ANTANAMARIVO, MADAGASCAR — Desde la ventana de mi cuarto en el hotel Ibis en Antananarivo, fundado en 2000, van surgiendo de la bruma de la madrugada dos modernos edificios, uno de treinta y algo pisos, el otro no tan alto, pero de muy moderna construcción, parece una pirámide de Chichen Itza. Hay dos obras de relativo buen tamaño. Centro comercial con Shop Rite, la cadena surafricana de supermercados.
¿Progreso?
Voy a mi primera cita en el ministerio de salud. Para llegar allí, por esas circunstancias de la vida tenemos que pasar frente al hotel Colbert, en donde me hospedé hace 23 años, por un mes. Allí descubrí el silencio de los pasos de los niños descalzos que van al colegio, caminando por esas calles adoquinadas que hace 23 años recorrí muchas veces para ir del hotel al ministerio. Hoy las recorremos en carro, en medio de un trancón que hace parecer los de Bogotá pequeños. Nos demoramos más que lo que yo tardaba caminando.
¿Progreso?
El edifico es el mismo, las oficinas son las mismas, los muebles son los mismos. Nos recibe la directora general de salud. El discurso es muy parecido al de 1993. “Estamos saliendo de la dictadura, tenemos muchos problemas, dejaron al país en ruinas, pero estamos comprometidos a salir adelante”.
A finales de 2104 se deshicieron de un tirano de corte castro chavista, ese sí, comunista declarado que en 5 años destruyó lo poco que se había logrado entre 1992, cuando tumbaron al último tirano, y 2009 cuando fue le golpe de Estado.
Como estoy evaluando el programa Integral de Mercadeo Social debo salir a visitar farmacias y clínicas en donde prestan servicios de salud reproductiva. Resuelvo darme una caminada por el centro. Al salir a la calle lo recuerdo. Volteo a la izquierda camino por una calle que sube empinada y llego a la parte de atrás del hotel, dos cuadras más y zaz, la Pharmacie dela Paix, la primera que visité en Antananarivo en 1993. Detrás del mismo mostrador de madera pesada, que mantiene toda su elegancia, hay una mujer de unos 45 años, mestiza, francesa con rasgos malgaches. Le digo yo estuve en esta misma farmacia hace 23 años, oso preguntar “¿es Usted por casualidad la hija del propietario que conocí hace 23 años?” Con una amable sonrisa me dice, monsieur Gustave, mi padre, murió hace 10 años, estaba muy viejo. Con el descaro de siempre le pregunto ¿Venden pastillas anticonceptivas, condones, inyecciones?, “Claro me responde”
Le cuento que hace 23 años le hice la misma pregunta a su padre y me dijo “Condones no, pero tráigalos que esta calle está llena de putas”. Así comenzó una amistad que duró el mes entero, en ese tiempo pasaba yo por la farmacia a conversar con Monsieur Gustave, le comentaba los planes que teníamos para desarrollar un programa de mercadeo para vender anticonceptivos subsidiados en las farmacias. Criticaba mis ideas, me decía que estaba loco pensar que los condones se podrían vender en las tiendas de abarrotes, que “estos malgaches son muy conservadores, estos pendejos del gobierno nunca lo permitirán”.
A mediados de la estadía me conseguí una gruesa de condones en USAID y se los llevé a Gustave, “Ce n’est pas pour vous le dije, c’est pour vos putes”(no es para Usted es para sus putas). “Elles vous remercieront” (ellas se lo agradecerán) contestó. Llamó a una de ellas, le dio la caja y le dijo “este señor les trajo esto para que aprendan a protegerse, dentro de poco se los estaré vendiendo acá, consideren esto una muestra gratis, espero fidelidad”.
La puta me sonrió y se fue. En adelante cada vez que pasaba caminado por esa calle las señoritas, muy amables, me decían “comment ça va Monsieur, et les capotes pour quand?” (como le va señor, y los condones para cuando). Una de esas veces iba con dos gringas muy feministas corte años 90 a quienes les pareció terrible que las putas de la calle me saludaran. Les expliqué todo el cuento. Sonrieron, pero imagino que no me creyeron nada.
Salgo de la farmacia y le prometo a madamme Claudine que volveré. Bajo por la calle de la Paix, que ahora tiene nombre malgache con muchas enes y muchas aes. Llego al lago de las Jacarandas. Ahí están los árboles, florecidos, bellos. El lago se ve más sucio y hay mucho tráfico. Las calles no han cambiado. La pobreza de la genta tampoco. Tengo realmente la sensación de haber regresado al pasado. Solo que a un pasado peor.
Madagascar es hoy en día uno de los cuatro países más pobres de la tierra, con Haití, Afganistán y Burundi. Carajo mis últimas tres misiones.
El 90 por ciento de sus 25 millones de habitantes vive con menos de un dólar al día, el 95% con menos de dos, el 99% con menos de cuatro y el 99.5% con menos de 10. La edad promedio de la población son 19 años. El único indicador que ha mejorado algo es la mortalidad infantil gracias a campañas masivas de distribución de mosquiteros impregnados de insecticida iniciadas en 2008. Sin embargo, los niños siguen padeciendo altos niveles de desnutrición, la mortalidad materna sigue por los cielos y la tasa bruta de fecundidad, que es el número de hijos que tiene una mujer en su vida reproductiva, sigue siendo demasiado alta. La gente se muere de hambre. Cerca del 70 por ciento de la población es rural. Cerca de la mitad de la población no participa de la economía.
Así no era. Cuando vine en 1993 Madagascar era un país pobre pero no tan pobre. Tenía esperanzas, no tan pocas.
Mañana salgo par a la región del centro del país a visitar la pobreza. Vamos a hacer unas entrevistas en un radio que tiene que estar por lo menos a 25 kilómetros del centro urbano del distrito. Me dicen que en uno de los casos el viaje tomará de cuatro a cinco horas.
Un día se me ocurrió que debería haber una categoría de países que se deben llamar países en vías de subdesarrollo, Bogotá es un ejemplo de una ciudad en vías de subdesarrollo, Madagascar es un país en vías de subdesarrollo.