El ultimo taushiroPublicado por Nicholas Casey en el New York Times en español. INTUTO, Perú — Amadeo García García se dirigió río arriba en su canoa y se adentró al campamento oculto y repleto de trampas donde su hermano Juan agonizaba.

Juan se retorcía de dolor y se sacudía incontrolablemente a medida que aumentaba su fiebre, pues luchaba contra el paludismo. Mientras Amadeo lo consolaba, el hombre enfermo balbuceaba palabras que ya nadie más en la Tierra entendía.

“Je’intavea’”, dijo aquel día sofocante de 1999: “Estoy muy enfermo”.

Hablaba en taushiro. La lengua, un misterio para lingüistas y antropólogos por igual, era hablada por una tribu que desapareció en la selva de la cuenca del Amazonas en Perú hace generaciones, con la esperanza de salvarse de los invasores, cuyas armas y enfermedades la habían llevado al borde de la extinción.

Una curva del “río salvaje”, como lo llamaban, albergaba a los dos hermanos y a los otros 15 miembros restantes de su tribu. El clan protegía su pequeño asentamiento con un círculo de fosas profundas, habilidosamente ocultas bajo una delgada cubierta de hojas y ramas. Conservaban jaurías de perros de ataque para evitar que los foráneos se acercaran. Incluso para finales del siglo XX, pocas personas habían visto a los taushiro o escuchado su lengua más allá de algún cazador ocasional, unos cuantos misioneros cristianos y los recolectores de caucho armados que llegaron por lo menos dos veces a esclavizar a la pequeña tribu.

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La historia humana puede rastrearse a través de la propagación de las lenguas. Los fenicios se extendieron a través de las antiguas rutas comerciales del Mediterráneo; llevaron el alfabeto a los griegos y la alfabetización, a los europeos. El inglés, que alguna vez fue una pequeña lengua que se hablaba en el sur del Reino Unido, ahora es la lengua madre de cientos de millones de personas en todo el mundo. Los dialectos chinos son hablados por más de mil millones de habitantes.

Sin embargo, todo el destino del pueblo taushiro ahora recae en este último hablante, una persona que jamás esperó tener una carga como esa y que ha pasado gran parte de su vida abrumado por eso.

“Así le pasa a Amadeo: casi nadie lo entiende cuando habla su lengua”, dijo William Manihuari, mientras veía a Amadeo, que pescaba solo desde una canoa.

“Y cuando muera no quedará nadie”, agregó José Sandi, un niño de 12 años que también lo observaba.

Las aguas del Amazonas peruano alguna vez fueron un vasto almacén lingüístico, un lugar donde en cada curva del río se podía encontrar un dialecto diferente, a menudo completamente inteligible para las personas que vivían tan solo a unos kilómetros. No obstante, en el último siglo, al menos 37 lenguas han desaparecido tan solo en Perú, perdidas en el choque constante de la expansión nacional, la migración, la urbanización y la búsqueda de recursos naturales. Quedan 47 lenguas en Perú, según los cálculos de los académicos, y casi la mitad de ellas están en riesgo de desaparecer.

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En febrero pasado, el gobierno llevó a Amadeo en avión a Lima y le dio una medalla por su contribución a la cultura peruana. La atención repentina fue impactante para Amadeo, junto con las calles abarrotadas de Lima y las entrevistas con los medios locales.

Aun así, sonrió mientras una multitud se reunía para celebrar una ceremonia que honraba a varios activistas indígenas que hablaban sus lenguas. Los funcionarios del gobierno dieron apasionados discursos acerca de la importancia de preservar las 47 lenguas indígenas que quedan en el país. Amadeo dijo algunas palabras en taushiro.

Aunque sabía que no les había transmitido su lengua a sus cinco hijos, se consoló con el hecho de que estaban a salvo. No habían sufrido el destino de sus familiares, quienes habían muerto en la selva. Uno de ellos, Daniel, incluso estuvo en la audiencia ese día para verlo.

Después de la ceremonia, los dos se abrazaron. Daniel le presentó a Amadeo a su hija de seis años; fue la primera vez que Amadeo veía a su nieta.

“Solo quiero estar orgulloso de mi padre, de la tribu que fuimos, en la que nací, donde vivimos”, dijo Daniel, que trabaja como obrero en Lima.

Una tarde, este verano, Amadeo se sentó sol y comenzó a hablar su lengua; decía una oración en taushiro y después la traducía al español, antes de repetir el proceso. Se hacía tarde, los grillos y las ranas se escuchaban cada vez más, y Amadeo alzó la voz por encima de esos sonidos.

“Soy taushiro”, dijo. “Tengo algo que nadie más en el mundo tiene. Un día, cuando esté muerto, espero que el mundo lo recuerde”.

Artículo completo en español en el New York Times

imagen via New York Times

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