En su introducción en 1857 a “Las Flores del Mal”, el poeta francés Charles Baudelaire habla de los muchos demonios que acosan la mente. Pero, señala “Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo/Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos/Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro/Y, en medio de un bostezo, devoraría al mundo”. Se trata, dice el llamado poeta maldito, del Tedio.

El refugio contra el tedio en un mundo de dispositivos electrónicos es el tema de un artículo por Adam J. Cox en The Atlantis, que Newsweek reseña.

El cerebro humano se formó en situaciones constantes de peligro, dice, y la seguridad que ofrece la vida moderna puede causar el tedio.

“Hace 50 años, el comienzo del tedio podría haber conducido a un periodo de dos horas sin nada que hacer. Hoy en día, los niños que no tengan nada específico que hacer pueden aburrirse en 30 segundos”, señala. Lejos de ser instantes para “pensar, reflexionar, comportarse decentemente”, son momentos de desesperación.

La eléctronica, el caos de la conexión constante, los “eleva a un trance agradable del cual no quieren que se les despierte”. Es una adicción a un narcótico electrónico.

Pero a diferencia de la lectura, o la conversación, “la descarga de electrónicos no refuerza las aptitudes para escuchar ni mucho menos produce una gama más amplia de expresiones emocionales”.

Señala que, “Cuando tantos norteamericanos cumplen con los criterios diagnósticos para el trastorno de atención con hiperactividad, podría argumentarse que no es un trastorno: así es que somos”.

Y advierte, “Algunas investigaciones sugieren que la estimulación constante a corto plazo revoloteando de aquí para allá entre estímulos digitales pueden limitar la memoria a largo plazo de la cual dependen formas importantes de la inteligencia”.

Artículo en inglés

Foto cortesía de jurvetson via flickr