Screen Shot 2013-01-02 at 5.18.08 PMPublicado en inglés el 20 de junio del 2013 en la revista The Nation bajo el título “This Day in History: When Muhammad Ali Took the Weight”. Traducido con autorización especial. Por Dave Zirin

En una era definida por la guerra sin fin, debemos reconocer un día en la historia que no se celebrará en el Congreso ni la Casa Blanca. El 20 de junio de 1967, el gran Muhammad Alí fue condenado en Houston por negarse servir en las fuerzas armadas de EUA. Alí vio a la guerra de Vietnam como un ejercicio de genocidio. También utilizó su plataforma como el campeón de boxeo para conectar la guerra en el extranjero con la guerra en EUA mismo, diciendo: “¿Por qué me piden que me ponga un uniforme y vaya a 10,000 millas de casa y le tire bombas y balas a la gente de color marrón en Vietnam, mientras que a los negros en Louisville se les trata como perros?”

David Zirin
David Zirin

Para estas afirmaciones, tanto como el propio acto, el juez Joe Ingraham dictó la sentencia máxima a Cassius Clay (como insistían en llamarlo en la corte): cinco años en un penal federal y una multa de US$10,000. Al día siguiente, esta fue la noticia más importante en el New York Times con el titular: “Clay Guilty in Draft Case; Gets Five Years in Prison.” (Clay culpable en caso de servicio militar; recibe cinco años de prisión”.

La sentencia fue excesiva y profundamente ligada a un esfuerzo bipartidista dede la capital para aplastar a Alí y garantizar que no se convirtiera en un símbolo de la resistencia contra la guerra. El día de la condena de Alí el Congreso de EUA votó 337-29 para extender el servicio militar obligatorio por cuatro años más. También votaron 385 a 19 para que se considerara un delito federal profanar la bandera. Los temores de un movimiento creciente en contra de la guerra estaban bien fundados.

El verano de 1967 marcó un punto de inflexión para el apoyo del público a la “acción policial” en Vietnam. Aunque la Ofensiva Tet, que expuso la mentira de que EUA estaban ganando la guerra, no vendría sino seis meses más, las noticias del sudeste asiático eran cada vez más sombrías. En el momento que Alí fue condenado, 1,000 no combatientes vietnamitas eran asesinados cada semana por las fuerzas estadounidenses. Cada día, a un centenar de soldados estadounidenses se les marcaba como “bajas” y la guerra costaba US$ 2 mil millones al mes.

La oposición a la guerra iba creciendo y se pensaba que un castigo ejemplar a Alí ayudaría a apagar el fuego. De hecho, lo opuesto tuvo lugar. La valiente postura de Alí avivó las llamas. Como dijo Julian Bond, “Resonó en toda la sociedad …. se podía oír a la gente hablando sobre ello en las esquinas. Estaba en boca de todos. Las personas que nunca habían pensado en la guerra antes comenzaron a pensar en ella, a causa de Alí. Las ondas fueron enormes”.

El mismo Alí prometió apelar la condena, diciendo: “Me opongo firmemente a que tantos periódicos hayan dado al público estadounidense y al mundo la impresión de que sólo tengo dos alternativas en esta posición: ir a la cárcel o al Ejército. Hay otra alternativa, y esa alternativa es la justicia. Si prevalece la justicia, si se respetan mis derechos constitucionales, no me veré obligado ni a ir al Ejército ni la cárcel. Al final, estoy seguro de que la justicia vendrá a mí, porque la verdad eventualmente debe ganar”.

Para este punto, el título de campeón de peso pesado de Alí le había sido despojado, comenzando un exilio de tres años y medio de duración. Elijah Muhammad y la Nación del Islam habían empezado a distanciarse de su miembro más famoso. Alí se había convertido en un blanco fácil de atacar para cualquier periodista con un bolígrafo que trabajaba. Pero con su condena llegó una nueva comunidad global. En Guyana, protestas contra la sentencia tuvieron lugar frente a la embajada de EUA. En Karachi, Pakistán, comenzó una huelga de hambre frente al consulado de EUA. En El Cairo, manifestantes salieron a las calles. En Ghana, los editoriales condenaron la condena. En Londres, un fanático del boxeo irlandés llamado Paddy Monaghan comenzó un piquete largo y solitario frente de la Embajada de EUA. Durante los próximos tres años, se recaudaría más de veinte mil firmas en una petición a favor de la restauración del título de peso pesado para  Muhammad Alí.

Alí para aquel momento comenzaba a verse a sí mismo como alguien que tenía una mayor responsabilidad a una oleada internacional que lo veía como algo más que un atleta. “El boxeo no es nada, solo la satisfacción para algunas personas sedientas de sangre. Ya no soy Cassius Clay, un negro de Kentucky. Yo pertenezco al mundo, al mundo negro. Siempre tendré una casa en Pakistán, en Argelia, en Etiopía. Esto vale más que el dinero”.

Finalmente, la justicia triunfó y el Tribunal Supremo anuló la condena de Alí en 1971. Lo hicieron sólo después de que el consenso sobre la guerra había cambiado profundamente. La historia había dado la razón a Alí, a pesar de ello una generación de personas en el sudeste de Asia y EUA pagó un precio terrible en el proceso.

Años más tarde en una reflexión, Alí dijo que no se arrepentía. “Algunas personas pensaban que yo era un héroe. Algunas personas dijeron que lo que hice estuvo mal. Pero todo lo que hice fue de acuerdo a mi conciencia. Yo no estaba tratando de ser un líder. Yo sólo quería ser libre. Y tomé una posición que todas las personas, no sólo los negros, deberían haber considera, porque no era únicamente los negros los que estaban reclutando. El gobierno tenía un sistema en el que el hijo del hombre rico iba a la universidad, y el hijo del hombre pobre iba a la guerra. Entonces, cuando el hijo del hombre rico salía de la universidad, hacía otras cosas para mantenerlo fuera del Ejército hasta que era demasiado viejo para ser reclutado”.

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