EUA despertó nuevamente ante las imágenes de un asesinato masivo.
Ya son tantos que es muy fácil perder la cuenta.
Esta vez en Las Vegas, Nevada, donde la gente va a pecar (“Sin City”).
En este caso, como puede verse en cualquier noticiero, el terrorista fue Stephen Paddock, de 64 años, quien parapetado en el 32avo piso de un hoted, disparó armas automáticas contra unas 20,000 personas que disfrutaban de un concierto de música country, a varios cientos de metros de distancia.
Cuando comenzaron los disparos, según informes, la gente pensó que era algún efecto creado por la música.
Pronto se dieron cuenta de que eran balas — miles de ellas, según informes . Cundió el pánico.
Las imágenes son espeluznantes. Decenas de personas corriendo, gritando, tropezándose. Unos arrastran heridos. Otros buscan algún de refugio. Y, en la banda sonora, el tableteo de un arma automática — como en una película de guerra.
El saldo fue de 59 muertos y más 500 heridos, muchos de los cuales en estos instantes luchan por sus vidas.
Hasta el momento se ha dicho muy poco sobre Paddock. Su padre fue un bandido de bancos que se fugó de la cárcel. Él había sido contable, tenía licencia de piloto, permiso de cacería y había vivido en varios estados de la unión.
Frecuentaba Las Vegas y se consideraba jugador de póker profesional. Recientemente había ganado (o perdido) sumas elevadas de dinero.
Contactados por los medios, los hermanos de Paddock dijeron saber poco de él. Por ejemplo, no tenían idea que fuera un aficionado a las armas de fuego — tenía por lo menos 17 con él en la habitación del hotel desde donde abrió fuego; en su casa también apareció otro arsenal.
Aparentemente no tenía pasiones políticas ni religiosas.
Existe una mujer, tal vez su amante, quien se encontraba en el Japón durante la tragedia.
Además de las armas, en el hotel encontraron miles y miles de balas, igual que miras telescópicas, y trípodes de franco tiradores.
Cuando las autoridades llegaron, Paddock se había suicidado, según informes.
Y por estas tierras, se volvió a repetir el “deja vu” de siempre. Llamados por control de armas; llamados en contra del control de armas. Banderas a media hasta. Palabras patrióticas. Elogio al heroísmo y a la solidaridad de los residentes de Las Vegas.
Todo ello empacado en la fatídica resignación de que es éste “el precio de la libertad”, como dijo el columnista de derecha Bill O’Reiley; por lo tanto esperar que llegue la próxima cuenta.
Fuentes diversas