Vía Vanity Fair

Para las élites neoyorkinas, esa gente con fortunas del tamaño del PIB de una nación del tercer mundo, la pandemia ha significado una migración masiva a los Hamptons, donde la plata vieja se junta con la plata nueva para crear una vida de mansiones, joyas, carros finos y un estilo de vida donde el “porque puedo, porque quiero y porque me da la gana” es la regla de oro. 

Stephanie Krikorian publica en Vanity Fair una nota sobre esta situación que, a fin de cuentas, refleja la dura realidad  del mundo actual: Los ricos sufren de diferente manera a nosotros la gente del común. Traducimos apartes. 

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“Un año después de que multitudes de residentes adinerados de la ciudad de Nueva York buscaran refugio en sus residencias en el East End para pasar una cuarentena más cómoda, en los Hamptons, la jerarquía ha quedado patas arriba, el orden social habitual se ha alterado en múltiples frentes, para bien o para mal. En términos sociales, los Hamptons es un sistema de varios niveles. En el verano, varios grupos descienden a la ciudad: los de plata, los de más plata, los de plata de Wall Street, aquellos con plata vieja de familia, los que holgamanete puede pagar 150,000 mensuales en un alquiler. Los lugareños, las familias que viven allí durante todo el año, son la servidumbre. Es una relación simbiótica que perdura en parte porque los habitantes locales suelen aprovechar la tranquila temporada de invierno para reagruparse.

“No fue así este año. El cambio es evidente, entre otros lugares, en las filas de autos en las escuelas. “Pasó de camionetas a Range Rovers”, dijo Mary Waserstein, residente de los Hamptons de mucho tiempo, quien agregó que los autos tienen cierta sensibilidad urbana. “Escuchas cosas como, ‘el marido de fulana de tal es mi broker, así que yo debería tener influencia’. Esa mentalidad se abrió camino hasta aquí”, dijo.

“Las actividades extraescolares son igualmente tensas. Padres y madres que han llegado han reservado lecciones de tenis y equitación en bloques, convirtiendo un proceso ya estresante en un verdadero combate a muerte. Waserstein, cuya hija durante años se ha inscrito en lecciones de tenis después de clases, dice que el tiempo de la cancha ahora tiene una lista de espera interminable. Ya no hay disponibles lecciones de equitación en un establo local. “Toda esta población secundaria se lo ha tragado todo”, dijo. “Si no pueden conseguir un pony, se llevarán un burro”.

“No todo el mundo se queja. Gran parte de la mano de obra todavía se esfuerza y, en algunos casos, está felizmente acumulando dinero. Un lugareño que suele ser el administrador de una casa de temporada para una familia ultrarrriqueña trabajó en turnos dobles 260 días seguidos a partir de marzo pasado, luego pasó a trabajar cuatro días a la semana cuando normalmente se tomarían un descanso de cinco meses. “No me quejo”, dijo esta persona. “Estoy feliz de ganar el dinero”. Esta persona dijo que había más que triplicado sus ingresos anuales”.

“La diversidad en las clases sociales y la enorme ignorancia fuera de la ciudad con frecuencia generan intensas discusiones en los foros de las redes sociales”, dijo una madre. Estaba tan molesta por la “idiotez de gente” que preguntaba a quién podían contratar para “coser un botón” que abandonó un grupo al que se había unido para buscar apoyo local. “Están sucediendo tantas dinámicas diferentes y las cosas están cambiando aquí”, dijo, incluyendo “la absoluta ridiculez de estas mujeres que claramente no tienen idea de cómo navegar la vida. Estamos a tres horas de la ciudad, no en Nueva Guinea ”.