Por Beatriz Molinari — En Prometeo, Ridley Scott interpela el género de ciencia-ficción, poniéndolo en el límite espacial de un cosmos lleno de peligros invisibles que se rebela ante cualquier cálculo y dominio humano. Lo hace con toda la fuerza visual de la puesta en la que retoma la anécdota (ya lejana en el tiempo) del alienígena a bordo. La película se regodea en los detalles de un diseño de líneas puras, asepsia que hace más extraordinaria la irrupción de las criaturas invertebradas, viscosas y belicosas.

La película, vendida como precuela, recicla el público de las nuevas generaciones que no tienen recuerdo de los ojos desorbitados de la maravillosa Sigourney Weaver. Noomi Rapace mantiene una sensibilidad muy contenida, racional, víctima también de una gestación en la que el invasor expone su poderío. Sin tentarse con las ideas pacifistas que harían del cosmos una energía positiva, Ridley Scott logra un filme de depredadores, una historia de advertencias a la humanidad militarizada, que se entretiene dinamitando coordenadas.

El director se permite una reflexión sobre el origen de la vida humana, despectivo ante cualquier forma de nostalgia. En la búsqueda de una paternidad universal, sólo arroja angustia sobre la mujer-nauta. Ella, con inagotable adrenalina, elige el espacio infinito para seguir buscando la respuesta al enigma que atraviesa los siglos y las atmósferas. Más cerca de los misterios metafísicos y el descubrimiento religioso, este Scott de Prometeo se suma al juego de probabilidades que imaginaron Philip Dick o Isaac Asimov.

¿Hay Alien ahí?

Por Daniel Santos — Ridley Scott no planteó Prometeo como una precuela de Alien, pero como sí una película que luego se encadenará con aquel terrorífico clásico de la ciencia ficción que hizo temblar a todos los que siguieron lo que ocurría en Nostromo y sus pasajeros.

Ver Prometeo remite a toda esa estética que entonces fue sorprendente, y le suma la parafernalia del 3D que lo hace un show muy visual y de impacto, pero sorprende que, lejos de aquella obra maestra, ofrece un resultado desperfecto, incompleto, con muchos cabos por atar, como si se tratara de un capítulo doble (o triple, porque dura dos horas) de una serie que necesita ser contada en millonarias secuelas.

No le hacía falta a Scott meter mano en su bicho tan endemoniadamente querido, ni revisitar el género al que también le dio una perlita como Blade Runner. A ninguno de sus dos filmes les pasó el tiempo, a Ridley sí.

Otra nave espacial, que ahora se llama Prometeo; otros científicos y tripulantes, donde ninguno se luce demasiado; una sucesión de pretenciosos planteos filosóficos, un argumento que deja muchas puertas abiertas de par en par; una heroína, la doctora Elizabeth Shaw, que sufre muchísimas más adversidades que aquella teniente Ripley que inmortalizó Sigourney Weaver; la misma amenaza en el lugar cerrado.

Prometeo es una película entretenida, para despacharse con buenas escenas y efectos de impacto, por momentos con un 3D bien aprovechado. Pero no es una obra maestra. En el guión sorprenden ciertos giros infantiles y no parece tener un destino, sino disfrutar del viaje por sí mismo. Encima, con un cierre que no cierra, que espera la siguiente parte.

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Foto: Prometheus