MUSICAJohannes Tinctoris fue un compositor y un notable teórico francoflamenco, nacido hacia 1435, que escribió, en latín, el primer diccionario de música de la historia. Su Diffinitorum musices, de 1475, incluye 299 términos musicales ordenados alfabéticamente.

Uno de ellos es “música”, y ahí dice que Musica est modulandi peritia, cantu sonoque consistens, definición que ha merecido innumerables estudios que tratan de dilucidar si peritia puede ser entendido como arte y de convenir, con la mayor exactitud, qué significa esa palabra modulandi.

Pero no sólo eso, Tinctoris, un auténtico humanista del Renacimiento europeo, también habló de los alcances humanos de la música.

En su Complexus Effectuum musices, decía que la música servía para alegrar a Dios, para impulsar los sentimientos hacia la piedad, para alejar la tristeza, para ablandar la dureza del corazón, para aumentar la alegría de los banquetes, para atraer amor, para beatificar las almas y para sanar a los enfermos.

Desde entonces, se han multiplicado hasta el infinito las disquisiciones y los pensamientos sobre la música y sus funciones, desde los más complejos hasta los más pedestres.

Y, a diferencia de Tinctoris, no siempre positivos.

Por ejemplo, Mrs. John Lane, una escritora fallecida en 1927, decía que “la música es el único arte divino que nos acompañará en el paraíso, pero es el único arte divino que nos tortura sobre la tierra”.

A Alexandre Dumas se le atribuye haber afirmado que “la música es el único ruido por el cual uno está obligado a pagar”.

Menos poético que Tinctoris y mucho más práctico, Jules de Goncourt, en pleno romanticismo francés, confesó, con una prosa escasamente artística, que “lo que más amo de la música son las mujeres que la escuchan”.

Ilustración: webtreats via flickr

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