El 23 bajamos a tierra a turistear por Guadeloupe.  Una isla preciosa, quebrada, muy quebrada.  La vuelta a la isla es casi una montaña rusa.  Maneja el capitán del Amamán que antes de volverse marino de tiempo completo era un buen conductor, ahora va un poco demasiado rápido para mi gusto, not as smooth as his sailing, dirían los ingleses que construyeron el barco.  (no tan suave como en la mar).  Vistamos un jardín botánico muy lindo, muy bien tenido, muy bien señalizado.

EL 24 aseo del Amamán. Cena de despedida en la Barracuda, restaurante en Terre Basse.  EL 25 de mañana salimos para el aeropuerto de Pointe a Pitre, llegamos con demasiada anticipación, esperamos tres horas y abordamos para Santo Domingo donde nos espera una cena en el restaurante Pata e Palo que está muy recomendado.

Son las 8:30 del 26.  Apenas ahora puedo volver a escribir.

Veinticinco minutos después de decolaje de PaP, sonaron tres totazos en el motor izquierdo del ATR72, y muy rápidamente se llenó la cabina de humo.  En esas condiciones, con sólo el motor derecho, la cabina llena de humo, un piloto que daba información mientras respiraba apuradamente con su máscara de oxígeno, volamos 20 minutos y aterrizamos sentados con la cabeza entre las piernas, evacuación del avión entre gritos de pánico de algunos pasajeros. Se había roto algo dentro del motor, el sistema de control de fuego había funcionado y lo que llenó la cabina era más vapor que humo, pero claro mientras uno está ahí dentro le parece que es el humo más denso que uno pueda imaginar.

¿Qué pensé?  Tengo que mantener la calma, Mónica les tiene pavor a los aviones y está al borde de un ataque de pánico.  Me sorprendió cuán tranquila estuvieron ella y su hija Camila durante toda la emergencia. A mí lo que me evitó una histeria total fue pensar que tenía que mantener la calma para ayudarle a dos seres amados que estaban conmigo.  No recuerdo haber pensado o sentido que nos íbamos a matar.

Y como dijo Camila, vivimos para contarlo.