Otro artículo con pésimas noticias.

Las autoridades japonesas confirmaron hoy que miles han muerto y hasta 400,000 personas estaban alojados en refugios. Sin embargo, y por ominoso que suene, estas son solo dos piezas del rompecabezas de una crisis que ha venido incrementando por múltiples cada día desde que comenzó el viernes pasado.

En términos humanos, miles de cadáveres siguen sin recogerse, en vehículos abandonados o bajo los escombros de edificaciones destruidas por el sismo de 9.0 de magnitud. Además, al receder, las aguas del tsunami que siguió el terremoto, arrastraron con ellas un número indeterminado de personas que podría alcanzar los 10,000. Sus cuerpos sin vida los ha venido entregando el mar.

Pero ahí no paran las cosas. Tres explosiones de hidrógeno y un intenso incendio en la estación nuclear de Fukushima Dachaii han emitido cantidades “peligrosas” de radiactividad, que han obligado a las autoridades a evacuar decenas de miles de personas (incluyendo los empleados de las centrales limitando así las brigadas que luchan por controlar la situación) y a pedir a la población que permanezca dentro de los sitios donde están alojados.

Así como no se sabe exactamente cuanta radiactividad se ha fugado, qué tan lejos está llegando ni a cuántas personas ha contiminado, tampoco se sabe a ciencia cierta cómo detener lo que unos informes llaman fusión al núcleo (total o parcial). Es decir, la crisis nuclear está totalmente fuera del control de los seres humanos.

Respecto a las evacuaciones, se han creado enormes congestiones de tráfico en carreteras altrechas por el terremoto y las aguas. Ello, a su vez, dificulta la movilización de vehículos de rescate, con la consecuencia que al dejar miles cadáveres descomponiéndose bajo las ruinas de casas y edificios se creará a una crisis de salud pública.

Respecto a los refugiados, dificultades de transporte demoran cualquier suministro de lo básico como frazadas, artículos sanitarios, agua, alimentación y medicinas, para una población de edades múltiples con toda la gama de necesidades tanto físicas, como médicaas y psicológicas, como la angustia de haberlo perdido incluso sus seres queridos.

Más el terror de los temblores segundarios, cientos de ellos con intensidad hasta de 6 o más.

Pero esto no es todo. Con la parálisis de la estación de Fukushima, el sistema eléctrico del Japón no da abasto, ocasionando apagones y racionamientos de corriente. Por ejemplo, los centros de refugiados operan con temperaturas muy bajas, y con pocas frazadas. Esta falta de electricidad afecta todas las capas de la sociedad.

Además, centenas de miles de personas han perdido sus empleos. Escasean los alimentos. No hay casi gasolina. La gente está sin dinero. La bolsa ha caído drásticamente.

Esta es, en resumidas cuentas, la situación que enfrentan los japoneses siendo el único rayito de esperanza en esta tragedia la dignidad, solidaridad, altruismo y tenacidad con que el pueblo japonés se ha unido para superar su destino.