Carlos F. Torres
Carlos F. Torres

Primero vinieron por los terroristas pero como no éramos terroristas no nos molestó que lo hicieran.

Luego siguieron con los posibles terroristas pero como no éramos posibles terroristas tampoco nos molestó que lo hicieran.

Y después siguieron con los amigos de los posibles terroristas pero como no éramos amigos de posibles terroristas no nos molestó que lo hicieran.

Ahora, sin que nos diéramos cuenta, tienen acceso a todo lo que miramos, decimos, discutimos, incluso pensamos — desde la pornografía que vemos a las conversaciones más íntimas y personales que queramos tener — y como no podemos hacer nada, nos ha dejado de importar.

Esta versión moderna del poema de Martin Niemöller podría describir la realidad que se vive en EUA y que por estos días los titulares han traído a conocimiento del público.

El gobierno de EUA, desde los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, ha montado el estado de vigilancia más completo que se haya visto en la faz de la tierra. En toda la historia de la humanidad.

Es una situación en que todo lo saben, o pueden saberlo, en donde la privacidad es inexistente — desde el momento que se levanta el individuo hasta que se vuelve a acostar.

Una situación con monitoreo de toda información, con cámaras de seguridad en cada esquina, con un creciente rastro digital que todo lo abarca.

Una situación donde se registra constantemente al individuo por las calles, los aeropuertos, los establecimientos comerciales. Por todas partes.

Y el público lo ha aceptado — algunos a regañadientes quizás, otros al negarse a pensar sobre el tema — tal es el temor que se vive de un ataque terrorismo.

Hace unos días se supo que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés) recoge los datos de las llamadas telefónicas de todos los clientes de Verizon. Al día siguiente se supo también que Sprint Nextel y AT&T estaban en las mismas. Y, horas más tarde el público se enteró del secretísimo programa PRISM, una “puerta trasera” abierta al gobierno por las principales redes sociales, compañías de tecnología, servicios de internet y otras formas de comunicación digital que se han convertido en necesidades básicas del mundo actual.

“Van sabiendo lo que se dice a medida que se va escribiendo”, diría uno de los que ha hecho pública esta información.

El presidente, junto con diversos funcionarios de la administración, igual que congresistas y algunos editoriales en la prensa han asegurado que no hay de qué preocuparse.

Que todo está bajo monitoreo.

En secreto.

Por un tribunal secreto.

Que periodicamente realiza evaluaciones en secreto sobre el programa.

En secreto.

Los funcionarios aseguran que los datos extraídos no se usarán en contra del individuo.

En nuestra opinión, el problema no es lo que se piense hacer (o haya hecho) con los datos, sino el mismo hecho de que estén recolectando tales datos.

El mismo hecho de que el gobierno sepa todo lo que se hace.

¿Quién vigila al celador — si cuando se saca a relucir un abuso, un exceso, un crimen al delator siempre le cae encima la ley con toda su furia?

El caso del soldado Bradley Manning es aleccionador en este respecto.

Manning hizo pública información que documentaba asesinatos  de civiles iraquíes por parte de militares estadounidenses. Sin embargo Manning, y no los militares que cometieron los crímenes, ahora enfrenta una corte marcial, después de llevar tres años pudriéndose en una prisión militar, gran parte del tiempo incomunicado.

Sin embargo, el público no se pronuncia al respecto.

Ante la elección de libertad o “seguridad” la sociedad ha optado por esta última.

Ausente la libertad, cualquier exceso es posible, algo tristemente demostrado por las sociedades más represivas, sociedades donde una institución anónima ha tenido control sobre todas las vidas de todos sus integrantes.

Es esta la realidad actual de EUA: una sociedad en donde el individuo no tiene privacidad y la libertad no es más que una ficción.

El águila, en otra época majestuoso símbolo de la libertad de EUA, perdió su vuelo: ella misma entregó voluntariamente para que le recortaran las alas.

Carlos F. Torres

New York, Junio 7 del 2013