PD -MADRID – Borges decía que “prologar cuentos no leídos aún es tarea casi imposible”, y ello porque hay que desvelar parte de la trama, lo cual, venía a decir, no conviene por cuanto puede alterar el efecto de sorpresa en el lector.

Los veinticinco textos de La isla de Vlady [Versión Kindle] constituyen un imaginario presente, fruto de la recreación de sucesos de un pasado lejano y también más próximo. Evocaciones exhumadas y mudadas, a fin de cuentas. Pues los que se dedican al oficio (temerario y exhibicionista) de escribir -entre los que modestamente me cuento-, somos seres cuyo estado natural es el de duermevela y pasamos nuestra existencia viviendo de los recuerdos.

Por lo demás, decir que estas páginas se abren con ‘Historia de un verano’, ejercicio narrativo inspirado en el poema de Jorge Luis Borges «La Recoleta», incluido en su obra «Fervor de Buenos Aires». Es un texto breve que pretende, modestamente, recrear en prosa el poema, que en esta ficción es el propio Borges quien recorre las calles, callejas, plazas y plazuelas de la Recoleta. Y quien visita los panteones de Adolfo Bioy Casares y de Leonor Acevedo Suárez.

El tiempo y el laberinto son obsesiones presentes en toda la obra borgiana. El tiempo, como idea abstracta y no aprehensible, sirve para crear invenciones en las que el tiempo y el espacio son alterados y moldeados para adaptarlos a las necesidades estilísticas de la historia. Lo mismo hay que decir del laberinto, otra de las constantes borgianas. En este relato los visitantes entran y salen, pero otros, después de vagar por el laberinto que es la Recoleta, deciden quedarse para siempre. Quizá sea porque se rinden ante las contingencias de la vida.

‘La isla de Vlady’ rescata a Marsias, personaje injustamente castigado por Apolo, que luego arrepentido le convierte en un río de aguas cristalinas, símbolo de limpieza, honradez y humanidad. Ese río en el relato es el Tajo y la ciudad que baña, Talavera de la Reina.

Vlady encarna el tiempo detenido -la inmortalidad- y la confluencia del pasado, el presente y el futuro: la antigüedad con la modernidad, y donde en todo tiempo las pasiones humanas son las mismas.

‘Sombras y olvido’ es una reflexión acerca de la muerte y la trascendencia en los demás de lo que hemos sido. Ficción en la que el tiempo y el espacio están presentes, como la vida y la muerte, que son sombra y olvido.

‘¡Gracias, Vietnam!’ relata dos historias entrelazadas en el tiempo libremente. Ficción a cuyo decurso me abandoné para dejarlo fluir por sí mismo y consignar lo que sus personajes iban contando. Mi vinculación con ellos es el de mero cronista.

‘Eddie (I’m a Fool to Want You)’, toma el nombre de una mujer cuya foto vi en una ocasión y me pareció de una belleza sublime, y a la que me referiré más adelante. Este es un relato circular y cerrado donde la misma secuencia se repite ininterrumpidamente, salvo que sea el lector quien lo libere, transforme y ponga el punto y final.

El ambiente y los personajes están tomados de los arquetipos que tan certeramente ideó Raymond Chandler para su obra. Me emocionó ‘El largo adiós’ y no menos algunos de sus relatos, sobre todo Una pareja de escritores.

‘Metropolitan’ rescata, para darle vida, la imagen detenida por la cámara fotográfica de una mujer de extraordinaria belleza, y a la que me he referido anteriormente. Su nombre es Eddie, Eddie Condonis. De ella solo encontré apenas unas reseñas insignificantes en algunos números del The New Yorker. Pero ni siquiera me atrevería a asegurar que son de ella. Y como digo al final del relato: “Tengo miedo de consultar los ejemplares por si se borra hasta ese pequeño rastro: resquicio de ilusión”.

El milagro surgió sin pretenderlo mientras estaba encerrado en la Biblioteca Nacional documentando lo que iba a ser una novela basada en los últimos días de vida de una “rica hembra” del siglo XIV. Después de fatigar con los personajes y la trama, lo deje todo reducido a un pequeño y modesto ensayo.

Idéntica circunstancia acontece con ‘Edmundo de Soria’, que es la vida de un personaje de ficción expulsado de la misma frustrada novela que nunca llegó a ver la luz.

El relato, el más extenso del libro, se documenta en la Biblia y en diversas obras de referencias históricas. Su confección me llevó a visitar Santa María de Huerta, en Soria, y de ese modo poder averiguar cómo era esa hermosa abadía cisterciense en el siglo XIV. Alguna influencia podrá encontrar el lector en la novela de Umberto Eco, El nombre de la Rosa, que tanto me fascinó en su momento, y aún hoy, cuando releo sus páginas.

‘Semblanzas de familia’ es la historia, autobiográfica, en la que hay referencias al árbol genealógico y al imprescindible aprendizaje necesario para saber quién es uno mismo y, después, poder recorrer ese mundo aprendido.

‘El Faro del Fin del Mundo’ nació en Ushuaia durante una pequeña estancia. Los Andes, impresionante columna vertebrar nevada con sus montes al fondo, el Susana, los Martial, el Olivia y Cinco Hermanos, han sido fuente de inspiración. Como así mismo lo fue la visita al Parque Nacional Tierra del Fuego, sobre el Canal de Beagle.

El título me lo sugirió la visión de la Cordillera de los Andes penetrando en el océano a modo de extremo o coxis de columna vertebral, por cuanto ésta en su último tramo se asemeja a la parte más austral de Chile y Argentina. La otra razón fue la luz que al final de la cordillera puede vislumbrarse en el Faro que sirvió a Julio Verne para crea su novela: El Faro del fin del Mundo.

‘La Perdiz’ fue un feliz hallazgo; una historia menuda y perdida en el tiempo que he intentado librar del olvido.

‘Érase que se era’ es el resultado de la lectura de diversos cuentos de Navidad. La historia más inocente del libro, pero que recuerda tragedias y tristezas.

‘Soledad’ quizá es el texto más intimista de todos. Puedo resumirlo diciendo que es la despedida de mi padre en un ascensor, poco antes de morir.

‘El mirlo de hojas verdes’ recuerda a un tema ya utilizado por otros escritores. No soy el primero, desde luego, sino que por el contrario me valgo de Gilbert Keith Chesterton y su Árbol del orgullo.

‘El ático’ rememora un rostro de la infancia y un trágico final.

‘La poza’ refleja la huella que deja en un niño un río, su corriente cargada de seres vivos desembocando en una poza malolientes y de aguas estancadas junto a un matadero. Muchos años después de aquello su recuerdo sigue provocando miedo y pesadillas.

‘El hombre de la acera’ es un primer intento de elaborar una historia de ficción utilizando para ello la tecnología actual, y tantas veces engañosa. Todo comenzó curioseando a través de la cámara digital conectada a la Internet que el New Café, de Miami (Florida), tiene situada en el exterior del establecimiento.

Su movimiento horizontal de cuarenta y cinco grados a la izquierda y otros cuarenta y cinco a la derecha ofrece al curioso una amplia perspectiva, y la posibilidad de observar a la gente sentada en la terraza y el paso incesante de cientos y cientos de personas y vehículos diariamente. Este hecho fue el que inspiró el relato, cuyo desenlace ha quedado oculto para el observador a través de la cámara.

‘El ciego Espiridión’ es el resultado de una combinación de escenarios infantiles. En ellos se mezclan localidades, personajes y momentos diferentes. Aun así conviven juntos e inseparablemente en la cabeza del niño, hoy ya hombre.

‘El guardián’ personifica una peripecia autobiográfica, que no acabó de adquirir sentido hasta muchos años después de ocurrir en un viaje a Fes (Marruecos).

‘El alfarero’ conjuga tradición alfarera en Talavera de la Reina y la referencia que Américo Castro hace de un texto de Avicena en su obra España en su Historia: Cristianos, moros y judíos: “En Arabia hay un trecho de tierra volcánica que hace volverse de su color a todo el que vive allí y a cualquier objeto que cae en ella”.

‘Entre el Prado y los Jerónimos’ encarna un período de la España del franquismo, en el que comenzaba a entreverse ciertos cambios aperturistas que serían ya imparables.

‘Cena en Versalles’ resume un viaje de trabajo periodístico a París, y la invitación a visitar el Palacio de Versalles y a la recepción y posterior cena que ofreció el Gobierno francés.

‘El deceso’ es el recuerdo entrañable de un instante en la vida de un personaje afable, culto y de profesión pintoresca. Mientras lo escribía me vino a la mente, desconozco la razón, John Dos Passo y su novela Manhattan Transfer. Este acontecimiento lo dejé consignado en el texto, incluyendo la noticia literal aparecida en un diario de la época. Esto ayuda, tal vez, a dar mayor realismo a la composición.’

Si un solo texto de los ofrecidos en este pequeño y modesto libro florece en la imaginación del que ahora concluye la lectura, en ese caso, mis desvelos habrán merecido la pena.

Juan Tena Martín nació en Madrid (España) en 1950. Desde 1988 se dedica al periodismo. Ha trabajado en el diario de información económica Cinco Días de Madrid, y ha colaborado en otros diarios y revistas.

Es autor de El Hespérides: 10 años de investigación, La energía del futuro se llamará fusión, En la UAM y en torno a los 40, del ensayo Un mito llamado Leonor de Guzmán, y de un volumen de relatos. Asimismo es coautor de varios libros de difusión científica y técnica. Su trayectoria periodística y literaria le ha hecho acreedor de varios premios periodísticos entre 1991 y 1994 y uno literario en 2008. Actualmente colabora en Periodista Digital donde se ocupa del diario local Noticias Talavera y en El Molino, como corresponsal en España.

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