Manuel Andreoni y Shasta Darlington publican en el New York Times una nota sobre los primeros días del expresidente Lula en la cárcel de Lava Jato. Reproducimos excerptos.
CURITIBA, Brasil — Luiz Inácio Lula da Silva pasó su primera mañana como prisionero con un desayuno que consistió en pan con mantequilla y café.
El mismo domingo 8 de abril, un día después de su arresto, miró la final entre Corinthians, el equipo al que apoya, y el rival Palmeiras. Corinthians ganó en penaltis.
Lula, de 72 años, no es cualquier prisionero: afuera de la prisión hay una placa que celebra la inauguración del edificio en 2007 y el nombre del expresidente está inscrito en ella.
Brasil ha comenzado a lidiar con la realidad del arresto de Lula, quien se entregó a las autoridades el sábado, dos días después de que el Supremo Tribunal Federal indicara que podía ser encarcelado por una sentencia de doce años por corrupción y lavado de dinero incluso pese a que siguen pendientes proceso de apelación.
La detención probablemente pondrá fin a las aspiraciones políticas del expresidente, quien buscaba regresar al poder en las elecciones de octubre después de su mandato de 2003 a 2011.
La celda de Lula es relativamente más amplia que la de reos ordinarios. Mide 15 metros cuadrados, a diferencia de los 9 metros de otras, y no es compartida.
La celda anteriormente era usada para albergar a policías que visitaban Curitiba en encargos temporales y se encuentra cerca de una zona de oficinas, en un área separada del resto de las celdas donde están los prisioneros regulares.
Lula es el único reo en el cuarto piso del edificio de la Policía Federal; los demás están en la primera planta.
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Aunque la celda de Lula no es especialmente lujosa, es muy diferente de las condiciones que enfrenta la gran mayoría de la población carcelaria en el sistema de prisiones brasileño, desbordado, violento y con poco presupuesto.
El año pasado fueron arrestadas 722.000 personas, que terminaron atiborradas en edificios diseñados para albergar a un tercio de esa cantidad, según Juliana Melo, profesora de la Universidad Federal de Río Grande do Norte que estudia el sistema penitenciario del país.
“Es un mito que este sea un país de impunidad”, dijo. “Es un país de selectividad”. Hizo notar que la mayoría de los prisioneros brasileños son de raza negra o raza mixta, y han sido acusados de delitos de drogas. Más del 40 por ciento aún no enfrenta su juicio.
Otros acusados de Lava Jato han evitado estar con la población carcelaria general. Varios, como el exgobernador de Río de Janeiro Sérgio Cabral y el expresidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, están en una instalación penitenciaria médica en las afueras de Curitiba.
Conforme Lula se acostumbra a una nueva rutina, cientos de sus simpatizantes han establecido un campamento afuera del edificio.
“Lula es un preso político, víctima de persecuciones sin tregua por parte de adversarios que recurrieron al poder judicial para silenciarlo, destruirlo, en un esfuerzo de desacreditarlo ante la historia y el pueblo brasileño”, asestó la expresidenta Dilma Rousseff en un comunicado.
La lideresa del Partido del Trabajo de Lula y Rousseff, Gleisi Hoffman, asegura que Lula sigue siendo el candidato para la elección de octubre. Aunque, incluso si Lula llegara a poder hacer campaña, su condena lo vuelve inelegible para postularse de acuerdo con la Ley de Ficha Limpia.