Sala del crimenEl 29 de abril 2014, el estado de Oklahoma ejecutó a Clayton Derrell Lockett mediante la administración de una inyección de varias drogas, acto que fue una sarta de errores y terminó con 43 minutos de agonizantes convulsiones antes de que muriera el condenado.

La noticia ocupa titulares en EUA y el mundo, pero dicen que no es un caso aislado sino que más bien refleja la realidad de la pena capital y en particular de este método de ejecuciones.

Traducimos apartes de un artículo publicado bajo el título “Lethal Injection Leads to the Most Botched Executions”. 

Desde finales del siglo 19 hasta el presente, EUA ha tratado activamente de encontrar nuevas formas de evitar estos accidentes e imponer la muerte sin dolor innecesario como el que se ha visto más recientemente, cuando se presentan problemas al administrar las inyecciones letales. La continua búsqueda de un método de ejecución que resulte indefectiblemente humano y civilizado ha ayudado a mitigar la sensibilidad de la opinión pública estadounidense y distanciar definitivamente la pena capital de los crímenes atroces que se considera ésta condena. A través de sucesivos cambios en los métodos de ejecución — de la horca a la electrocución, de la cámara de gas a la inyección letal , EUA ha luchado por hacer que la práctica de la pena de muerte parezca un acto pacífico y preciso y transformar la ejecución de un espectáculo dramático a un funcionamiento tranquilo, burocrático.

Pero no hemos encontrado ninguna tecnología que de forma fiable y eficaz logre alcanzar este objetivo. Hemos enviado a los criminales condenados a la horca, los hemos ejecutado con pelotones de fusilamiento, la silla eléctrica, gas letal, o usando un cóctel de sustancias químicas mortales. Cada uno de estos métodos de ejecución fue, en el momento de su introducción, presentando como la manera fiable para imponer la muerte sin sufrimiento innecesario, acto condenado por la Octava Enmienda a la Constitución al prohibir el “castigo cruel e inusual”. Ninguno de ellos ha cumplido esa promesa.

En una investigación reciente realizada, junto con nuestros colaboradores hemos examinado todas las ejecuciones en EUA de 1890 a 2010. Hemos encontrado que el 3% de esas ejecuciones fueron un fracaso de una manera u otra, desde los estrangulamientos lentos y decapitaciones que en ocasiones se produjeron durante ahorcamientos, al humo y la carne quemada en la silla eléctrica, a los estertores de agonía de reos atados a las camillas en las cámaras de inyección letal. De hecho, las ejecuciones por inyección letal fallan a una tasa más alta que cualquiera de los otros métodos utilizados desde finales del siglo 19: 7%.

En las horas y días que han seguido las ejecuciones que salieron mal, el público puede dar un raro vistazo más allá de la imagen que busca proyectar el gobierno de ejecuciones eficientes, con dignidad y altamente controladas.

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Las ejecuciones que fallan ni son ocurrencias anormales ni accidentes desafortunados. Más bien, al igual que los errores que se producen cuando personas inocentes son condenadas a muerte, forma parte inherente e inevitable del sistema de la pena capital en EUA.

Al igual que los estadounidenses hoy preguntan si el riesgo de ejecutar a un inocente es un precio aceptable por el mantenimiento de la pena de muerte, deberíamos estar preguntando si queremos correr el riesgo de ser testigos de ejecuciones fallidas adicionales como la de Lockett, McGuire, Clark y Díaz . Al igual que los estadounidenses están empezando a reconocer el daño que ejecutar a un inocente haría a nuestros valores morales y compromisos constitucionales también debemos reconocer que no existe tecnología infalible que pueda asegurar que las personas pueden ser ejecutadas sin el tipo de agresiones crueles ala dignidad humana que con razón codena nuestra Constitución.

Artículo en inglés