No cesa de inspirarnos la tenacidad del pueblo árabe en su lucha contra décadas de tiranías cuasi medievales. Al movilizarse, han comprobado una vez más que llega un momento en que los pueblos no toleran más.

Sus demandas son las de todo ser humano: igualdad, dignidad, oportunidad. Voz en las decisiones que afectan sus vidas y las de sus familias.

Aunque la gran mayoría de manifestantes son musulmanes, los movimientos no son religiosos sino democráticos.

Tampoco responden estos movimientos a consignas extremistas.

Dato curioso es que tanto los regímenes anquilosados del medio oriente, como AlQaeda y sus terroristas islamistas, comparten el desprecio y temor hacia las fuerzas pro democracia en la región.

Los primeros porque les quita el poder que han monopolizado desde que estas naciones estados fueron creadas por los colonialistas franceses e ingleses a comienzos del siglo 20.

Los segundos porque les desarma de la bandera que les ha permitido reclutar jóvenes y niños para sus misiones terroristas.

La ola de protestas que comenzó pacíficamente resultó en contundentes victorias en Tunisia y Egipto. El costo humano, aunque trágico, fue relativamente moderado.

Pero en Libia la situación ha tomado otra dirección: la violencia escala a diario y el país está cayendo en el vórtice de una guerra civil. Hoy su gran geografía está quebrada en dos.

En términos generales, al oriente, en Bengazi, la oposición ha organizado un gobierno provisional rudimentario y, con la ayuda de militares patrióticos, están formando un ejército para liberar el resto del país.

Pero Gaddafi, apoyado por tropas leales y armado hasta los dientes, mantiene Trípoli y el occidente del país. Aferrándose al poder, ha desencadenado un baño de sangre.

Inocentes baleados. Testimonios de bandas de mercenarios sueltos. Decenas de miles de refugiados en las fronteras con Egipto y Tunisia. Crisis humanitaria. Imágenes de una guerra desigual: un lado que posee tecnología y armas modernas, el otro lucha con palos y piedras. Son estas algunas de las razones por las que varias voces occidentales han discutido una intervención militar, que podría tomar la forma de una presencia área que paralice la aviación de Gaddafi.

Por nobles que suenen estas razones, desde estas líneas recordamos por qué una intervención del occidente sería la peor idea.

Primero, ante los pueblos árabes, la política del occidente siempre ha ido en contra de sus aspiraciones: desde el colonialismo al presente, reyes y déspotas fueron impuestos y apuntalados militar y económicamente primero por las naciones europeas y luego por EUA.

Segundo, las recientes intervenciones militares en Irak y Afganistán pueden considerarse nada menos que desastres militares, políticos, sociales y humanitarios.

Tercero, una intervención militar occidental sería el elixir revitalizante para los demagogos de AlQaeda y otros extremistas musulmanes que han usado la presencia extranjera como justificación para su terror.

La fórmula de la locura, dicen, es repetir lo mismo y esperar resultados diferentes. Sabias palabras que lleven a la reflexión.

O, como dijo el actual Secretario de Defensa de EUA Robert Gates, quienes pidan una intervención militar en una nación del Oriente Medio deberían hacerse examinar la cabeza.

La libertad de Libia es parte de la revolución árabe. Al pueblo árabe, y únicamente al pueblo árabe, le corresponde la histórica responsabilidad de romper sus cadenas.

Ni un buque, ni un soldado, ni un avión occidental en Libia ni el Medio Oriente: esa es la mejor ayuda.

Carlos F. Torres, New York, 6 de marzo del 2011

Foto cortesía de Aljazeera English via flickr

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