Informan Nicholas Kulish, Caitlin Dickerson y Ron Nixon en el New York Times –– En Virginia, los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés) esperaron afuera de un refugio de una iglesia en el que se encontraban migrantes indocumentados para llevar a cabo arrestos. En Texas y en Colorado, los agentes entraron a tribunales en busca de extranjeros que estuvieran ahí para atender diversos asuntos.
En el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, los pasajeros que llegaban de un vuelo de cinco horas desde San Francisco tuvieron que mostrar sus documentos antes de poder salir del avión por la sospecha de que a bordo había alguien con una orden de deportación. Esa persona no fue encontrada en el avión.
El amplio plan del gobierno de Trump para arrestar y deportar a grandes cantidades de migrantes indocumentados se ha implementado de manera dramática durante el último mes. Y buena parte de esa tarea está en las manos de miles de agentes del ICE que recientemente se sienten envalentonados, empoderados y no han perdido tiempo para ponerse manos a la obra.
Ya no están vigentes las leyes de la era de Obama que requerían centrarse solo en criminales graves. En California del sur, en una de las mayores redadas durante el gobierno de Trump, los agentes detuvieron a 161 personas con un rango amplio de condenas por delitos menores y diez que ni siquiera tenían antecedentes penales.
“Antes nos decían: ‘No pueden arrestar a esa gente’ y éramos disciplinados por insubordinación si lo hacíamos”, dijo un oficial con diez años de antigüedad que trabajó en esa operación en California. “Ahora esa gente es prioridad de nuevo. Y hay muchos”.
Entrevistas con 17 agentes y funcionarios de todo el país (de Florida, Alabama, Texas, Arizona, Washington y California, entre otros) dan muestra de qué tan rápido se ha acostumbrado la agencia a la nueva atmósfera. Dado que tienen prohibido hablar con la prensa, pidieron mantener el anonimato.