Editorial discute desigualdades económicas EUAEl New York Times ha publicado a las 4 de la tarde del miércoles 5 de septiembre una columna de opinión, anómina, de un alto funcionario de la administración que pinta un devastador cuadro, donde los impulsos, la falta de moral, del presidente Donald Trump son lesivos para la salud de la república. 

Nos tomamos la libertad de traducir al español la nota, que lleva consigo el explosivo potencial de causar daño irreparable a la credibilidad de la presidencia. 

**********

The Times la tomado la infrecuente decisión de publicar un columna de opinión anómina. Lo hemos hecho a pedido del (o de la) autor(a) un alto funcionario de la administración Trump cuya identidad conocemos y cuyo trabajo se vería comprometido por su divulgación. Creemos que la publicación de este ensayo de forma anónima es la única manera de ofrecer una perspectiva importante a nuestros lectores. Te invitamos a enviar una pregunta sobre el ensayo o nuestro proceso de investigación de su credibilidad aquí.

El presidente Trump se enfrenta a una prueba de su presidencia diferente a la de cualquier líder estadounidense moderno.

No es solo que el fical especial tenga un gran alcance. O que el país está amargamente dividido sobre el liderazgo del Sr. Trump. O incluso que su partido bien podría perder la Cámara ante una oposición empeñada en su caída.

El dilema — que él no alcanza a comprender complemetamente — es que muchos de los altos funcionarios de su propia administración están trabajando diligentemente desde adentro para frustrar partes de la agenda del presidente y sus peores inclinaciones.

Yo lo sé. Soy uno de ellos.

Para ser claros, nuestra “resistencia” no es la “residencia” popular de la izquierda. Queremos que la administración tenga éxito y creemos que muchas de sus políticas ya han hecho que Estados Unidos sean más seguros y más prósperos.

Pero creemos que nuestro primer deber es con este país, y el presidente continúa actuando de manera perjudicial para la salud de nuestra república.

Es por ello que muchas personas nombradas a sus cargos por Trump nos hemos comprometido a hacer lo que podamos para preservar nuestras instituciones democráticas y frustrar los impulsos más lesivos del Sr. Trump hasta que termine su mandato.

La raíz del problema es la amoralidad del presidente. Cualquiera que trabaje con él sabe que no está atado a ningún  principio primordial discernible que guíe su toma de decisiones.

Aunque fue elegido como republicano, el presidente muestra poca afinidad por los ideales defendidos desde hace tiempo por los conservadores: mentes libres, mercados libres y personas libres. En el mejor de los casos, ha invocado estos ideales con la ayuda de guiones. En el peor, él los ha atacado directamente.

Además de su comercialización masiva de la noción de que la prensa es el “enemigo del pueblo”, los impulsos del presidente Trump son generalmente anti-comerciales y antidemocráticos.

No me malinterpreten. Hay puntos positivos que la casi incesante cobertura negativa sobre la administración no logra capturar: desregulación efectiva, reforma fiscal histórica, un ejército más robusto y más.

Pero estos éxitos han llegado no obstante el estilo de liderazgo del presidente, que es impetuoso, adversario, mezquino e ineficaz.

Desde la Casa Blanca hasta los departamentos y agencias de la rama ejecutiva, altos funcionarios admitirán a diario en privado su incredulidad ante los comentarios y acciones del comandante en jefe. La mayoría está trabajando para aislar sus operaciones de los caprichos del presidente.

Las reuniones con él se desvían del tema y se descarrilan, inicia diatribas repetitivas, y su impulsividad resulta en decisiones a medias, mal informadas y, en ocasiones, imprudentes, de las que tienen que retroceder.

“Literalmente no se sabe si puede cambiar de opinión de un minuto a otro”, lamentó recientemente un alto funcionario, exasperado por una reunión de la Oficina Oval en la que el presidente cambió súbitamente una importante decisión política que había tomado solo una semana antes.

El comportamiento errático sería más preocupante si no fuera por héroes desconocidos dentro y cerca de la Casa Blanca. Algunos de sus ayudantes han sido presentados como villanos por los medios. Pero en privado, han hecho todo lo posible para mantener las malas decisiones contenidas en el ala oeste, aunque evidentemente no siempre han logrado su cometido.

Puede servir de algún consuelo en esta época caótica, pero los estadounidenses deben saber que hay adultos en la habitación. Reconocemos completamente lo que está sucediendo. Y estamos tratando de hacer lo correcto incluso cuando Donald Trump no lo haga.

El resultado es una presidencia de dos pistas.

Tomemos la política exterior: en público y en privado, el presidente Trump muestra preferencia por autócratas y dictadores, como el presidente Vladimir Putin de Rusia y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y muestra poco aprecio genuino por los lazos que nos unen a nuestros aliados en naciones de ideas afines.

Los observadores astutos han notado, sin embargo, que el resto de la administración está operando en otra pista, una en la que a países como Rusia se les llama la atención por intervenir y son castigados en consecuencia, y donde se colabora con los aliados alrededor del mundo en vez de ridiculizarlos como rivales.

En Rusia, por ejemplo, el presidente se mostró reacio a expulsar a tantos espías del Sr. Putin como castigo por el envenenamiento de un ex espía ruso en Gran Bretaña. Se quejó durante semanas de que los altos directivos le permitían encerrarse en una nueva confrontación con Rusia, y expresó su frustración de que Estados Unidos continuara imponiendo sanciones a Rusia país por su mal comportamiento. Pero su equipo de seguridad nacional sabía más, que se debían tomar medidas para que Moscú rinda cuentas.

Este no es el trabajo del llamado estado profundo. Es el trabajo del estado firme.

Dada la inestabilidad que muchos presenciaron, inicialmente hubo susurros dentro del gabinete de invocando la Enmienda 25, que iniciaría un proceso complejo para eliminar al presidente. Pero nadie quería precipitar una crisis constitucional. Así que haremos lo que podamos para dirigir a la administración en la dirección correcta hasta que, de una forma u otra, se acabe.

La mayor preocupación no es lo que el Sr. Trump ha hecho a la presidencia, sino más bien lo que nosotros, como nación, le hemos permitido que nos haga. Nos hemos hundido en él y hemos permitido que nuestro discurso sea despojado de toda cortesía.

El senador John McCain lo expresó mejor en su carta de despedida. Todos los estadounidenses deberían prestar atención a sus palabras y no caer en la trampa del tribalismo, con el alto objetivo de unirse a través de nuestros valores compartidos y el amor de esta gran nación.

Puede que ya no tengamos al senador McCain. Pero siempre tendremos su ejemplo: es la estrella polar para restaurar el honor en la vida pública y nuestro diálogo nacional. El Sr. Trump puede temer a tales hombres honorables, pero debemos venerarlos.

Existe una resistencia silenciosa dentro de la administración de las personas que eligen poner el país primero. Pero la diferencia real la harán los ciudadanos comunes que se elevan por encima de la política, que se dirigen a sus adversarios y que deciden abandonar las etiquetas a favor de una sola: los estadounidenses.

El escritor es un alto funcionario de la administración Trump.