Cielo de la pampaUn circuito para pasar un fin de semana de otoño en las afueras de Santa Rosa, donde los ciervos colorados salen de los bosques para aparearse, y los descendientes de caciques se esfuerzan por conservar su cultura y tradiciones

“La Pampa es un viejo mar, donde navega el silencio”, dice una rima del poeta pampeano Juan Ricardo Nervi. Aunque la afirmación no es tan cierta en otoño, cuando el silencio se ve resquebrajado por los bramidos de los ciervos en los bosques de caldenes. Es la época ideal para conocer esta región, gracias a un pequeño circuito en torno de Santa Rosa, donde se pueden avistar ciervos colorados, tomar mate con descendientes de caciques ranqueles y salir de excursión en busca de un fortín histórico.

Inés tiene el pelo ondulado, la tez muy blanca y ojos claros: vale decir que no corresponde mucho a lo que la imaginación supone son los indios ranqueles. Es que, según se dice, se parece más a su madre vasca. Con ella entonces hay que olvidar los estereotipos y las excursiones de Mansilla. Hoy, los descendientes de aquellos hombres que dominaron la pampa hasta la llegada de los españoles se mezclaron con todas las razas que arribaron a sus tierras, se reconvirtieron al turismo, buscan insertarse en la sociedad pampeana e impulsan el reconocimiento de los pueblos originarios de todo el país.

Inés es la hija del confirmarlonco Germán Canuhé, un ranquel de pura cepa que fue el artífice del rescate de la cultura y la identidad de esta nación. Junto a su escuela de equitación instaló cabañas que alquila a los turistas deseosos de pasar un par de días en su tierra para aprender más sobre los ranqueles y su historia. Con este objetivo fundó el Centro de Interpretación de la Cultura Originaria Ranquel (Cicor), en las afueras de Santa Rosa sobre una loma de arena y bajo la sombra de caldenes, el árbol endémico de la región.

El ambiente es rústico y a tono con el discurso y las ideas de su dueña. Es un buen lugar para hacer base, no muy lejos de la ciudad ni de la reserva natural Parque Luro, el otro lugar imperdible de este circuito. En el Cicor se da una buena combinación para chicos y grandes: mientras los padres charlan y enfocan la historia desde otro ángulo, los hijos toman una clase de equitación antes de irse de paseo por los montes. Quizá verán unos ciervos o algún jabalí, que abundan en esta parte de La Pampa.

Antes o después, desde el Cicor hay apenas unos minutos en auto hasta la entrada del Parque Luro. En otoño se puede ir a media tarde: se visita primero el castillo de Pedro Luro, una mansión de puro clasicismo francés en medio de los bosques, para después participar en los avistamientos de ciervos que se hacen justo cuando anochece.

Una noche de bramidos

“Los ciervos en el Parque Luro entre marzo y abril son como las ballenas en Madryn en invierno, uno está seguro de verlos”, dicen en la entrada del parque. En este momento del año salen de los espesos bosques de caldén para cumplir su ritual de la brama. No sólo se los ve, sino que se los escucha ¡y cómo! Cuando la noche ya cayó por completo se los oye bramar tan cerca que, de haber luz, se los podría tener en primer plano para fotografiarlos. Quienes duermen en las cabañas del propio parque descubren, a la mañana siguiente, que están rodeados de huellas de ciervos y su actividad nocturna.

Las salidas de avistamiento son un rato antes de la puesta del sol. En esta región donde las nubes no abundan, los cielos se ponen generalmente de un rojo intenso a esa hora del día. Es entonces cuando, entre la sombría masa de los bosques y los claros, se pueden contar decenas de ciervos y sus hembras. Hasta se puede ver, casi seguro, la típica postal del bramido: un ciervo de imponente cornamenta mirando hacia el cielo con la boca abierta y bramando profundamente. La tecnología hace el resto: con las cámaras de hoy, las fotos son bastante logradas a pesar de la escasa luz ambiente del ocaso. El regreso al restaurante en el predio del Parque Luro se hace de noche, no sin antes pasar por un gran estanque donde los guías terminan de contar anécdotas sobre los ciervos y explican cómo fueron introducidos en La Pampa y prosperaron hasta convertirse hoy en una atracción turística.

Los primeros ciervos fueron traídos de Europa por Pedro Luro, el mismo que construyó el vecino castillo. Luro tuvo la excéntrica idea de hacer un coto de caza para sus ricos y potentes amigos, en pleno desierto pampeano. Era en los años previos a la Primera Guerra Mundial, cuando nada parecía imposible para este pariente del presidente Roca: ni aclimatar animales exóticos ni construir una vía de ferrocarril hasta las puertas mismas de su mansión. De esta época dorada quedaron el castillo y los ciervos. Durante el otoño es el período de celo, cuando los machos rivalizan entre ellos para atraer a las hembras con sus cuernos y bramidos. Algo así como efectos visuales y sonoros a la vez.

DATOS ÚTILES

Cómo llegar

Por la RN 35 desde Santa Rosa hacia el sur. Primero está el Cicor sobre mano izquierda. Unos kilómetros más lejos (35 en total desde el centro de la ciudad) está la entrada a la reserva (también sobre mano izquierda), que abre de 9 a 19, y la entrada cuesta $ 1. El castillo se visita de 10 a 18. La visita dura poco menos de una hora y cuesta $ 2 por persona.

Más información

El Quincho es el restaurante de la reserva. Está abierto todo el año. Tel.: (02954) 15650146. 15590606 (también para averiguar por el alquiler de las cabañas en el parque). En época de brama no se puede acampar. Para realizar la visita guiada en esa época se cobra aparte y hay que reservar lugar de antemano porque se junta mucha gente y hay un cupo.

El Cicor ofrece clases y paseos a caballo. Tiene dos cabañas. Consultas por el (02954) 435467 y (02954) 15 649263. www.cicor.org.ar

Estancia Villaverde: se llega a la réplica del fortín que está a unos cientos de metros. También se puede ver la reconstitución de un toldo y unas instalaciones para el trabajo rural.

En la Web: www.turismolapampa.gov.ar

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Foto cortesía rodoluca88 via flickr

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