Informa Emiliano Ruiz Parra en el New York Times Español. PROGRESO, Honduras — Berta Cáceres tenía las llaves de la casa del padre Melo. Si pasaba por la ciudad de Progreso se quedaba en alguno de los cuartos vacíos en el hogar del sacerdote.
Ismael Moreno Coto, mejor conocido como el padre Melo, era amigo íntimo de la líder ecologista y de su esposo, Salvador Zúñiga, desde hacía más de dos décadas. Esa pareja fundó el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (Copihn) en 1993. Durante 25 años de matrimonio, Berta y Salvador pasaron por diversas separaciones y reconciliaciones, y Moreno fue amigo y consejero de ambos.
“¿Quién se va a ir primero, Melo, tú o yo?”, le preguntó Cáceres, sin dejar de sonreír mientras les tomaban una fotografía tras un mitin de protesta contra una hidroeléctrica en río Blanco en 2013. El cura no respondió. Cáceres temía por su vida y también por la del jesuita. Su premonición se hizo realidad el 3 de marzo de 2016, cuando fue asesinada en su casa.
Moreno es un sacerdote jesuita que se ha convertido en uno de los principales líderes opositores de Honduras, el país más violento de Centroamérica. Es periodista en uno de los países más peligrosos para ejercer ese oficio: desde el golpe de Estado de 2009 han sido asesinados 26 reporteros, de acuerdo con la ONG Comité por la Libre Expresión (C-Libre). En ese contexto, el padre Melo se ha convertido en una figura antagónica del presidente Juan Orlando Hernández.
Del asesinato de Cáceres, sucedido el 3 de marzo de 2016, el sacerdote aprendió una lección. Dice que en Honduras se aplica a rajatabla la “ley de la muerte”: una condena contra los opositores al modelo “extractivista”. Los que no se dejan comprar por las empresas o los partidos políticos son condenados.
“Cuando los gatilleros impactaron sus disparos en el cuerpo de Berta Cáceres, ya la habían condenado a muerte hacía muchos años”, dijo Melo. Según él, antes de las balas hay un proceso de muerte civil y política para los opositores: se les denigra o se les invisibiliza. Los medios de comunicación corporativos solían ignorar a Cáceres o la llamaban la Bochinchera, como si fuese una persona problemática.
Moreno Coto también se ha sentido sentenciado. No piensa que lo van a matar como a Cáceres, pero ya asumió que fue condenado a la denigración y la invisibilidad.
Foto radio progreso via NYT