Screen-Shot-2013-01-02-at-5.18.08-PM222-200x130Publicado en inglés el 8 de enero 2014 en la revista The Nation bajo el título Why We Need a New War on Poverty”. Traducido con autorización especial. Por Sasha Abramsky.

Cuando el Presidente Lyndon Baines Johnson se acercó a la tarima para pronunciar su primer discurso del Estado de la Unión, el 8 de enero de 1964, apenas un mes y medio después que el presidente Kennedy fuera asesinado, parecía más a una maestro de escuela — ocupación que él había desempeñado décadas antes en una comunidad rural pobre en el sur de Texas — que el hombre más poderoso de la tierra. Vestía un traje negro discreto, camisa blanca y corbata negra estrecha; peinaba hacia atrás su escaso cabello. No hubo grandilocuencia, ni teatro. No empezó su discurso con un elogio excesivo al recientemente asesinado John Kennedy, ni tampoco gesticuló con manos en el aire ni, prometiendo como primer paso para calmar una nación angustiada, llover la venganza contra los enemigos de EUA, fueran doméstico o extranjeros.

En vez, el nuevo presidente lentamente se puso sus gafas de lectura con montura negra, miró hacia los dignatarios reunidos y emitió de inmediato un llamado a la acción: baja la voz, pero con una fuerza extraordinaria, instó al Congreso a aprobar una serie de medidas en materia de derechos civiles, cuidado de la salud para las personas mayores, transporte, construcción de viviendas asequibles, escuelas, bibliotecas, hospitales. Y con un timbre más sombrío, pidió calmadamente que el Congreso ante él pasara a la historia “como la sesión que declaró la guerra total contra la pobreza humana y el desempleo en estos Estados Unidos”. Las inversiones que Johnson estaba pidiendo — en cuanto a capacitación laboral, vivienda asequible, educación, etc — lograría afirmó, “reemplazar la desesperación de los estadounidenses pobres con la oportunidad”. Además era una lucha moral: “La nación más rica de la tierra puede permitirse el lujo de ganar. Pero no podemos darnos el lujo de perder”.

Y así nació, hace cincuenta años esta semana, la Guerra contra la Pobreza. Poco después, Johnson pidió a Sargent Shriver, entonces jefe del Cuerpo de Paz, que dirigiera la Oficina de Oportunidades Económicas (OEO por sus siglas en inglés). La OEO se convirtió en el centro neurálgico de donde surgirían las nuevas instituciones y programas e ideas que, en conjunto, conforman un esfuerzo nacional contra la pobreza como ninguno que hubiera existido antes ni que surgiría en el siguiente medio siglo. De aquella oficina — formada en su mayoría por jóvenes idealistas que inicialmente sin saber de la duración del esfuerzo, mantuvieron sus puestos de trabajo de día y trabajaron durante largas noches sobre los asuntos de la OEO — vinieron los organismos de Acción Comunitaria, Servicios Legales y una gran cantidad de otros sistemas de transformación.

La Guerra contra la Pobreza abarcó increíbles ideales democráticos, tratando de delegar la toma de decisiones hacia el nivel de la comunidad. Esquivó maquinarias partidistas en las grandes ciudades, como New York y Chicago, al proporcionar financiación directa a los organismos de base en el terreno. Concedió a los pobres una importante medida de control sobre sus propias vidas.

Desde la distancia de los años, se ha puesto de moda burlarse de esta guerra, denigrarla por haber creado una “industria de la pobreza” en lugar de eliminar la pobreza. Ronald Reagan agredió verbalmente las “reinas del bienestar social” supuestamente alimentándose por un pezón público hinchado por la mal concebida guerra de LBJ. En estos días, el representante republicano Paul Ryan habla de los beneficiarios de cupones de alimentos meciéndose en una cómoda hamaca proporcionada por una infraestructura de lucha contra la pobreza. Rush Limbaugh rutinariamente se mofa de los pobres de EUA como buenos para nada fracasados que carecen de la voluntad de triunfar y que de los políticos que siguieron a LBJ han aprendido que todas sus necesidades serán atendidas por un estado niñera.

De hecho, las medidas anti pobreza de Jonson que deben tenerse en cuenta se convirtieron también en los esfuerzos de Richard Nixon — menos empoderadores pero aún así muy audaces — y fueron tremendamente exitosos. En la década que siguió el discurso del Estado de la Unión de LBJ en 1964, la tasa de pobreza en EUA prácticamente se redujo a la mitad. La expansión de los cupones de alimentos y otros programas nutricionales como los desayunos y almuerzos escolares gratis o a precio reducido, produjeron enormes reducciones en el hambre y la desnutrición. Medicare — técnicamente no es una parte de la guerra contra la pobreza, sino una piedra angular de los programas relacionados con la Gran Sociedad — fue particularmente eficaz en brindar una garantía financiera a los estadounidenses de edad avanzada. Y con instituciones como Legal Services, se estableció una extraordinaria red de recursos legales para los estadounidenses de bajos ingresos, lo que ha resultado en una importante serie de fallos críticos en la Corte Suprema.

El hecho de que la Guerra contra la Pobreza no eliminara por completo las dificultades económicas no debe negar su importancia. Y el que a partir de los años de Reagan se haya permitido a la pobreza avanzar no deberíapresentarse como una crítica a la guerra contra la pobreza, sino más bien como un recordatorio de lo que sucede cuando un país abandona como prioridad el bienestar de sus residentes más vulnerables. Seamos claros en una cosa: la pobreza no se ha visto exacerbada por costosos programas contra la pobreza, o porque el país de alguna manera se haya quedado sin fondos. Más bien, su resurgimiento es el producto de una serie de prioridades políticas y económicas que han permitido a los que más tienen acumular cada vez más dinero e influencia, a costa de eliminar las inversiones básicas en infraestructura pública, la misma red de “oportunidad” que LBJ imaginó. Las consecuencias han sido extremas .

Debido a estas tendencias, la pobreza probablemente habría profundizado incluso sin los calamitosos acontecimientos que rodearon la crisis financiera del 2008 – -como sucedió a lo largo de la presidencia de George W. Bush. Esa crisis ha hecho que las condiciones sean mucho peores.

Hoy día, 50 millones de estadounidenses viven por debajo del umbral de la pobreza. Casi uno de cada cuatro niños vive en la pobreza; y en algunos estados del sur  puede ser hasta uno de cada tres. Decenas de millones de estadounidenses dependen de cupones de alimentos — los cuales ahora están bajo ataques por los conservadores — para evitar el hambre; y millones más, consideradas demasiado ricos para recibir cupones de alimentos, dependen de la caridad privada: comedores, despensas de alimentos, iglesias y otras instituciones religiosas. Ninguna otra democracia occidental tiene similares números de pesonas sumidas en la pobreza profunda como tiene EUA. Ningún otro país rico ha hecho un peor trabajo en proteger a los niños de los estragos de la pobreza.

Durante demasiado tiempo , el presidente Obama ha ignorado esta catástrofe, hablando mucho más acerca de la “lucha de la clase media” que sobre aquellos que nunca han alcanzando, por no decir lo que han caído lejos, de ese estrato. En diciembre, sin embargo, pronunció un discurso muy fuerte el Center for American Progress identificando la pobreza y la creciente desigualdad como el desafío interno central de nuestra época. Tuvo razón al hacer. Pero ahora él tiene que comprometerse con más que palabras en su esfuerzo contra la pobreza.

Cuando Obama pronuncie su discurso del Estado de la Unión del 2014, probablemente rendirá homenaje a La guerra Contra la Pobreza de Johnson. Pero homenajes de aniversario son la parte fácil. La parte difícil será convocar la energía moral y la creatividad política de la nación tras un esfuerzo para combatir la pobreza tan ambicioso como el que lanzó LBJ. Este es un desafío existencial. Las consecuencias de la pobreza son devastadoras — para los individuos, las comunidades y , en última instancia, para la propia democracia. Exige una respuesta del Presidente Obama tan ambiciosa y tan amplia como la Guerra contra la Pobreza que Lyndon Johnson lanzó hace cincuenta años.

Artículo en inglés