En medio de la violencia racista en Charlottesville, Virginia, muchos manifestantes han negado ser racistas, afirmando que marchan en defensa de su historia y tradiciones. Adam Goodheart publica en POLITICO una explicación del simbolismo de estos monumentos, vistos en un contexto histórico.
Las estatuas de Charlottesville y Durham fueron instaladas en medio de una campaña de construcción de monumentos a los estados confederados que duró décadas y tuvo lugar mucho después de la guerra que conmemoraban. De hecho, ambos fueron develadas en el mismo mes: mayo de 1924.
No fue por mera coincidencia. La guerra civil todavía era reciente: cualquier sureño negro de más de 60 años de edad probablemente había nacido esclavo. Los últimos veteranos [de la guerra civil] ya tenían cumplidos 80 y 90, y su desaparición soltó una fuente de nostalgia por la “generación más grande” en Norte y Sur. Fotografías de las dedicatorias de la estatua en el Día de los Caídos de la Confederación (todavía una fiesta oficial en seis estados del Sur) muestran a hombres de bigotes blancos en uniformes viejos y las palas ceremoniales.
Quizás igualmente relevantes son las fotografías de la época de celebraciones más escalofriantes: miles de hombres encapuchados blancos marchando por la capitalina avenida Pennsylvania y quemando cruces en enormes reuniones tanto en el norte como en el sur.
In the early 1920s, America was in the grip of a huge revival of the Ku Klux Klan. Its recruits were responding partly to the growing movement for black civil rights, which had been emboldened by the millions of African-Americans who had contributed to the U.S. victory in World War I. Many native-born whites also felt threatened by the immigrants who were once again landing in large waves at Ellis Island—and competing for jobs in the tight postwar labor market. 1924 was the year of the infamous Immigration Act, which almost shut down entry for Jews, Italians, Greeks and other “undesirable” groups, while completely excluding everyone from an “Asiatic Barred Zone.”
A principios de la década de 1920, se vivía en EUA un gran renacimiento del Ku Klux Klan. Sus nuevos miembros ingresaban como rechazo al creciente movimiento por los derechos civiles de los negros, que había sido impulsado por la contribución de millones de afroamericanos a la victoria estadounidense en la Primera Guerra Mundial. Muchos blancos nativos también se sentían amenazados por los inmigrantes que nuevamente llegaban en enormes oleadas a Ellis Island –y competían por empleos en el apretado mercado de trabajo de posguerra. Fue en 1924 que se implementó infame Ley de Inmigración, que casi cerró la entrada a judíos, italianos, griegos y otros grupos “indeseables”, al tiempo que excluía a todos de una “zona barrada asiática”.
La década de 1920 Klan fue en sí una especie de reconstrucción de la Guerra Civil. La organización original de los veteranos confederados con sus sábanas blancas había permanecido inactiva desde la época de la Reconstrucción, pero fue revivida en con la epopeya “El nacimiento de una nación”. El nuevo Klan era mucho más grande y de mayor presencia, hasta con 5 millones de miembros. En Charlottesville, un periódico informó que el capítulo local del Klan “incluye entre sus miembros a muchos de nuestros poderosos e influyentes ciudadanos, y está aquí para quedarse”. En Durham, un “gran dragón” local apareció en abril de 1924 cuando habló ante un Audiencia de más de mil personas en la cercana Raleigh. El Gran Dragón -que no hizo ningún esfuerzo por esconder su identidad bajo una campana- también fue juez en la corte superior de Carolina del Norte.
#Durham City Councilman Charlie Reece asked sheriff not to charge activists with felonies over ‘hunk of junk metal’ https://t.co/rNSumTXu1J
— Virginia Bridges (@VirginiaBridges) August 17, 2017