Ed Morales y Joseph Rodriguez publican en el New York Times esta nota sobre los desafíos que enfrenta Puerto Rico, golpeada inmisericordemente por el Huracán conocido como María y la negiglencia del gobierno federal de EUA. Reproducimos apartes, aquí puedes leer el informe completo. Fotos J. Rodríguez.
[…] Donde quiera que mirábamos había imágenes apocalípticas de escombros apilados: pedazos de techos de lámina, muebles de porcelana agrietados, colchones deshechos y una línea de árboles tropicales sin hojas, partidos y astillados como fósforos.
Los efectos catastróficos de la tormenta, que uno puede argumentar han sido exacerbados por la respuesta lenta e indiferente del gobierno federal, dejaron a la isla y a sus residentes maltrechos, pero desafiantes. Enfrentan un proceso de recuperación que durará años.
Muchos de los problemas en Puerto Rico —su deuda pública de 72.000 millones de dólares, su infraestructura de energía eléctrica arcaica y frágil y el colapso de los servicios de salud— han empeorado de forma alarmante debido al huracán.
Aunque se espera que cientos de miles se muden al Estados Unidos continental, hay muchos que no pueden hacerlo o han decidido que no lo harán y se aferran con todas sus fuerzas a una tradición de actos de supervivencia basados en la comunidad. Escuchar esas historias de supervivencia, contadas con el sonsonete particular que caracteriza al acento de la isla, me hizo sentir como si esas historias fueran las mías.
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Al igual que sucedió en otras ocasiones con los huracanes, esta tormenta expuso las líneas divisorias entre los puertorriqueños acaudalados y los necesitados. En el área metropolitana de San Juan, los cafés, los bares y los restaurantes funcionan a medias con generadores de diésel. A tan solo una hora de distancia en auto, en la provincia, las comunidades no tienen acceso a alimentos, agua y medicamentos.
Cerca de Mameyes, el poblado al pie de las montañas donde se encuentra la selva El Yunque, vi que la gente lavaba su ropa a mano en el río Espíritu Santo, en un retroceso a la realidad del siglo XIX, cuando no se dependía de aparatos eléctricos. Más adelante, una brigada de trabajadores luchaba para restaurar los postes eléctricos caídos.
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Con tanta pérdida, también hubo una ganancia. La comunidad se organizó rápido, con brigadas que limpiaron los caminos y cuidaron a los ancianos, los enfermos y los que se quedaron sin techo. Pasará algún tiempo antes de que las torres de celular restablezcan la comunidad virtual, pero ahora, más que nunca, la comunidad real se hace rotundamente presente.