Especial Para ElMolinoonline.com“Harold Alvarado Tenorio, hijo y nieto de carniceros, nació en un pueblo [Buga]  del Valle del Cauca, tres años antes [1945] del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán.

Protegido por sus  tíos maternos, aprendió a leer, escribir, sumar y restar sobre hojas de pizarra en la escuela de una descendiente de esclavos y más tarde en un colegio donde un matemático y geógrafo le enseñó la vastedad del mundo en un desvencijado globo terráqueo mientras le hacía leer en Oscar Wilde, Shakespeare, Jorge Isaacs o Knut Hamsun, como lenitivo a las monsergas de los presbíteros del régimen de Gustavo Rojas Pinilla”.

Así comienza la biografía de nuestro querido amigo Harold Alvarado Tenorio, con quien pasamos memorables noches en New York, a fines de la década de los 70, donde grupos de colombianos nos reuníamos a discutir política y literatura, tomar whisky, terminando siempre en El Corso, bailando salsa.

Hoy, nos complace publicar 9 poemas de este inolvidable personaje, cuyos cuentos reales e imaginarios nos mantuvieron entretenidos por lo que, a la luz de los recuerdos, parecería una larga noche de varios años en aquellos días de loca juventud.

Fue, gracias a él, que este bloguero comenzó a apreciar a Jorge Luis Borges, a través de su poema Ajedrez.

Portal del poeta

 

Carpe diem

Extensas llanuras

del fulgor de Lorica

donde el mal

rompió cuerpos

negros de piel,

desheredados, en comarcas

de concupiscencia.

 

Gabarra, Chengue, Salado,

Macayepo, Pichilín o Rochela

alojan los cuerpos

rotos por la codicia.

Descuartizados y desollados vivos.

Sierras, martillo y machetes.

 

Imposible amar

cuando la muerte danza

y los blancos cachorros

lucen entre las playas

de Tolú y Coveñas.

 

Pero nos deseamos.

 

Como los hermosos

Brahman, Nelore y Guzera,

vivimos un Carpe diem.

 

Rostro y voces en Manga

Fuiste y volver

no fue memorable.

Menos,

el rostro de un muchacho,

amaneciendo en Manga.

No hubo maravillas

ni sabiduría ni soberbia

ni codicia ni desdicha ni engaño.

Sólo ese rostro,

bello como la misma juventud,

helado, como los tiempos que corren,

incluso en Manga,

donde la luz es más bella

y todo parece dispuesto para que seas feliz

si, la vida, te lo hubiese advertido.

 

La vida, quiero decir la muerte,

que incansable

te esperaba detrás de la puerta,

repitiendo, como idiota:

Si todo vale nada,

el resto vale menos.

 

La tumba de Xiao Xue

Cuando enfermé, aquel otoño,

Xiao Xue, mi rubia perrita

venida del oriente

llegó hasta aquí conmigo,

cruzando mares y valles,

campos de caña y maíz.

 

Quienes cuidaron de mí

culpándote de las llagas del cuerpo,

y la holgura del vientre,

resolvieron darte muerte

pero no sepultura.

 

Nunca encontré tu cuerpo

pequeña Xue.

En parte alguna supe dónde

te arrojó la crueldad.

 

Si no hubo tierra para ti,

halla en estos versos

término para tu descanso

y yo pueda,

agradecer tu compañía

en las hondas soledades

del Rio de la Maldad,

donde está el sepulcro de aquel,

que también tanto te quiso.

 

¡Oh, tú, Xiao Xue!

Bella y rubia

como el alba.

 

Aquel piso vacío

Recordemos tú y yo

aquel piso vacío

que daba a la plaza de toros

a mediados del año

de tus dieciséis

cuando al vernos de nuevo

tras meses de disgusto

tanto nos amamos

que al partir

y recibir la paga

dijiste que te habías

enamorado de mi cuerpo

más que de mi alma o mis palabras

 

Yo también te amo

y es tu cuerpo

el alma que adoro

y tus ojos

y tu boca

y aquel tu lugar

por donde me fugo

hacia tu vida

que es mi muerte.

 

Con gusto

moriría por verte

una vez mas

y morir.

 

 

 

Tango

Valiente y hermoso

no pudo la muerte malgastarte.

Mis labios

te hacen inmortal:

te he amado mucho.

 

Sin falta recuerdo

el fulgor de tus ojos

la magnolia de tu piel

tu sonrisa de malevo

tu rítmico andar

y esa manera de engañar

que sólo en ti perdono.

 

No volverás,

ya lo sé.

Tampoco soy el mismo

que amaste.

El daño y las penas

han hecho de mi un despojo

y de mi alma

una errante sustancia.

 

Y entonces

de repente

en un café

de Alvear con Uriburu

apareces.

 

Te veo llegar,

me buscas

y como si nunca hubieses partido

me saludas

y sonríes desde esa eternidad

donde te amo.

 

Vana es la muerte

para quien sobrevive

y sigue amando.

 

Vana también la vida.

 

 

 

La poesía

 

¿Qué eres sino la visión de la noche?

 

Todo lo nocturno te pertenece.

 

Invitas a los espléndidos banquetes de los sueños

y a las no menos espléndidas vigilias de la realidad.

 

Viajas con el hombre y la mujer como si fueras

la llama de sus ojos, el bordón de su felicidad

o el humo espeso de los amaneceres.

 

Para ti, madre del dolor, sólo hay gloria y pesar,

el mediodía no está escrito en tus agendas.

 

Ninguna otra cosa eres, poesía,

que la más alta sima donde el loco,

los mortales,

los desheredados de la suerte y la fortuna,

encuentran cobijo.

 

Tú, la detestada, la leprosa, la purulenta,

eres la mejor de las hembras

la mejor madre.

la mejor esposa

la mejor hermana

y la más larga y gozosa de las noches.

 

 

Café Blanche

Creyendo que la mejor cura contra la melancolía

eran esas superficies radiantes y abiertas

fuiste hasta las memorables ruinas

y viste la estatua de basalto

que del cuerpo de Antonio hicieron.

Grecia era el testimonio, bajo esa copiosa

y virulenta luz, de cómo solo lo externo

tiene propia existencia.

Ética y belleza

eran una y lo mismo.

Tallar el cuerpo era

tallar también el alma.

Curar el odio a si mismo

era curar la soledad.

 

De vuelta a casa, liberado ya del pasado,

con aquellas camisas de colores chillones,

tus negros pantalones de tres prenses,

tus zapatos puntiagudos y habaneros,

el desnudo pecho mostrando la cadena

de oro macizo y los cinco medallones

entrabas al Blanche y pasabas las noches

bebiendo cubatas y quemando porros.

 

Todas y todos eran tuyos.

Te enamorabas, sin duda.

Amabas tanto los ritos de la carne,

su lenguaje y sus palabras

que incluso ahora, cuando escribes,

no sientes, tampoco, interés alguno

por el “acto final”.

 

 

La patria

No pierdas el tiempo buscando la patria.

El dinero no la requiere y su lengua es usura.

 

La patria es el habla que heredaste

y las pobres historias que conserva.

 

Tu abuela, en el zaguán, ciega ya la memoria,

meciendo los años de sufrimiento y desdichas.

 

Tu madre, entristeciendo de melancolía y pavor,

Limbania, vigilando en prolongados silencios

los rumbos de su hermana,

tu tío, atado a la tierra que habíale regalado,

en plena juventud,

diez memorables sonetos

y Elisa,

sazonando el espíritu del capón,

hirviendo las aguas de aromas,

viéndote crecer como un desconocido.

 

La patria es también el vasto imperio de tu idioma

y la música de aquellos que la pensaron con amor.

 

Tu patria son las verbales

y pequeñas batallas de Bolívar,

la culpa, el frío y el hambre de Vallejo,

Neruda y su infinita colección de nombres y cosas,

Los juegos memorables y eternos de tu maestro Borges,

y un laberinto de sangre llamado Macondo.

 

Tu patria serán los libros que des a la tierra

y la felicidad que depares al lector.

 

No pierdas el tiempo buscando la patria,

la llevas contigo.

 

Con ella morirás sin haberla pisado.

 

La patria son un hombre, una mujer

y la lengua que hablan.

 

Proverbios

No hables.

 

Mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren.

 

Confía sólo en los niños y los animales

y de los ancianos aprende el miedo de haber vivido demasiado.

 

A tus contemporáneos pregunta sólo cosas prácticas

y comparte con ellos tus fracasos, tus enfermedades,

tus angustias, pero nunca tus éxitos.

 

De tus hermanos ama el que está lejos

y teme al que vive cerca.

 

A tus padres nunca preguntes por su pasado

ni trates de aclarar con ellos tu niñez y juventud.

 

Con tu patrón no hables, escríbele y nunca le cuentes

tus planes futuros y miéntele respecto a tu pasado.

 

Ama a tu mujer hasta donde ella lo permita

y si llegas a tener hijos, piensa que,

como en los juegos de azar,

podrás ganar o perder.

 

El destino no existe.

 

Eres tú tu destino.

 

Y si llegas a la vejez

da gracias al cielo por haber vivido largo tiempo,

pero implora con resignación por tu pronta muerte.

 

Los que no tenemos dinero ni poder

valemos menos que un caballo,

un perro,

un pájaro o una luna llena.

 

Los que no tenemos dinero ni poder

siempre hemos callado para poder vivir largos años.

 

Los que no tenemos dinero ni poder

llegados a los cuarenta

debemos vivir en silencio

en absoluta soledad.

 

Así lo entendieron los antiguos,

así lo certifica el presente.

 

Quien no pudo cambiar su país

antes de cumplir la cuarta década,

está condenado a pagar su cobardía por el resto

de sus días.

 

Los héroes siempre murieron jóvenes.

No te cuentes, entre ellos,

y termina tus días

haciendo el cínico papel de un hombre sabio.